Por ahora, gemimos: encontrando esperanza en un mundo fracturado

¡cuando Facebook afirma que tenemos 967 amigos! Todavía nos sentimos tan solos.
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Allí estaba mi niña, de 4 años, con su pijama y su andrajoso conejito de peluche bajo el brazo. Observó con atención el poster en su pared y recitó su contenido. ¡Era una visión digna de una tarjeta de felicitaciones!

Pero sus palabras no se ajustaban a la imagen de la tarjeta de felicitación. No hubo ABC en ese poster.

«Aquí están los lantánidos, mamá. ¡Mamá! «, Exclamó, pasando el dedo por una fila de la tabla periódica. «¡Y cuando llegamos al helio, comenzamos los gases nobles! Argón, Criptón, Xenón…»

Sin sincronización

Dios nos ha bendecido a mi esposo y a mí con un niño asincrónico. Comenzó a leer por su cuenta a los tres, y ahora puede multiplicar en su cabeza. Él devora libros y le encanta profundizar en las maravillas del mundo de Dios. Sin embargo, sus dotes intelectuales apenas simplifican la vida. Social y emocionalmente, él sigue siendo de cuatro. Las rabietas estallan cuando sus frágiles emociones correspondientes a un niño de cuatro años no pueden soportar los conceptos que no comprende: «¿Dios perdonó a Judas cuando Jesús murió?» «¿Podría un asteroide, como el que mató a los dinosaurios, estrellarse con la tierra otra vez?»

La sensibilidad y la ansiedad transforman las tareas más mundanas en una prueba duradera. Odia las servilletas ásperas, los hilos en los calcetines, las etiquetas en las camisas, la televisión, los inodoros y las multitudes. La crisis ocurre cuando no coordinamos el color de su plato y taza. Sin embargo, desde su asiento del automóvil, mientras pasamos por un campo, reflexionará alegremente: «¡Eso me recuerda a la tundra ártica!». Él es talentoso, maravilloso, gracioso… y totalmente fuera de sincronización.

En los últimos dos años, he leído montañas de libros sobre psicología infantil, que nos han equipado con datos cruciales sobre la neurobiología que gobierna sus retos. Mientras pasa el tiempo, sin embargo, las lecciones que he cosechado de este niño brillante van más allá de la química cerebral. Las estrategias para calmarlo y educarlo son invaluables, pero no suficientes; dudo que sean suficientes para cualquiera.

La verdad es que, espiritualmente, todos estamos fuera de sincronización.

Peregrinos en la tierra

En este lado de la gloria, nuestras vidas están dislocadas. Nuestro desequilibrio puede no manifestarse en las tablas periódicas y la fobia a las servilletas, pero aun así nos empuja a arruinar nuestros días. Todavía no he encontrados a la primera persona en esta tierra quebrantada que no se haya sentido varado e incomprendido. Luchamos con vergüenza, culpa y torpeza. Meditamos sobre nuestras acciones, sobre analizamos las conversaciones y lamentamos nuestras palabras. Nos preguntamos “¿por qué?”, en una cultura saturada de pantallas LED, tweets y actualizaciones de estado, ¡cuando Facebook afirma que tenemos 967 amigos! Todavía nos sentimos tan solos. Como si los pedazos de nosotros mismos no encajaran del todo, como si en este gran y vasto mundo, ni una sola alma realmente nos conoce.

Dios nos creó para una existencia diferente de aquella en la que ahora estamos. Él nos diseñó para una tierra sin pecado, donde todas las facetas únicas de nosotros mismos, exquisitas en su diversidad, trabajarían en armonía para servirlo (Gn. 1:26-31). Antes de ese momento terrible cuando Adán y Eva ansiaban la rebelión, vivieron sin vergüenza en su desnudez (Gn. 2:25). Sólo después de su caída en pecado buscaron hojas de higuera para proteger su vulnerabilidad (Gn. 3:7). Sólo después de que el pecado se deslizó sobre la tierra como humo, corrompiéndola, el aire, las bestias del campo y nuestros propios corazones; el mundo se volvió amenazante, y nos volvimos inquietos vagabundos, buscando siempre nuestro camino a casa (Gn. 3:22-24).

La vida se siente tan rara porque, en este lado de la gloria, no podemos servir a Dios como Él quiso (Ro. 3:23). Así como mi hijo ansía átomos cuando aún no los puede escribir, de la misma manera anhelamos conocer a Dios con todo nuestro ser, pero nuestros cuerpos rotos nos fallan. El pecado une nuestras manos. Anhelamos servir fielmente, pero titubeamos: «porque el querer está presente en mí, pero el hacer el bien, no» (Ro. 7:18). Arrancados de los brazos de nuestro Creador, sentimos la pérdida en nuestros huesos, e incesantemente sedientos de alivio en un mundo, también gimiendo, que no puede ofrecer consuelo (Ro. 1:19, 8:22; Sal. 42:2). Nuestras almas atribuladas anhelan los pozos de la paz, pero encuentran solo triviales gratificaciones en su lugar.

Corazones fracturados sanados

Sin embargo, nosotros predicamos a Cristo crucificado (1 Co 1:23). Como nuestro mediador y nuestro Redentor, solo Cristo puede volver a unir nuestros fragmentos. Solo Él sana nuestros corazones fracturados, y cierra el espacio que nos separa de tan lejano cielo. A través de la cruz, Él nos justificó ante Dios. El Espíritu ahora nos santifica, suavizando los fragmentos y vacíos que enfrentan nuestras almas. Tenemos la seguridad en Cristo de un nuevo nacimiento, y mientras esperamos el regreso de Jesús, el Espíritu nos refina en la edad presente. Como en una pintura de Picasso, Dios organiza nuestros ángulos rígidos y bordes irregulares para moldearnos de maneras llamativas y extraordinarias. Él trabaja en nosotros, incluso a través de nuestras heridas abiertas y líneas desiguales, obrando para el bien de Su pueblo (Ro. 8:28).

Mientras luchamos por reconciliar los abismos dentro de nosotros mismos, corramos a la cruz. A medida que estudiamos libros de psicología, también nos aferramos a nuestra esperanza en el Evangelio. A medida que recordamos las tablas periódicas y los pijamas, enseñémonos unos a otros, especialmente a nuestros hijos, que todas las alegrías surgen de Dios. Nuestra esperanza por una vida resplandeciente, diversa, unificada y santificada, una vida en sintonía con Su propósito previsto, brota solo de Él.

Artículo original de Desiring God | Traducido por Jorge Rivera

Kathryn Butler

Kathryn Butler es una cirujana de trauma y cuidados críticos convertida en escritora y madre de familia. Es autora de «Glimmers of Grace»: A Doctor’s Reflections on Faith, Suffering, and the Goodness of God. Ella y su familia viven al norte de Boston.

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