«Y dile al pueblo: ‘Conságrense para mañana, y comerán carne, pues han llorado a oídos del Señor, diciendo: “¡Quién nos diera de comer carne! Porque nos iba mejor en Egipto.”«, Números 11:18.
El pueblo de Israel marchaba hacia la tierra prometida, luego de haber sido liberados de una manera maravillosa con señales que el Dios de los cielos había realizado ante Faraón para que los dejara marchar. Moisés estaba liderando este pueblo numeroso, aproximadamente más de dos millones de personas. Y como Dios no los sacó de Egipto para su muerte, Él les proveyó alimento en medio del desierto sobrenaturalmente, dejando caer junto con el rocío de la mañana un pan del cielo, el maná. Cada día el pueblo recibía su porción de maná, no para el día de mañana, sino cada día recibía su porción, y el Señor les mostraba su providencia y cuidado. Además la nube del Señor los cubría de día en su peregrinar para que el sol ferviente del desierto no los dañara, y sus vestidos no envejecían, y sus calzados no se arruinaban, y la providencia del Señor era evidente a cada uno, desde el más anciano al más pequeño de ellos. Pero como el ser humano ha caído en el pecado, y su inclinación siempre es hacer el mal, su corazón no se satisfacía con su Señor y querían comer carne. Comenzaron a quejarse y decir que extrañaban lo que Egipto les daba para alimentarse, pescados, cebollas, puerros, pepinos, ajos, etc. Y que ahora, ¡tan solo tenían ese maná!, «¡Queremos carne!», sería el grito de estos millares de personas. Pero lo que realmente estaban diciendo es: «Dios, lo que estás decidiendo para nosotros no es lo mejor, nosotros sabemos lo que es bueno, lo que necesitamos comer para ser felices y estar satisfechos, lo del maná fue bueno para uno o dos días, pero ya es tiempo de algo mejor, de comer de los pescados que Egipto nos daba… ¡Oh! esos ajos y cebollas que comíamos… ¡Ya no queremos maná!». El pueblo había dejado de confiar en la providencia de Dios para ellos; en su buena, agradable y perfecta voluntad para sus vidas. Lo que Dios les había provisto para su bienestar ya era despreciable para ellos. Esto encendió la ira del Señor, y les envió codornices para que comieran, «hasta que les salga por las narices y les sea aborrecible, porque han rechazado al Señor, que está entre ustedes, y han llorado delante de Él, diciendo: “¿Por qué salimos de Egipto?”» (Nm 11:20). Dios dice: «No desecharon el maná solamente, me rechazaron a Mí, que los liberé de Egipto y están anhelando lo que comían en la opresión y esclavitud». Él les envió las codornices por montones, tanto que había codornices como 90cm de espesor y como un día de camino de cada lado del campamento. Ellos recogieron, prepararon y cuando lo estaban comiendo la ira del Señor llegó y los hirió con una plaga muy mala. A este lugar lo llamaron «Tumbas de la codicia» (Kibrot Hataava). Pienso en mi propia vida y cuantas veces yo me quejo delante de Dios por lo que Él ha provisto para mí. Yo no merezco nada de lo que tengo, porque la Biblia me enseña que soy un pecador desde el día que me concibió mi madre, y que lo que merezco es un castigo sin final. Dios me provee de muchas cosas, de alimento, de hogar, de vestido, de familia, etc. Y en muchas ocasiones lo que Dios nos provee a cada uno lo comparamos con lo que otro tiene, o con lo que hemos tenido en otro tiempo. Y básicamente eso es decirle a Dios que lo que nos ha dado hoy no es justo, que lo que nos provee hoy no es lo mejor, que nosotros sabemos qué es lo mejor para nuestras vidas. Como si a Dios le faltara sabiduría y generosidad, ponemos en tela de juicio su providencia. ¡Qué pecadores que llegamos a ser! Y aun así Él envía su providencia para nosotros, y la mayor de ellas en el sacrificio de Su Hijo Unigénito en la cruz. Miremos nuestras circunstancias, lo que tenemos y no tenemos y descansemos en que el Señor que es bueno, justo y sabe qué cosa necesitamos y qué es lo mejor para nosotros hoy.