De mis padres y abuelos aprendí el dicho: “En casa de herrero, cuchillo de palo”. Se supone que el herrero debe tener el mejor de los cuchillos porque es la persona que trabaja con metal y da filo a las herramientas de todos en la comunidad. Sin embargo, algunos herreros tienen los peores cuchillos porque no utilizan sus talentos para el beneficio de su propio hogar.
¿Es posible que ese dicho sea realidad en la vida de aquellos que creemos y enseñamos la sana doctrina? ¿Es posible que aquellos que creen y enseñan buena doctrina lleven vidas que deshonren a Dios?
Siempre he creído firmemente que tener una doctrina correcta debería llevarte a tener una vida correcta delante de Dios. Las verdades te hacen andar en la verdad, y los errores te hacen andar en error. Sin embargo, al analizar mi propio cristianismo y escuchar acerca de muchos hombres y mujeres que, aun creyendo doctrinas correctas, han vivido en pecado (algunos catastróficamente), me pregunto si estoy equivocado.
¿Doctrinas en orden producen, automáticamente, vidas en orden? Para responder esta pregunta, podemos examinar tres ejemplos de la Escritura.

El ejemplo de los escribas
Cuando Jesús entró oficialmente en escena después de su bautismo (Mt 4:17), se encontró con varios grupos religiosos. Entre otros, podemos mencionar a los escribas, los saduceos y los fariseos. Los saduceos no creían en la resurrección, ni en los ángeles, ni en lo sobrenatural (Lc 20:27). Su filosofía se resume en esta frase: “Vive tu vida, porque cuando mueras todo termina”.
Un grupo de saduceos llegó a Jesús unos días antes de Su crucifixión para preguntarle acerca de la resurrección, con el propósito de atraparlo en una falta y tener argumentos para acusarle. El caso que presentaron a Jesús fue el siguiente: una mujer se casó con siete hermanos que no pudieron tener hijos, cumpliendo así la ley del levirato de Deuteronomio 25:5. En el cielo, ¿quién sería el esposo de la mujer? Los saduceos estaban, implícitamente, burlándose de la doctrina de la resurrección. Pero Jesús les respondió: “Están equivocados por no comprender las Escrituras ni el poder de Dios” (Mt 22:29). Su falsa doctrina apoyada, basada en una mala interpretación del Pentateuco, los había llevado a creer y a vivir en error. Pero Jesús les muestra, a través de Éxodo 3:6, que “Él no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mt 22:32), afirmando que la resurrección es una doctrina correcta.
Los escribas, quienes sí creían en la resurrección y estuvieron presentes en la conversación con los saduceos, le respondieron a Jesús: “Maestro, bien has dicho” (Lc 20:39). A diferencia de los saduceos, ¡la doctrina de los escribas estaba en orden! Pero ¿qué pasaba con sus vidas? Jesús advierte severamente sobre ellos: “Cuídense de los escribas… que devoran las casas de las viudas, y por las apariencias hacen largas oraciones; ellos recibirán mayor condenación” (Lc 20:46-47). ¡Sus vidas estaban en desorden!
Jesús expuso la codicia que los escribas practicaban sin escrúpulos. Ellos servían a menudo como administradores de los bienes de las viudas, lo cual les daba la oportunidad de convencerlas para que sirvieran a Dios ofrendando para el templo o su propio trabajo santo de copiar la ley de Dios. El escriba se beneficiaba monetariamente y robaba el legado económico que los esposos habían dejado a sus viudas.
Así, los saduceos vivían en error porque habían creído lo que estaba errado. Sin embargo, los escribas vivían en error a pesar de que su doctrina acerca de la resurrección era correcta.

