3 horribles características de la moral sexual romana

[dropcap]A[/dropcap]parte de cualquier otra cosa que sepas de la Biblia, seguramente sabes esto: ella establece una ética sexual que presenta el propósito de Dios al crear la sexualidad y que desafía a la humanidad a vivir en conformidad con dicha ética. No obstante, hoy estamos experimentando una revolución sexual que ha visto a la sociedad deshacerse deliberadamente de la ética sexual cristiana. Cosas que antes estaban prohibidas, ahora se aplauden. Cosas que se consideraban impensables ahora se tienen por naturales y buenas. A los cristianos se los ve cada vez más como retrógrados que viven una moral anticuada, represiva e irrelevante.

Pero esta no es la primera vez que los cristianos han vivido una ética sexual en pugna con el mundo que los rodea. De hecho, la iglesia emergió y el Nuevo Testamento fue entregado a un mundo totalmente opuesto a la moral cristiana. Casi todos los textos del Nuevo Testamento que tratan de la sexualidad fueron escritos a cristianos que vivían en ciudades de predominio romano. Esta ética cristiana no llegó a una sociedad que necesitara una leve acomodación o una sociedad ansiosa por escuchar su mensaje. No, la ética cristiana colisionó estrepitosamente con la moralidad sexual romana. Matthew Rueger escribe sobre esto en su fascinante libro Sexual Morality in a Christless World y, basado en su obra, quiero señalar 3 horribles características de la sexualidad romana, cómo las aborda la Biblia, y de qué manera esto nos desafía en la actualidad.

La sexualidad romana se trataba de dominación

Los romanos no pensaban en términos de orientación sexual. Más bien la sexualidad estaba ligada a ideas de masculinidad, dominio masculino, y la adopción de la búsqueda griega de la belleza. «En la mente romana, el fuerte tomaba lo que quería. Era socialmente aceptable que un hombre romano fuerte tuviera relaciones con hombres o mujeres por igual, con tal de que él fuera el agresor. Se miraba con desdén el rol femenino “receptivo” en las relaciones homosexuales».

Un verdadero hombre dominaba en el dormitorio tal como dominaba en el campo de batalla. Tenía sexo con sus esclavos, ya fueran hombres o mujeres; visitaba prostitutas; tenía encuentros homosexuales incluso estando casado; participaba de la pederastia (ver más adelante); incluso la violación en general era aceptable siempre y cuando solo violara a personas de estatus inferior. «Él era fuerte, musculoso, y duro tanto de cuerpo como de espíritu. La sociedad lo desdeñaba solo cuando parecía débil o blando». Por tanto, los romanos no pensaban que las personas estuvieran orientadas hacia la homosexualidad o la heterosexualidad. Más bien entendían que un hombre respetable expresaría su dominación teniendo sexo —consensuado u obligado— con hombres, mujeres, e incluso niños.

La sexualidad romana aceptaba la pedofilia

La búsqueda de la belleza y la obsesión con el ideal masculino condujo a la extendida práctica de la pederastia, una relación sexual entre un hombre adulto y un muchacho adolescente. Este había sido un rasgo común del mundo griego que fue adaptado por los romanos, quienes lo vieron como una expresión natural de privilegio y dominio masculinos. Un hombre romano dirigía su atención sexual hacia un muchacho esclavo o, a veces, incluso un niño libre, y continuaba haciéndolo hasta que el niño alcanzaba la pubertad. Estas relaciones se consideraban aceptables e incluso como una forma idealizada de amor, el tipo de amor que se expresaba en poemas, historias y canciones.

En el mundo romano, «a menudo se consideraba que la esposa de un hombre estaba por debajo de él y era inferior a él, pero una relación sexual con otro hombre, joven o adulto, representaba una forma más elevada de amor y vinculación intelectual. Era un hombre que se unía con alguien igual a él y que por lo tanto podía compartir experiencias e ideas con él de una forma que era imposible con una mujer». La pederastia o pedofilia se entendía como algo bueno y aceptable.

La sexualidad romana tenía una disminuida visión de la feminidad

En la cultura romana, en general no se tenía en alta estima a las mujeres. «Las mujeres solían ser consideradas como débiles física y mentalmente. Eran inferiores a los hombres y existían para servirles a ellos como poco más que esclavas a veces». El valor de una mujer radicaba principalmente en su capacidad de concebir hijos y si no podía hacerlo, rápidamente era desechada. Dado que la esperanza de vida era corta y la mortalidad infantil era alta, las mujeres solían ser casadas en su adolescencia para maximizar el número de hijos que podían concebir.

