¿Podré cambiar alguna vez?

Deseo ser menos temeroso y más audaz en la fe, más servicial y menos egoísta, menos preocupado por mi propio éxito y más feliz con el éxito de los demás.
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Hace unos años me quedé varado con algunos amigos y extraños en el ascensor de un edificio alto. Esperamos charlando y riendo nerviosamente a que llegara ayuda. No soy claustrofóbico y no recuerdo haber sentido terror, pero definitivamente me sentí impotente. Estaba claro que sin la intervención de alguien desde afuera nunca escaparíamos de estar suspendidos en el aire en una gran caja de metal. Y efectivamente, pasados unos 45 minutos escuchamos ruidos. Se abrieron las puertas del ascensor y aparecieron unos rostros amistosos. Vivimos para contarla. A pesar de lo indefensos que nos sentimos ese día, hay un sentimiento mucho peor que experimentamos: sentirnos irremediablemente estancados en nuestro ser, creer que nunca podremos cambiar. Jack Boughton, el personaje ficticio de la autora Marilynne Robinson, está así de estancado. Se sabotea a sí mismo, hiere a otros y daña relaciones personales, a veces a través de decisiones deliberadas y, otras veces, sin querer hacerlo. Va de mal en peor: termina en la cárcel y como indigente, se pierde el funeral de su madre y rompe el corazón de su padre. Está “oprimido por ese viejo sentimiento de estar enmarañado en una red de posible daño que se vuelve realidad de una forma u otra por el simple hecho de respirar” (Jack, 274). A lo largo de la novela, Robinson hace la pregunta una y otra vez: ¿Puede un hombre cambiar? Me identifico con esa pregunta porque la he hecho muchas veces durante muchos años sobre mí mismo. ¿Puedo cambiar? Ya de lleno en la adultez media, con las vastas posibilidades de la juventud cada vez más limitadas, estoy aceptando mis propias limitaciones. Nunca clavaré una pelota de baloncesto ni tocaré en una banda de bluegrass. Eso no me pone mal. Pero es mucho más doloroso y preocupante que haya áreas aún de quebranto y pecado en las que me siento estancado. Deseo ser menos temeroso y más audaz en la fe, más servicial y menos egoísta, menos preocupado por mi propio éxito y más feliz con el éxito de los demás. ¡Pero, oh, es tan difícil crecer! El progreso es lento. Desperdicio el tiempo. Pierdo terreno. Gimo. Me entristezco. Como Jack, tengo esa vieja sensación de estar enmarañado, atrapado, limitado, estancado. Me pregunto si tú te sientes de la misma manera. Encontrando esperanza en lo nuevo Dios nos da una visión del futuro en Apocalipsis 21, una visión llena de una esperanza firme y emocionante para personas estancadas. Juan ve un cielo nuevo, una tierra nueva y una Jerusalén nueva (Apocalipsis 21:1–2). Luego escucha la voz de Dios proclamando: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21:5). La cuádruple repetición de la palabra nuevo/a demuestra su importancia. Lo mismo ocurre con la palabra he aquí al principio de la promesa: «He aquí, Yo hago nuevas todas las cosas». Y no es solamente importante que Dios promete hacer nuevas todas las cosas, sino que también es cierto, puesto que Dios le dice a Juan que lo escriba inmediatamente (Apocalipsis 21:5). Esa pequeña palabra nuevo es una balsa salvavidas entre barcos hundiéndose en la desesperanza. Es un rayo de luz en una habitación oscura. Es la llave que abrirá una puerta cerrada y la horquilla que liberará las esposas. Es el sonido de bienvenida de los reparadores de ascensores que llegan para salvarnos a mí y a mis amigos. Contiene un mundo de nuevas posibilidades y esperanza eterna. Nuevo demuestra que el futuro del universo no está limitado por su realidad presente, por sus recursos presentes (o la falta de ellos). Lo nuevo ahora y después Hay algo nuevo en camino para el último día. Y eso nuevo viene de fuera del sistema, del Dios Creador que hizo todo de la nada. Él dice: “Yo hago nuevas todas las cosas”. La palabra nuevo nos enseña que Él todavía está no solo moviendo cosas viejas, sino haciendo cosas nuevas. Nos enseña que la ley de la entropía, los procesos de degradación, todas las leyes de la naturaleza no tienen la última palabra, porque habrá por fin una infusión de poder divino nuevo, creativo y renovador en todo lo que conocemos. Hay dos realidades alentadoras sobre lo nuevo que Dios hace. En primer lugar, no se refiere solamente a la creación material fuera de la esfera humana. Las personas también están incluidas. Aunque en la nueva creación seguiré siendo Stephen Witmer (no otra persona), seré una versión aún mejor de Stephen Witmer que el mejor Stephen Witmer que he aspirado a ser. El cambio al nuevo Stephen Witmer será enorme. En segundo lugar, lo nuevo no es algo que Dios traerá solo al final de los tiempos. Él se especializa ahora en llamar a las cosas que no existen como si existieran (Romanos 4:17). Su labor de nueva creación ya se experimenta en el presente cuando las personas inician y experimentan su unión con Jesucristo más profundamente (2 Corintios 5:17). Esto significa que la palabra nuevo nos abre las puertas a posibilidades auténticas y presentes. No estamos limitados a lo que somos actualmente, ni a lo que podemos hacer de nosotros mismos. Ese anhelo que muchos de nosotros sentimos por cambiar, mejorar, crecer (es por eso que hacemos resoluciones cada año) está destinado a ser satisfecho, y para todos los que creen, será completamente satisfecho algún día. Pero incluso ahora mismo hay ayuda divina disponible fuera de nosotros. Incluso mientras esperamos nuestra redención final, su poder divino puede desestancarnos de donde estamos ahora. Liberado de la desesperanza inamovible En una de las escenas centrales de Historia de dos ciudades de Charles Dickens, Sydney Carton le revela su amor a Lucy Manette, así como su «desesperanza inamovible» que él nunca cambiará sus modos perversos. “Nunca seré mejor de lo que soy. Me hundiré más y seré peor”. Incluso la esperanza vacilante de librarse de la pereza y la sensualidad que Lucy inspira en Sydney es “un sueño, todo un sueño, que termina en nada y deja al durmiente donde se acostó…”. Cuando Lucy le suplica que crea que él es “capaz de mejores cosas”, él responde: “Yo lo sé”. Está estancado. Muchos lectores, a lo largo del tiempo, se han sentido atraídos por el personaje de Sydney Carton, tal vez porque nos identificamos con su desesperanza, habiéndonos sentido a veces de esa manera nosotros mismos. Pero, por supuesto, hay otra razón: nos emociona la redención que encuentra al final de la historia. Al dar su vida por el marido de Lucy, Carton encuentra su vida. Su desesperanza inamovible no tiene la última palabra. Resulta que sí logra cambiar y la ayuda que necesita llegó de fuera de él mismo (en el amor que Lucy ha despertado en él). La petición que anteriormente Lucy le hizo para que él creyera que es “capaz de mejores cosas” se repite en la famosa cita final: “Esto que hago ahora, es mejor, mucho mejor que cuanto hice en la vida”. Ella tenía razón después de todo. No creas en la mentira de que estás estancado para siempre. No lo estás. Hay ayuda disponible que supera con creces cualquier recurso con el que te puedas armar. Escucha a Dios decir: “He aquí, Yo hago nuevas todas las cosas”, esto te incluye a ti.

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