Venciendo el temor a otros, al temer a Dios

Fears lurking in the dark

Estaban atrapados por ambos lados. Por un lado, un enorme ejército egipcio que venía detrás de ellos y por el otro, estaba el Mar Rojo. Cientos de miles de personas, jóvenes y viejos, acababan de salir de Egipto pero ahora parecía que su muerte era segura.

Y al acercarse Faraón, los hijos de Israel alzaron los ojos, y he aquí los egipcios marchaban tras ellos; entonces los hijos de Israel tuvieron mucho miedo y clamaron al Señor. Y dijeron a Moisés: ¿Acaso no había sepulcros en Egipto para que nos sacaras a morir en el desierto? ¿Por qué nos has tratado de esta manera, sacándonos de Egipto? ¿No es esto lo que te hablamos en Egipto, diciendo: «Déjanos, para que sirvamos a los egipcios»? Porque mejor nos hubiera sido servir a los egipcios que morir en el desierto” (Éx. 14:10-12).

No es difícil simpatizar con los israelitas en ese momento. Mientras escribo esto, millones de personas en todo el mundo están en cuarentena por el coronavirus. Muchos se sienten atrapados: la amenaza de la enfermedad, las dificultades económicas, la soledad y la incertidumbre sobre el mañana – una receta para el miedo.

El temor a Dios produce obediencia

Todos tenemos momentos en el Mar Rojo y preferiríamos evitarlos si pudiéramos. Cuando leemos sobre la liberación de Israel de Egipto, la salida llegó con un dramático despliegue de diez plagas: sangre, ranas, moscas, mosquitos, ganado muerto y forúnculos. Ahora, Dios podría haber destruido a los egipcios con una sola palabra. ¿Por qué las plagas? ¿Qué estaba haciendo Dios? Antes de la séptima plaga de granizo, Dios instruyó a Moisés para decirle  al faraón:  “Pero en verdad, por esta razón te he permitido permanecer: para mostrarte mi poder y para proclamar mi nombre por toda la tierra.” (Éx. 9:16).

Cuando Moisés habló con el Faraón para darle la noticia que era hora para dejar ir al pueblo de Dios, el pomposo gobernante de Egipto preguntó: “¿Quién es el Señor para que yo escuche su voz y deje ir a Israel? No conozco al SEÑOR” (Éx. 5:2). En su arrogancia, el Faraón pensaba poco en Dios, pero la narración del Éxodo muestra lo tonto que fue al ignorar al SEÑOR.

Después de que Moisés advirtiera que se acercaba una séptima plaga de granizo, añadió una advertencia misericordiosa para proteger a los hombres y a las bestias para que no murieran. ¿Su respuesta? “El que de entre los siervos de Faraón tuvo temor de la palabra del Señor, hizo poner a salvo a sus siervos y sus ganados en sus casas” (Éx. 9:20). Los que temían a Dios, obedecían lo que Él les mandaba.

En las Escrituras, el miedo es más que sentir terror. El miedo al hombre ciertamente incluye eso, pero también significa reverenciar a la gente, necesitarla, o valorar tanto su opinión que nuestras decisiones terminan siendo controladas por ellos. Obedecemos lo que tememos. Tememos al fracaso, a cometer excesos, a estar a la defensiva, a evitar riesgos, a la comparación, a la envidia o a tergiversar la verdad  frecuentemente por lo que otros piensen de nosotros.

El faraón no temía a Dios sino a la gente. Tal vez pensó: “Los israelitas han sido nuestros esclavos por más de 400 años; no voy a ser el responsable por perderlos. ¡El costo de perder la mano de obra esclava sería desastroso para nuestra economía! No voy a dejar que esta deidad israelita me amenace, ¡soy Faraón!” Desesperado por que otros lo vieran a él como importante, poderoso y en control, el Faraón endureció su corazón y pagó el precio.

La triste ironía es que cuando el pueblo de Dios fue puesto contra el Mar Rojo, tuvo el mismo problema que el Faraón: el miedo al hombre. No digo que no estuvieran en una situación difícil (probablemente estaría temblando en mis botas dada la situación), ¡pero recuerden lo que presenciaron! El enfrentamiento entre Dios y el Faraón, sus magos y sus dioses era una broma. Dios no se siente amenazado cuando las naciones se enfurecen, Él se ríe[1].

