A veces, la solución a nuestras luchas espirituales es menos espiritual de lo que imaginamos. Quizá caminas por un desierto espiritual, afligido por angustiosas dudas. Quizá una apatía sombría se apoderó de ti hace algún tiempo. Quizá vives en una tierra donde el gozo se siente lejano.
Podrías imaginar que la principal solución a estas luchas espirituales es, bueno, espiritual: aferrarte más firmemente a las promesas de Dios; acercarte a Él con más regularidad; buscar los pecados ocultos. Y podrías tener razón. Pero tal vez, solo tal vez, necesites escuchar un consejo como el de John Newton (1725‒1807):
A veces, cuando las personas nerviosas acuden a mí, angustiadas por sus almas, y piensan que esa es su única queja, les sorprendo preguntándoles si no tienen ningún amigo en Cornualles o en el norte de Escocia al que puedan visitar; porque pensé que un paseo hasta el Finisterre o la Casa de John o’ Groat podría hacerles más bien que todos los consejos que pudiera darles (Cartas, 389).

A veces, nuestras luchas espirituales no se deben a que hayamos descuidado la Palabra de Dios, sino a que hayamos descuidado Su mundo. Hemos caminado por la vida con gafas de sol y nos hemos maravillado de la oscuridad. Hemos vivido con auriculares puestos y nos hemos preguntado por qué no podemos oír.
Es posible que tengamos problemas espirituales que resolver. Pero nuestra primera solución puede ser simplemente esta: abrir los ojos y los oídos y maravillarnos con el mundo que Dios creó.
Donde muere el asombro
Por asombro, me refiero a una conciencia con los ojos bien abiertos a la creación de Dios, al punto que nos deja atónitos, olvidándonos de nosotros mismos y rebosantes de gozo. Tal asombro aquieta las preocupaciones y despierta la adoración. Dora los momentos ordinarios y dignifica las labores diarias. Compone y calma, recuerda y recalibra, añade poesía a la prosa. Incluso un poco de asombro puede hacer maravillas para el alma.
Pero algunos rara vez miramos a través de la ventana de la maravilla. Estamos demasiado distraídos por otras atracciones, aunque aporten mucha menos alegría al corazón y a la mente. Quizás dos atraigan tu atención.

La primera probablemente no sea sorprendente. En promedio, los estadounidenses miran el teléfono unas doscientas veces al día, o aproximadamente una vez cada cinco minutos. “Con el teléfono inteligente”, escribe Nicholas Carr, “la raza humana ha logrado crear la cosa más interesante del mundo” (The Shallows, 233). Pero esta “cosa más interesante” tiene una forma de hacer que el mundo real pierda interés. La vida parece monótona bajo el resplandor del teléfono inteligente.
Sin embargo, no hace falta ser adicto al teléfono para perder la capacidad de asombro. Otro atractivo más sorprendente atrae y retiene a muchos durante demasiado tiempo. Algunos lo han llamado “la embestida diabólica” del mundo moderno; otros, “el culto a la productividad y la eficiencia” (The Art of Noticing, xv). A muchos nos gusta demasiado el hacer las cosas, y rápido.

Las personas creadas a imagen de un Dios creativo deberían valorar la productividad. Pero “el culto a la productividad” es algo diferente. A los que se han formado en este culto no les gusta simplemente hacer las cosas; les disgusta no hacerlas. Y por eso tienen poca paciencia para la quietud y el silencio, la meditación y el asombro. Lo improductivo les resulta insoportable.
Así pues, el teléfono y la lista de tareas pendientes, el entretenimiento y la eficiencia, los bombardeos digitales y el ajetreo de la vida cotidiana… a menudo, estos son los enemigos que nos roban la capacidad de asombro.
¿Cómo podremos ver entonces?
Estos enemigos también son difíciles de resistir, incluso cuando sabes lo que te quitan. La vista de una montaña real puede parecer aburrida en comparación con una montaña digital, o la montaña de trabajo que nos gustaría hacer. Recuperar la maravilla requiere esfuerzo. Se necesita voluntad para controlar nuestros pulgares inquietos y soportar la visión de cajas sin marcar mientras reorientamos nuestra visión hacia “todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable” (Fil 4:8).
Encuentro ayuda en dos hábitos que se basan en el patrón creativo de Dios en Génesis 1:1 ‒ 2:3: contemplar diariamente el mundo de Dios y llamarlo bueno. Descansar semanalmente en el mundo de Dios y renovarse.

Atención diaria
Hábito 1. Al menos una vez al día, asiste, de verdad, a una de las maravillas que Dios ha hecho.
Este primer hábito toma prestado de los “medios para la salud mental” de Clyde Kilby, donde es más específico: “Abriré mis ojos y mis oídos. Una vez al día simplemente miraré fijamente un árbol, una flor, una nube o una persona. No me preocuparé en absoluto por preguntar qué son, sino que simplemente me alegraré de que lo sean”.
En otras palabras, al menos una vez al día, encuentra algo poco entretenido e improductivo, alguna flor que despliegue su belleza solo bajo el sol de la atención paciente. Supera la incomodidad de la ineficiencia sin distracciones y reduce la velocidad. Mira. Escucha. Observa. Considera algo que Dios creó y “alégrate” de que lo haya hecho existir.

