Cómo encontrar esperanza en un mundo caído

Mi hijo de cuatro años de edad, estaba parado en pijamas con su conejito destrozado debajo del brazo. Estudiaba un póster en su pared y apuntando con un dedo hacia el mismo, recitó su contenido cantado. Del momento brotaba suficiente extravagancia como para una tarjeta de saludos.   Pero sus palabras no encajaban con la imagen de la tarjeta de saludos, ya que, no había un ABC en ese póster.  “¡Aquí están los lantánidos, ma, ma!” exclamaba, recorriendo su dedo a lo largo de la fila de la tabla periódica. “¡y cuando obtenemos el helio, comenzamos los gases nobles! argón, criptón, xenón…”  

Fuera de sincronía

Dios nos ha bendecido a mi esposo y a mí con un hijo fuera de sincronía. Él comenzó a leer por sí mismo a los tres años, y ahora puede multiplicar en su mente. Devora libros y le encanta profundizar en las maravillas del mundo de Dios. Por supuesto, sus talentos intelectuales difícilmente simplifican la vida. Social y emocionalmente sigue teniendo cuatro; rabietas irrumpen cuando su frágil sensibilidad de cuatro años no puede asumir los conceptos que él comprende: “¿Perdonó Dios a Judas cuando Jesús murió?”, “¿Puede un asteroide, como el que mató a los dinosaurios, golpear la tierra otra vez?”   La sensibilidad y ansiedad transforman la tarea más cotidiana en una prueba. Él odia las servilletas arrugadas, las hebras en los calcetines, las etiquetas en las camisas, la televisión, la descarga del inodoro y las multitudes. Las crisis ocurren si nosotros no coordinamos los colores de su plato y su vaso. Sin embargo, desde su asiento en el auto, mientras pasamos por un campo, él podría reflexionar alegremente: “¡Eso me recuerda la tundra ártica!”. Él es talentoso, maravilloso, gracioso… y completamente fuera de sincronía.   En los últimos dos años, he tenido que leer montones de libros sobre psicología infantil, lo cual nos ha proporcionado conocimientos cruciales sobre el manejo y los desafíos que trae la neurobiología. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, las lecciones que obtuve de este brillante niño se han extendido mucho más allá de la química cerebral. Las tácticas para calmarlo y enseñarle son invaluables, pero no suficientes y dudo que sean suficientes para cualquiera.   La verdad es que, espiritualmente, todos estamos fuera de sincronía. 

Peregrinos en la tierra

En este lado de la caída, nuestras vidas están fuera de lo establecido. Nuestro desequilibrio puede no manifestarse en tablas periódicas ni fobia a las servilletas, pero este continúa empujándonos a arruinar nuestros días. Todavía no he conocido a alguien en este mundo fracturado que no se haya sentido abandonado e incomprendido. Luchamos con la vergüenza, la culpa y la incomodidad. Meditamos sobre nuestras acciones, sobreanalizamos conversaciones y lamentamos nuestras palabras. Nos preguntamos por qué, en una cultura saturada de pantallas LED, tweets, actualizaciones de estado, y ¡cuando Facebook clama que tenemos 967 amigos!, aún nos sentimos solos. Como si las piezas de nosotros mismos no se alinearan del todo y las costuras no se unieran; como si en el grande y vasto mundo ni siquiera un alma nos conociera realmente.   Dios nos creó para una vida diferente de la que ahora nos afanamos. Él nos diseñó para un mundo limpio del pecado, donde todas nuestras facetas únicas y exquisitas en diversidad, trabajarían en armonía para servirlo (Génesis 1:26-31). Antes de ese terrible momento cuando Adán y Eva se revelaron, ellos vivieron sin vergüenza en su desnudez (Génesis 2:25). Solo después de su caída buscaron hojas de higuera para proteger su vulnerabilidad (Génesis 3:7). Solamente después de que el pecado se deslizó por el mundo como humo; corrompiendo la tierra, el aire, las bestias del campo, y nuestros propios corazones, el mismo se tornó en una amenaza y nos convertimos en peregrinos sin descanso, buscando siempre nuestro camino a casa (Génesis 3:22-24).   La vida se siente tan desequilibrada porque, en este lado de la caída, no podemos servir a Dios como Él lo estableció (Romanos 3:23). Así como mi hijo anhela átomos cuando todavía no puede escribir, nosotros ansiamos conocer a Dios con todo nuestro ser, pero nuestros cuerpos corruptibles nos fallan, el pecado ata nuestras manos. Anhelamos servir fielmente, pero flaqueamos: porque el querer está presente en mí, pero el hacer el bien, no” (Romanos 7:18b). Arrancados de los brazos de nuestro Creador, sentimos la pérdida en nuestros huesos e incesante sed de alivio en un mundo, también gimiendo, que no puede ofrecer consuelo (Romanos 1:19; 8:22; Salmos 42:2). Nuestras almas atribuladas anhelan los pozos de paz, pero solo encuentran una trivial satisfacción en su lugar.  

Corazones rotos sanados

Sin embargo, nosotros predicamos a Cristo crucificado (1 Corintios 1:23). Como nuestro mediador y redentor, solo Cristo puede volver a unir nuestros fragmentos. Solo Él sana nuestros corazones rotos y cierra la brecha que nos separa tan lejos del cielo. A través de la cruz, Él nos justificó ante Dios. Ahora, el Espíritu nos santifica, suavizando los fragmentos y cavidades que ahuecan nuestra alma. Tenemos la seguridad en Cristo de un nuevo nacimiento y mientras esperamos el regreso de Jesús, el Espíritu nos refina en la edad presente. Como en una pintura de Picasso, Dios arregla nuestro ángulo endeble y bordes irregulares para moldearnos de maneras llamativas y extraordinarias. Él trabaja en nosotros incluso a través de nuestras heridas abiertas y líneas irregulares, para obrar bien para su pueblo (Romanos 8:28). Mientras luchamos por reconciliar el abismo dentro de nosotros mismos, corramos a la cruz. A medida que nos volcamos a los libros de psicología, también aferrémonos a nuestra esperanza en el evangelio. Mientras repasamos las tablas periódicas y pijamas, enseñémonos unos a otros, especialmente a nuestros niños, que todo ese gozo surge de Dios. Nuestra esperanza de vida resplandeciente, diversa, única y santificada, la vida en sincronía con ese propósito previsto, brota solo de Él.

Kathryn Butler

Kathryn Butler es una cirujana de trauma y cuidados críticos convertida en escritora y madre de familia. Es autora de «Glimmers of Grace»: A Doctor’s Reflections on Faith, Suffering, and the Goodness of God. Ella y su familia viven al norte de Boston.

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