El ejemplo de los corintios
Ahora meditemos en la vida de nuestros hermanos corintios. Ellos habían tenido tres de los más reconocidos maestros de la iglesia primitiva: el apóstol Pablo, el apóstol Pedro y Apolos. Estos habían sido algunos de los más notables pastores del primer siglo. Además, los asistentes de estos tres grandes hombres de la fe en Corinto fueron Silas, Timoteo, Priscila y Aquila, entre otros buenos maestros nombrados en la Escritura. Debido a tan completa enseñanza, los corintios eran hermanos que tenían buena doctrina. Su fundamento en la fe estaba bien formado.
Aunque los de Corinto tenían dudas y confusión acerca de algunas doctrinas, como los dones espirituales y la resurrección, el mayor problema de la congregación no era doctrinal (como sí lo fue el de los gálatas). El mayor problema de esta iglesia era moral. A pesar del gran legado teológico que habían recibido, el pecado, la carnalidad y la mundanalidad estaban ahogando el testimonio de la iglesia, “al extremo de que alguien tiene la mujer de su padre” (1Co 5:1).
El ejemplo de Satanás y sus demonios
Satanás tiene buena doctrina. De hecho, él conoce la Biblia muy bien, y su conocimiento es más avanzado que el del creyente más maduro. Pero su buena doctrina no le salva ni le guía hacia la obediencia a Dios. Santiago, hablando sobre la importancia de que la fe esté respaldada por las obras, le dice a su audiencia: “Tú crees que Dios es uno. Haces bien; también los demonios creen, y tiemblan” (Stg 2:19).
En las narraciones que nos dejaron Mateo, Marcos, Lucas y Juan, los demonios reconocían la procedencia de Jesús y su deidad (Mr 5:6-7). En un examen de teología propia y cristología, ¡estos demonios habrían tenido una calificación del 100 por ciento! Sin embargo, esto no los redime ni los lleva a vivir en obediencia al Creador.

Luchar por la sana doctrina y la obediencia
Después de ver estos tres ejemplos, ¿concluimos que debemos desechar la doctrina? No. Por el contrario, Dios nos llama a conocer, amar, enseñar y defender la sana doctrina. Pero, al mismo tiempo, el Señor nos ha llamado a luchar en contra del pecado en nuestras vidas y vivir en santidad delante de Él y de aquellos que nos rodean. Satanás es muy astuto y puede engañarnos llevándonos a cualquier extremo: por un lado, podemos olvidar la sana doctrina mientras intentamos vivir en obediencia, lo cual es imposible; por el otro, podemos interesarnos por la buena doctrina sin hacer morir el pecado en nuestras vidas, lo cual nos lleva a la hipocresía.
Las palabras de Pablo a Timoteo resuenan con la misma autoridad para todos nosotros: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina” (1Ti 4:16, RVR1960). Nunca debemos descuidar nuestra doctrina. Estamos llamados a conocer a Dios, entender la salvación, comprender la obra de Cristo, ser capaces de explicar el trabajo del Espíritu Santo y alegrarnos al recordar las doctrinas de la gracia. Pero, al mismo tiempo, debemos cuidar nuestra vida. Estamos llamados a hacer morir la lujuria, el chisme, la falta de contentamiento, la fornicación, el lenguaje que no edifica, las detracciones, la glotonería, la mentira, la procrastinación, el orgullo y la impaciencia, entre muchos otros pecados.

Seis consejos prácticos
¿Cómo cultivar una vida de obediencia a Dios basada en la sana doctrina? Quiero terminar con estos seis consejos prácticos.
1. Recuerda el evangelio. Cuando estábamos muertos en pecados y en la incircuncisión de nuestra carne, Dios nos dio vida juntamente con Cristo, perdonándonos “todos los pecados” (Col 2:13). Tus pecados han sido perdonados por Cristo y Dios te ha adjudicado gratuitamente la justicia, santidad y perfección de Su Hijo. Que la culpa por el pecado no te destruya. Corre a Jesús y recuerda que Su obra ya fue completada a tu favor.
2. Examina tu vida a la luz de la Biblia y en oración, para que Dios te muestre qué pecados has guardado en tu corazón y qué ídolos han ocupado el lugar de tu Creador.
3. No confíes en tu consciencia. Este es un buen dispositivo que Dios nos dio para saber cuándo hacemos mal, pero a veces falla como consecuencia de la caída. Mejor confía en las Escrituras y en la obra del Espíritu Santo que te santifica.
4. Busca a un creyente maduro y pregúntale con humildad cómo ve tu vida. Preferiblemente, debes buscar a alguien que te conozca de cerca y que esté dispuesto a hacer las preguntas difíciles. Recuerda que es muy fácil para nosotros señalar el pecado en otras personas, pero es difícil reconocerlo en nuestro propio corazón.
5. Acércate a una persona que conozca y ame las Escrituras para rendirle cuentas de tu vida y recibir ánimo y corrección. No dejes de hacer esto por el resto de tus días, porque tu corazón es demasiado engañoso como para tratar de vivir en obediencia a Dios en soledad.
6. Por último, cuando Dios te haya mostrado un pecado, arrepiéntete y haz la guerra contra esa desobediencia en tu vida. Mata el pecado antes de que este te destruya. Esto traerá gozo a tu vida y serás fructífero para tu Señor y Salvador.