El temor a Dios proviene de contemplarlo

Con mano poderosa (Éx. 3:19), Dios liberó a Su pueblo de una poderosa nación que lo había esclavizado. Cuando se fueron, fue Egipto el que temblaba de miedo, ¡no Israel! Si hubieran podido recordar quién estaba de su lado, podrían haberse reído del enemigo en lugar de tener miedo.

Las diez plagas de Éxodo 7-12 nos muestran la gloria de Dios. Cuando Dios pasó por la tierra de Egipto durante la última plaga, Dios dijo, “… ejecutaré juicios contra todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.” (Éx. 12:12). Todos los ídolos de este mundo no son nada[2]:

 “Tienen boca, y no hablan; tienen ojos, y no ven; tienen oídos, y no oyen; tienen nariz, y no huelen; tienen manos, y no palpan; tienen pies, y no caminan; no emiten sonido alguno con su garganta. Se volverán como ellos, los que los hacen, y todos los que en ellos confían. (Sal. 115: 5-8).”

Dios es distinto a los ídolos hechos por el hombre. Es el Dios vivo que ve nuestra situación, oye nuestros gritos, mueve montañas, y salva (Éx. 2: 24-25).

Nuestro problema, como los israelitas, es que tendemos a centrarnos en lo que nos preocupa de tal manera que perdemos de vista a Dios, caemos en el miedo y dejamos que sea él quien nos controle, no Dios. Nuestros momentos en el Mar Rojo nos recuerdan que las barras de hierro del miedo existen debido a una visión miope de Dios[3]. Me imagino que, si cuando Cristo regrese en el día final pudiéramos mirar hacia atrás, hacia hoy , nos preguntaríamos, “¿Por qué tenía miedo?”

Encerrados en el Mar Rojo, todo lo que Israel tenía que hacer era recordar la promesa de Dios de llevarlos a la tierra que fluye leche y miel (Éx. 3:8) y la grandeza de Dios revelada en su Éxodo. Ya que Dios no cambia, el Dios que partió el Mar Rojo, es nuestro Dios.

Puede que no tengamos al Faraón respirando en nuestra nuca, pero nuestros momentos en el Mar Rojo no son razones para temer, son oportunidades para ver lo que Dios puede hacer. Puede que no sepamos qué o cuándo actuará, pero necesitamos escuchar lo que Moisés dijo al pueblo: “No temáis; estad firmes y ved la salvación que el Señor hará hoy por vosotros» (Éx. 14:13a). Cuanto más claramente veamos a Dios, menos temeremos al hombre[4].

Conociendo lo propenso que es el pueblo de Dios a olvidar, Dios instituyó la comida de Pascua como un medio para recordar y reforzar la fe (Éx. 12). Cuando las generaciones futuras celebraran esta fiesta y se preguntaran “¿Qué significa esto?” Debían responder: “«Con mano fuerte nos sacó el Señor de Egipto, de la casa de servidumbre” (Éx. 13:14).

De la misma manera, cuando luchamos con el miedo, Dios nos ha dado una comida para recordar y reforzar nuestra fe[5]. Cuando recordamos a Cristo, nuestro cordero de Pascua (1 Cor. 5:7) se nos recuerda un segundo éxodo. A través de la muerte y resurrección de Cristo, nuestro poderoso Dios nos libró del pecado, de Satán y de la muerte. Con nuestro Rey firmemente fijado en nuestro corazón y mente, podemos decir: “El día en que temo, yo en ti confío. En Dios, cuya palabra alabo, en Dios he confiado, no temeré ¿Qué puede hacerme el hombre? (Sal. 56:3-4).

Notas al pie

[1] Sal. 2:4

[2] 1 Cor. 8:4

[3] ver 2 Pe. 1:9

[4] Prov. 14:26

[5] 1 Cor. 11:23-25

 

 

Zach Schlegel

Zach Schlegel el pastor principal de First Baptist Church Upper Marlboro en Upper Marlboro, Maryland. Es el autor de Fearing Others: Putting God First.

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