En lo que respecta a las costumbres sexuales, se tenía a las mujeres en un estándar muy distinto a los hombres. Mientras que los hombres eran libres para tener amoríos homosexuales y cometer adulterio con esclavas, prostitutas y concubinas, una mujer descubierta en adulterio podía ser acusada de un crimen. «El castigo legal por el adulterio le permitía al esposo violar al hombre ofensor y luego, si lo deseaba, matar a su esposa». En el régimen de Augusto, incluso se volvió ilegal que un hombre perdonara a su esposa: estaba obligado a divorciarse de ella. «No basta con sugerir que las mujeres eran subestimadas en la cultura romana. En muchos casos eran tratadas como seres humanos de segunda clase, apenas más honradas que los esclavos».

Promiscuidad sexual y estabilidad social

Queda claro que Roma era una cultura de extrema promiscuidad y desigualdad. Aquellos que tenían poder —ciudadanos varones— podían expresar su sexualidad tomando a quien querían y lo que querían. El modelo de moral sexual de su cultura era ejemplificado por los césares, quienes, uno tras otro, «eran íconos vivientes de inmoralidad y crueldad», y usaban el sexo como un medio de dominación y autosatisfacción.

Con todo, este sistema, pese a lo malvado que nos parece, era aceptado e incluso aplaudido por Roma. Era fundamental para la cultura romana. Para ser un buen ciudadano romano, un hombre necesitaba participar en tal sistema, o al menos no protestar contra él. Para ser leal a Roma, había que ser leal a la moral de Roma. Para los romanos, la postura bíblica «habría sido considerada como una alteración para el tejido social y una degradación del ideal romano de masculinidad». Lo que nosotros consideramos detestable y explotador, para ellos era necesario y bueno.

La condenación del cristianismo

El cristianismo condenó el sistema romano en cada una de sus partes. Según la ética romana, un hombre mostraba su masculinidad en la dominación en la batalla y en el dormitorio. En la ética cristiana, un hombre demostraba su masculinidad en la castidad, en el autosacrificio, en la honra a los demás, en una alegre abstención de toda actividad sexual excepto con su esposa. La comprensión romana de la virtud y el amor dependían de la pederastia: la violación sistemática de muchachos jóvenes. Pero la ética sexual cristiana limitaba la relación a un hombre casado y su esposa. Protegía a los niños y les otorgaba dignidad. Una mujer romana estaba acostumbrada a ser tratada como un ser humano de segunda clase, pero «en el cristianismo, una mujer hallaba una cultura de genuino amor que la consideraba de igual importancia que cualquier hombre a los ojos de Dios. Ella tenía igualdad sexual con el hombre en la unión matrimonial y bajo la ley de Dios tenía igual recurso para exigir fidelidad conyugal».

¿Ves lo que sucede? El cristianismo no simplemente representaba un sistema alternativo de moralidad, sino uno que condenaba el sistema existente, el sistema que era fundamental para la identidad y la estabilidad romanas. Los cristianos eran extraños. Los cristianos eran traidores. Los cristianos eran peligrosos. Su modelo de moral amenazaba con desestabilizar toda la sociedad. No sorprende, entonces, que hayan sido despreciados e incluso perseguidos.

El camino desde Roma

Es inevitable observar vínculos entre la Roma del siglo I y nuestro mundo del siglo XXI. «Nuestros primeros antecesores cristianos no confesaron la castidad bíblica en una cultura segura que concordara naturalmente con ellos. La moralidad sexual que enseñaron y practicaron resultaba inaudita para el mundo romano… La ética sexual cristiana que limitaba las relaciones al matrimonio de un hombre y una mujer no era meramente distinta a la ética romana; era totalmente contraria a los ideales romanos de virtud y amor». Esto es precisamente el motivo por el que los cristianos enfrentaron tanta hostilidad. Su moral amenazaba la estabilidad social pues amaba y protegía a los marginados y sin derechos mientras condenaba (o incluso convertía) a quienes se aprovechaban de ellos.

¿No es esto mismo lo que nuevamente acontece hoy? Nuestra sociedad se está deshaciendo de los últimos vestigios de la ética sexual cristiana, y en tanto que lo hace, una vez más somos extraños y traidores que amenazan con desestabilizar todo el sistema. Mientras insistimos en que el sexo debe limitarse al matrimonio de un hombre y una mujer, amenazamos la estabilidad de una sociedad empecinada en permitir y celebrar casi cualquier cosa excepto el sexo dentro del matrimonio. Mientras insistimos en que las personas solo prosperan dentro de los límites sexuales establecidos por Dios, amenazamos los ideales de virtud y amor que no exigen mayor compromiso que el consentimiento. Mientras vivimos nuestra vida moral conforme a una ética más alta, en silencio condenamos a aquellos que rechazan el susurro en el interior.

Rueger dice: «Los primeros cristianos eran hombres y mujeres de gran valentía. Confesar la moral cristiana siempre requiere ese espíritu valiente». En efecto, confesar y practicar hoy la moral cristiana requiere valentía, la disposición de obedecer a Dios en lugar de a los hombres, incluso frente a la persecución. Que Dios siga infundiéndonos ese espíritu.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en Challies.com.

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

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