Entender el amor de Dios ha sido uno de mis más grandes anhelos en los últimos años. Yo salí de una denominación que enfatizaba de tal manera este atributo, que dejó de hablar de la justicia divina, poniendo ambas cosas en contraposición. Un día alguien me dijo: “Dios está más lleno de amor que de justicia”. Incluso hay quienes llegan al punto del antinomianismo,[1] afirmando que no importa si pecamos ya que el amor divino nos ha salvado.
Pero el otro extremo tampoco es saludable. Cuando conocí las doctrinas de la gracia, quedé asombrado al ver a muchos que, por hablar tanto de Su justicia y de Su ira contra el pecado, les cuesta darle al amor de Dios su lugar apropiado. Incluso afirman que ese amor está restringido solo a los escogidos, de manera que no comparten la doctrina de la libre oferta del evangelio.
Ambos extremos son desastrosos e ignoran la revelación bíblica. La Escritura muestra cuán fundamental es para el cristiano conocer el amor de Dios, no solo para su salvación, sino para su santificación. Por ejemplo, en la oración de Pablo por los efesios vemos que el amor es el fundamento para ser llenos de la plenitud de Cristo:
También ruego que arraigados y cimentados en amor, ustedes sean capaces de comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y de conocer el amor de Cristo que sobrepasa el conocimiento, para que sean llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios (Ef 3:17-19).
Con este artículo pretendo mostrar cuatro categorías del amor de Dios según se manifiestan en las Escrituras. Mi objetivo es que el lector pueda tener una perspectiva informada de este atributo, de manera que sea impulsado a la santificación y a perseverar en el estudio del carácter divino.
1. El amor esencial de Dios
El amor es esencial a Dios. Como vemos en 1 Juan 4:16, “Dios es amor”, lo cual implica que Él no simplemente lo posee, sino que es parte de Su naturaleza. No hay nada externo a Él que motive este atributo, sino que Él es así desde la eternidad, al igual que ha sido santo, justo, verdad y luz. No sorprende que Pablo lo llame “el Dios de Amor” (2Co 13:11). En palabras de Arthur Pink:
El amor de Dios es inherente. Queremos decir que no hay nada en los objetos de Su amor que pueda provocarlo, ni nada en la criatura que pueda atraerlo o impulsarlo. El amor que una criatura siente por otra es producido por algo que hay en ésta; pero el amor de Dios es gratuito, espontáneo, inmotivado.[2]
En ese sentido, cada uno de los atributos y acciones divinas está caracterizado por el amor. Como explica Susanne Calhoun:
Cada atributo expresa el amor superabundante de Dios. Esto significa que Dios demuestra Su amor no solo en Su bondad, misericordia, gracia, compasión y fidelidad, sino también en Su santidad, justicia, celos e ira. Su amor es santo, así como Su santidad es amorosa.[3]
Al poseer este atributo en Su esencia, Dios es la fuente de toda expresión de amor que pudiera existir en Su creación. Por eso Juan afirma que “Nosotros amamos porque Él nos amó primero” (1Jn 4:19). Al ser hechos a Su imagen, los hombres podemos amar, pero para hacerlo correctamente necesitamos nacer de nuevo y observar a Dios en Sus relaciones, tanto al interior de la Trinidad, como con Sus criaturas. En palabras de Norman Geisler:
Ignorar la naturaleza de Dios significa desconocer la naturaleza del amor absoluto. En resumen, la ética del amor cristiano no es más segura que su fuente, ni más aplicable a la vida que nuestro conocimiento de esa fuente.[4]
2. El amor personal de Dios
El amor es “personal” en el sentido de que exige un objeto que sea distinto de aquel que ama. Así, este amor esencial de Dios ha estado presente en la Trinidad desde antes de la creación: cada una de las tres Personas (Padre, Hijo y Espíritu) ha sido una fuente eterna de amor para las otras dos (Jn 14:31; Mt 3:17).
Por eso, como ya lo mencionamos en el punto anterior, conocer la Trinidad es fundamental para el entendimiento de nuestras relaciones. De hecho, el cristianismo es la única religión que puede promover el amor porque cree en un ser superior que ha amado eternamente. Así lo explica D. A. Carson:
Este amor de Dios entre las personas de la Trinidad no solo diferencia al monoteísmo cristiano de los demás monoteísmos, sino que está estrechamente vinculado de forma sorprendente a la revelación y a la redención.[5]
En Juan 17:26 vemos cómo este amor al interior de la Trinidad se extiende a los hombres: “Yo les he dado a conocer Tu nombre, y lo daré a conocer, para que el amor con que me amaste esté en ellos y Yo en ellos”. Cuando la misericordia, la gracia y la benevolencia se dirigen a personas indignas, es evidente como ese amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu se desborda, saliendo de ellos y derramándose en las criaturas. En palabras de Carson:
El amor del Padre hacia el Hijo y del Hijo hacia el Padre se expresan en una relación de perfección intachable, a la que no le afecta el pecado… el amor del Padre no redime al Hijo, ni el amor del Hijo se expresa en una relación de perdón otorgado y recibido.[6]
3. El amor general de Dios
En Mateo 5:44-48, el Señor nos enseñó a imitar al Padre: debemos amar a nuestros enemigos buscando su bien, bendiciéndoles y orando por ellos. Este texto muestra que Dios expresa misericordiosamente Su amor hacia todos los hombres que han pecado en Adán, no solo los escogidos. Él otorga Sus bondades a todos los seres humanos al proveerles lo necesario para la vida, sin que lo merezcan y por amor a Sí mismo.[7] Bien dice Berkhof:
Él ama a Sus criaturas racionales por Su propio bien o, para expresarlo de otro modo, en ellos Él se ama a Sí mismo, Sus virtudes, Su obra y Sus dones. Él ni siquiera retira Su amor completamente del pecador en su pecaminoso estado actual, aunque el pecado de este es una abominación ante Él, en vistas de que Él reconoce incluso en el pecador Su imagen y semejanza.[8]
Pero, la mayor muestra del amor de Dios hacia todos los hombres caídos en Adán es Su ofrecimiento de las buenas noticias del evangelio (Ez 33:11), por lo que podemos asegurar que Dios no se goza en condenar, sino en salvar (Jn 3:17). Todos los hombres son misericordiosa y genuinamente llamados a venir a Cristo, y con ese objetivo Él le ha dado a la iglesia el ministerio de la reconciliación (2Co 5:18-20).
