Hablemos de la fe que debe caracterizar al creyente, una fe que no discrimina a nadie.
Leyendo la carta del apóstol Santiago podemos ver hermosos temas que aborda a nuestra vida, es increíble que después de tantos siglos de haber sido escrita, siga tan vigente. Si no has leído esta carta, te animo a que lo hagas. ¡Qué hermosa es la Palabra de Dios!
“Hermanos míos, no tengáis vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo con una actitud de favoritismo” (Stg 2:1).
Santiago nos está haciendo un llamado a mostrar la fe que tenemos en nuestro Señor Jesucristo, una fe que no hace acepción de personas, que no elige a quién tratar bien y a quién no, sino una fe verdadera, genuina, una fe que muestra el amor de Dios a todos sin excepción. Tal cual lo hizo nuestro glorioso Señor Jesús.
¿Por qué Santiago escribe acerca de no ser discriminatorios con nadie? Porque en la época en que vivió había una marcada preferencia o parcialidad entre las clases; era muy marcado ese odio o prejuicio por ejemplo entre judíos y gentiles, entre los ricos y pobres, esclavos y libres; una exagerada división que existía la cual nuestro Señor Jesucristo vino a romper, a quitar esa barrera de enemistades que los dividía como está escrito en Efesios 2:14-15 que cita:
“Porque Él mismo es nuestra paz, quien de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne la enemistad, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un nuevo hombre, estableciendo así la paz” (énfasis mío).
Nosotras debemos mostrar unidad tanto en la iglesia como en todo sitio, uno de los mandatos de nuestro Señor Jesucristo fue que tuviéramos amor los unos con los otros para mostrar que somos sus discípulos (Jn. 13:34-35). Y el amar a todos, incluye el no hacer distinción entre personas por su etnia, tradiciones, sexo, religión, y sobre todo por su clase social.
“Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y vestido de ropa lujosa, y también entra un pobre con ropa sucia, y dais atención especial al que lleva la ropa lujosa, y decís: Tú siéntate aquí, en un buen lugar; y al pobre decís: Tú estate allí de pie, o siéntate junto a mi estrado. ¿No habéis hecho distinciones entre vosotros mismos, y habéis venido a ser jueces con malos pensamientos?” (Stg. 2:2-4).
Siendo creyentes, ese favoritismo no debiera existir. Me gustó mucho el comentario de David Guzik en esta porción y te la comparto: “El favorecer al hombre rico por encima del hombre pobre en la forma que lo describe Santiago, muestra una profunda carnalidad entre los cristianos”.
Muestra que nos importa más la apariencia externa, en lugar del corazón. Pues el Señor no ve lo que ve el hombre; pues el hombre ve la apariencia exterior, pero el SEÑOR ve el corazón (1 Sam. 16:7). Dios ve al corazón, y nosotros también debiéramos de verlo.
Muestra que entendemos mal quien es importante y bendecido a la vista de Dios. Cuando asumimos que el hombre rico es más importante para Dios, o más bendecido por Dios, entonces ponemos mucho valor en las riquezas materiales.
Muestra un rasgo egoísta en nosotros. Usualmente favorecemos al hombre rico sobre el hombre pobre debido a que creemos que podemos obtener más del hombre rico. Él podría hacernos favores que el hombre pobre no puede.
Esto es común verlo en los no creyentes, pero, si Santiago lo está mencionando en su carta es porque esas mismas actitudes se infiltran en las iglesias y tú y yo necesitamos estar alerta para no caer en ello.
“Hermanos míos amados, escuchad: ¿No escogió Dios a los pobres de este mundo para ser ricos en fe y herederos del reino que El prometió a los que le aman?Pero vosotros habéis menospreciado al pobre. ¿No son los ricos los que os oprimen y personalmente os arrastran a los tribunales? ¿No blasfeman ellos el buen nombre por el cual habéis sido llamados?” (Stg. 2:5-7).
Estos versículos me hacen tanto meditar en la diferencia que existe entre el ser pobre y depender de Dios totalmente, y ser rico confiando en sus riquezas, claro, con sus honrosas excepciones porque no todos los ricos dependen de su dinero, sino que saben que el dador de todo es Dios.
Creo que por eso nuestro Señor hace tanto énfasis en las riquezas de este mundo, en que no las amemos como debemos amar las riquezas celestiales, y hay un versículo que continuamente viene a mi memoria cuando hablamos acerca de riquezas y pobreza:
“Aleja de mí la mentira y las palabras engañosas, no me des pobreza ni riqueza; dame a comer mi porción de pan, no sea que me sacie y te niegue, y diga: ¿Quién es el Señor?,o que sea menesteroso y robe, y profane el nombre de mi Dios” (Pr. 30:8-9)
Nosotras debemos amar a ambos, a ricos y a pobres sin hacer distinción alguna, sin dar preferencia a uno o a otro, sin ser selectivos y menospreciar a ninguno porque ambos son creación de Dios y por ambos murió nuestro Señor Jesucristo.
Busquemos cumplir su Palabra
“Si en verdad cumplís la ley real conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, bien hacéis. Pero si mostráis favoritismo, cometéis pecado y sois hallados culpables por la ley como transgresores. Porque cualquiera que guarda toda la ley, pero tropieza en un punto, se ha hecho culpable de todos. Pues el que dijo: No cometas adulterio, también dijo: No mates. Ahora bien, si tú no cometes adulterio, pero matas, te has convertido en transgresor de la ley” (Stg. 2:8-11)
“Pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado: El problema no es que seas amable con los ricos. ¡El problema es que tú muestres acepción de personas, y que no seas amable con el hombre pobre! Así que no puedes excusar tu acepción al decir, “Estoy cumpliendo el mandamiento de amar a mi prójimo como a mí mismo”. David Guzik
Tengamos cuidado de ser selectivas en cuanto a la Palabra de Dios se refiere, no podemos decir que haremos al pie de la letra un mandato solo porque nos parece bien y nos es fácil hacerlo y dejar de cumplir con aquellos mandatos que no nos gustan, o que preferimos hacer oídos sordos.
Por ejemplo, puedo decidir no mentir más porque se me hace fácil, pero no estoy tan de acuerdo en no robarás y prefiero no seguirlo. Si cumplo con el 99% al pie de la letra, el 1% ya me hace culpable de transgresión, porque a Dios le importa toda la ley. Estaríamos pecando con alevosía, sabiendo que no debo hacerlo y aun así no importarnos y seguir.
“Así hablad y así proceded, como los que han de ser juzgados por la ley de la libertad. Porque el juicio será sin misericordia para el que no ha mostrado misericordia; la misericordia triunfa sobre el juicio” (Stg. 2:12-13).
Recordemos mujer, que todo cuanto digamos será juzgado por Dios en el tribunal de Jesucristo (2 Cor. 5:10). Todo lo que sale de nuestra boca viene directo de nuestro corazón, cada palabra dicha, cada actitud que tengamos será juzgada por nuestro Dios y cosecharemos las consecuencias de cada una de ellas.
Dios nos ayude a cada día renovar nuestra mente, cambiar nuestro corazón y a no olvidar que debemos mostrar el amor a otros de la misma manera que el Señor nos ha amado. Dios nos ayude mujer.