Como muestran los escritores bíblicos, no nos faltan maravillas entre las que elegir. El sol da una razón para alegrarse (Sal 19:1-6); los insectos dan otra (Pr 30:28). Las lluvias suaves muestran un tipo de belleza (Sal 104:13); los vientos tormentosos muestran otro (Sal 148:8). Encontramos una variedad indescriptible en el mundo de Dios, desde ovejas hasta tiburones, desde lóbulos de las orejas hasta lombrices de tierra, desde anillos de árboles hasta los anillos alrededor de Júpiter, pero todos comparten la gloria del “bien” original de Dios (Gn 1:10, 12, 18, 21, 25, 31).
Y si los objetos de nuestra maravilla son muchos, también lo son los medios para observarlos. La creatividad de Dios invita a la exploración creativa. Tal vez escriba en un diario una o dos líneas sobre algo que observe. O pruebe con algo de poesía modesta. O aproveche los momentos de calma (como esperar o caminar) para observar. O construya un santuario de cinco minutos en la tarde donde simplemente me siente, ore y observe.
A lo largo de Génesis 1, nuestro Dios disfrutaba a diario del mundo que Sus palabras habían creado. Entonces, ¿por qué no adornar tus propios días con una respuesta “buena”?

Refresco semanal
Hábito 2. Semanalmente, reserva un tiempo prolongado para perderte en las maravillas del mundo de Dios.
La atención diaria tiene la capacidad de deleitarnos en medio de nuestras labores, devolviéndonos a nuestras pantallas y tareas un poco más libres. Pero nuestras almas claman por algo más que fragmentos de maravilla. Queremos escuchar algo más que una melodía pasajera, queremos ver algo más que un rincón del lienzo. Queremos prestar nuestra atención a las maravillas del mundo de Dios el tiempo suficiente para perdernos en ellas.
Las celebraciones de la creación en las Escrituras llevan las marcas no solo de la atención, sino de la atención prolongada. En Proverbios 30:24-28, la apreciación del sabio por las pequeñas criaturas es extremadamente grande. Nuestro Señor Jesús mostró un placer igualmente paciente en la creación. Conocía los caminos del viento y las señales de los cielos (Jn 3:8; Mt 16:2-3); se sentó ante las flores silvestres con suficiente conciencia para ver un esplendor mayor que el de Salomón (Mt 6:28-29). Los sabios se preocupan por el asombro; también saben que el asombro puede llevar tiempo.

Algunos sentimos asombro muy pocas veces porque rara vez (o nunca) pasamos un día entero o incluso una tarde con el teléfono en silencio, la agenda despejada y la lista de tareas pendientes vacía. Rara vez dejamos que la creación o quienes nos rodean establezcan la agenda del día. Y así, los senderos cercanos a casa quedan sin recorrer, los mejores libros sin leer, el canto tranquilo de los pájaros sin escuchar, las comidas deliciosamente complejas sin preparar y las imágenes de Dios dentro de nuestro propio hogar sin observar, sin admirar.
Tanto en la creación como entre Su antiguo pueblo pactual, Dios apartó un día de cada siete para el descanso que deja espacio a la maravilla. Aunque los cristianos no están obligados a guardar el sábado del pacto antiguo, el patrón original de seis y uno de Dios sigue siendo sabio. Pero incluso si elegimos un intervalo diferente, necesitamos algún tipo de ritmo que refresque las partes más profundas de nosotros.

Maravillados y adoradores
La creación contiene “recursos incalculables para la salud mental y el gozo espiritual”, escribe John Piper (Cuando no deseo a Dios, 197). Pero, como él enfatiza, estos “recursos incalculables” no pertenecen a la creación misma. Pertenecen al Creador. Y así, miramos a la creación para ver al Artista, no simplemente al arte; escuchamos al Autor en cada línea que leemos.
En el Salmo 148, las reflexiones del salmista siguen un patrón maravilloso: al meditar sobre el cielo, la tierra, el mar y el hombre, sigue la obra creativa de Dios desde el día 4 hasta el día 6 (Gn 1:14-31). Pone el dedo sobre el papel y traza las líneas de su Padre, buscando añadir su “bueno” y “muy bueno” de criatura al placer primordial de Dios.
En otras palabras, no es primero un ser maravillado, sino un adorador. Sin aliento, contempla árboles, nubes, vacas, hierba, tormentas, barcos, risas, estrellas, arroyos, y se aleja diciendo: “Solo Su nombre es exaltado” (Sal 148:13). Las innumerables maravillas del mundo llevan una firma. Dios ha escrito Su nombre en todo lo bueno.
Quizá, entonces, la solución a tu lucha espiritual sea menos espiritual de lo que pensabas. Y quizá el Dios de Génesis 1 te llame a buscarlo no solo a través de Su Palabra, sino a través de Su mundo, regocijándote en él a diario y semanalmente.
Publicado originalmente en Desiring God.