Un día para agradecer

Cada día es bueno para una Acción de Gracias. Pero el corazón no es naturalmente agradecido, no lo es. Él necesita ser entrenado en esto. Entrenemos entonces.

Cada día es bueno para una Acción de Gracias. Pero el corazón no es naturalmente agradecido, no lo es. Él necesita ser entrenado en esto. Entrenemos entonces. Empiezo yo. Te agradezco Dios, porque cuando el sol da en el agua, más aún por la mañana, inventa para multiplicarse en un millón de pequeños soles. Ya sea en el lago, mar, río o charco. Es una meiosis luminosa que hace que el pecho pique. Te agradezco porque cosas malas como las rodillas desolladas y la sensación de desgaste en los dientes me hacen darme cuenta de que soy cuerpo y alma. No soy una mente, sino un ser completo compuesto de cuerpo y alma. Y así seré para siempre (pero revestido de incorruptibilidad). Gracias porque el café me hace sonreír al primer sorbo. Siempre. No importa el estado de ánimo. Siempre me hace reír. Gracias porque que los perros existen. Dios quiso hacerlos. Él en la eternidad planeó la existencia de los perros. Y lo hizo para que pudieran existir en muchos colores, tamaños, formas, temperamentos, pelajes. Shih-tzus, callejeros y rottweilers son prueba de la sublime existencia de Dios. Te agradezco porque en mi vida hay personas que se enfrentarán a cualquier cosa por mí, sin que yo esté ni cerca de merecer algo así. Agradezco la existencia de un libro en mi idioma que es a la vez lámpara, pan y miel. Gracias por los niños y las cosas maravillosas que piensan y dicen. Gracias por ayudarme a, al mismo tiempo, dejar de ser y volver a ser un niño. Que nunca lo supere. Te agradezco por la comida en abundancia, por la salud que está mejor de lo que merezco, por el frío y por el calor intenso. Gracias por el proceso de curación. Es una especie de milagro si lo piensas bien. No tenía que ser así. Dios hizo cuerpos que sanan por sí mismos. Incluso si la herida de la rodilla lastimada se pega al interior de los jeans. Bueno, mejor así que no sanar. Gracias porque no pasa un año sin que descubra nuevos autores que llego a amar y digo: “¿Cómo es que no había leído nada de él (ella) antes?”. Les agradezco porque Dios me hizo crecer en las ganas de escribir en este año. Hay tantos proyectos. Ellos alegran e iluminan el futuro que a veces parece tan nublado. Te agradezco por la piel que estremece, por la nariz que huele la fritura, por la lengua que disfruta al chocolate, por los ojos que contemplan el amor, por el oído que discierne notas organizadas de manera melódica. Por las ovejas que me aman y que necesitan de mi amor. Por mis compañeros pastores que manejan la palabra aguda a mi lado y muchas veces me cortan. Por los oficiales de la iglesia, que cargan con los hombros y con tanta frecuencia llevan casi toda la carga. Por las estrellas que existen al otro lado del universo y que solo Dios ha visto y se complace. Para amigos pastores a los que les puedo decir ciertas cosas. Por los amigos no pastores, a los que puedo hablar otras cosas. Por el domingo y sus destellos. Por los animales que Dios hizo para poblar la tierra, los cielos y los mares. Por el fútbol. Por el hecho de que la luz cambia a lo largo del día. Por la existencia de lugares inefables en un planeta lleno de cicatrices. Ya pude ver varios de ellos y mis ojos ardieron. Hay más por ver. Por la música y su espectro completo. Porque hay fiordos en Noruega, aunque nunca los he visto en persona. Saber que están ahí me alegra y me anima. Por las auroras que colorean los cielos en lugares inimaginables en pleno invierno. ¿Es realmente cierto que esto sucede? A través de bosques en el Amazonas, a través de árboles torcidos del cerrado, a través de tundras asiáticas y a través de islas en el Pacífico Sur. Por las montañas del Himalaya que vi. Por los sistemas de metro de la increíblemente elegante Londres, por los ríos que atraviesan las capitales, por una ciudad en forma de avión, por el conjunto de mar y montaña que existe en forma de río. Por el paisaje de Nueva Zelanda. Por el Tajo, el Sena, el Támesis, el Nilo, el Danubio y el Mississippi. Corren hacia el mar y me enseñan a correr también. Por personas. Que existen en tal variedad que, aunque sean miles de millones, no se repiten. Dios visto en una imagen, aunque fracturado por la caída. Por el tabernáculo que habitó entre nosotros y sangró por un vil bandido como yo. Por el Espíritu que vino a habitar y reformar esta humilde casa. No pares, sigue limpiando. Por el Padre que gobierna cada nanosegundo y que es la fuente de todos estos dones. Por el inmerecido honor de llamarme para ser heraldo. Gracias. Por siempre, gracias.

Emilio Garofalo Neto

Emilio Garofalo Neto es ministro presbiteriano y pastor de la Iglesia Presbiteriana Semear en Brasilia, DF. Completó su doctorado en el Reformed Theological Seminary en los Estados Unidos. Es profesor de teología sistemática en el Seminario Presbiteriano de Brasilia y profesor invitado de teología pastoral en el CPAJ.

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