Sin embargo, cuando Su amor en Cristo es menospreciado, Él actúa justamente y condena al culpable eternamente (Nm 14:18). Su amor exige justicia, sea en Cristo para salvación eterna o en el infierno para condenación eterna (2Ts 1:8).
4. El amor pactual de Dios
El amor pactual de Dios es la expresión de Su compromiso inquebrantable y misericordioso hacia Su pueblo, basado en un pacto establecido desde la eternidad. A través de este amor, Dios cumple Sus promesas redentoras, protegiendo, preservando, y guiando a aquellos que Él ha escogido, y lo hace sin depender de la perfección o méritos humanos, sino únicamente a través de la obra perfecta de Cristo. El amor pactual de Dios se manifiesta en la historia de la redención, desde la elección de un pueblo hasta la consumación de todas las cosas en Cristo, y exige de los recipientes de este amor una respuesta de fe y obediencia.
Se necesita de alguien perfectamente justo para que Dios, por amor a dicho hombre justo, le dé Su amor a un pueblo (Gn 18:26). Como bien dice Berkhof: “En virtud de que Dios es absolutamente bueno en Sí mismo, Su amor no puede hallar completa satisfacción en ningún objeto que se quede corto en cuanto a perfección absoluta”.[9]
Solo Cristo, como el segundo Adán, fue absolutamente perfecto, y por eso Dios, Su Padre, pudo decir que en Él tenía Su complacencia perfecta (Mt 3:17). Fue basado en la satisfacción de Dios por Su Hijo, quien se ofreció voluntariamente desde la eternidad para venir al mundo, obedecer la ley y morir como sustituto por el pecado del pueblo, que Dios pudo pasar por alto los pecados de Su pueblo en el Antiguo Testamento (Ro 3:21-26), justificándolos por la fe.
Fue por este pacto de amor que Dios bendijo a la descendencia de Abraham. Los redimió de Egipto, les ofreció Su presencia, los protegió, los disciplinó, los preservó como remanente, y les dio a David como rey, prometiéndoles que de su linaje vendría un Rey justo que reinaría para siempre. Dios les rescató de sus enemigos, se regocijaba en ellos, les tuvo paciencia, y finalmente, cumplió las promesas hechas a Abraham por amor a Su Nombre.
Este amor pactual en Jesucristo es aplicado por el Espíritu en el corazón de aquellos que Dios escogió desde la eternidad (Ef 1:4). Es a través de este gran amor que Dios trae a los hombres de la muerte a la vida (Ef 2:5). Por esta razón, todo aquel que es salvado, adoptado, santificado y glorificado por Dios, entra en una comunión de amor con las tres personas de la Trinidad (Jn 14:15-23).
¿Cómo respondemos al amor de Dios?
Sin embargo, la Escritura también nos enseña que este pacto de amor en Jesucristo requiere dos respuestas de aquellos que lo reciben.
Primero, fe (Hch 3:19-20). Una fe que descansa en las promesas de Dios y en el sacrificio sustitutivo de Jesucristo; una fe que impulsa a amar y servir al Señor. Este amor pactual, aunque es inmerecido (Dt 7:7), busca el bien de aquellos a quienes se extiende, un bien que consiste en la restauración de la imagen de Dios o la vindicación de Su gloria en los recipientes de este amor. Cuando este amor pactual es recibido, quienes lo experimentan se regocijan en las misericordias y la gracia de Dios.
Segundo, en respuesta, aman y obedecen a Cristo, buscando el bienestar de la iglesia y anhelando la salvación de los hombres.
Referencias
[1] Una forma de anarquía espiritual, que rechaza la ley planteando que no tiene ningún lugar en la vida cristiana, sea como instructora o como asesora. – M. H. Manser, Diccionario de temas bíblicos, ed. Guillermo Powell (Bellingham, WA: Software Bíblico Logos, 2012).
[2] Arthur Pink, Los Atributos de Dios (Estandarte de la Verdad, 1997), 112.
[3] Susanne Calhoun, “Amor de Dios”, en Sumario Teológico Lexham, ed. Mark Ward et al. (Bellingham, WA: Lexham Press, 2018).
[4] Norman Geisler y Ron Brooks, Apologética: Herramientas valiosas para la defensa de la fe (Miami, FL: Editorial Unilit, 1997), 340.
[5] D. A. Carson, La difícil doctrina del amor de Dios, trad. Elena Flores Sanz, 1a Edición. (Barcelona: Publicaciones Andamio, 2001), 17.
[6] D. A. Carson, La difícil doctrina del amor de Dios, 23.
[7] Debemos recordar que la misericordia es no dar a alguien lo que merece.
[8] Louis Berkhof, Teología Sistemática, trad. Cristian Franco (Bellingham, WA: Editorial Tesoro Bíblico, 2018).
[9] Louis Berkhof, Teología Sistemática.