Nuestro enemigo final

“Todos somos terminales”, dijo Dean a su esposa Joy durante su lucha contra el cáncer. La muerte, aunque inevitable, es derrotada en Cristo. En Él, nuestra condición terminal encuentra esperanza eterna.
Foto: Envato Elements

En el año 2000, mi hermana, Joy Dyer, intentó pagar una compra en unos grandes almacenes, pero no pudo hacer que su mano extendiera un cheque. Esa fue la primera señal de que algo siniestro estaba atacando su cuerpo. Casi un año después, el cáncer acabó con la vida de Joy. El siguiente artículo pertenece al libro Suffering with Joy [Sufriendo con gozo], que contiene cartas escritas con el deseo de acompañar a Joy, a su marido, Dean, y a su familia y amigos en este duro viaje. Mi esperanza es que estas cartas proporcionen consuelo y aliento en Cristo a otros compañeros que sufren y que están recorriendo un camino difícil.

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? (Romanos 8:35).

Joy ha sufrido un par de caídas recientemente y ha notado cierta disminución de su capacidad en el lado derecho. Está teniendo mucho cuidado mientras espera su próxima cita con el médico. El lunes 20 de noviembre tiene una resonancia magnética en Houston. Al día siguiente verá a su médico. Ella y Dean continúan confiando en el Señor y clamando a Él por ayuda y fortaleza cada día. Cuando hablé con ella por teléfono ayer, hablamos de cómo parece que estamos escuchando acerca de más y más personas que están siendo diagnosticadas con cáncer. Me contó parte de una conversación que ella y Dean tuvieron sobre esto durante la cena: cómo algunas enfermedades son terminales mientras que otras son tratables. Dean, a su manera habitual, hizo un breve comentario que lo puso todo en perspectiva. Dijo: “Cariño, todos somos terminales”.

Por supuesto, tiene razón. Vivas donde vivas, la tasa de mortalidad es una constante per cápita. Algunos viven más que otros, pero en el gran esquema de las cosas, incluso la vida más larga es, como lo describe la Biblia: “Ustedes no saben cómo será su vida mañana. Solo son un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece” (Stg 4:14). No fuimos hechos para morir. Pero cuando nuestros primeros padres se rebelaron contra Dios, el pecado llegó a toda la raza humana, y “la paga del pecado es muerte” (Ro 6:23).

La muerte es inevitable, pero no natural; llegó a la humanidad como consecuencia del pecado. / Foto: Envato Elements

Con frecuencia, pensamos que la muerte es natural, y lo es en la medida en que es inevitable. Pero en otro sentido muy importante, la muerte no es natural. La muerte se hizo realidad para la humanidad a causa del pecado. “Por tanto, así como el pecado entró en el mundo por un hombre, y la muerte por el pecado, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron” (Ro 5:12, ). Aunque esto no significa que la muerte de cada individuo pueda achacarse a su pecado particular, sí significa que si el pecado no hubiera entrado en el mundo, no habría muerte. Así que la muerte es un intruso que ha entrado por la puerta que abrió el pecado.

Nadie escapa al impacto de la muerte. La Biblia dice: “Y así como está decretado que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio” (Heb 9:27). A esto se refería Dean cuando dijo: “Todos somos terminales”. Esta mala noticia es lo que hace que la noticia de la provisión de Dios para nosotros en Cristo sea tan buena. Por Su resurrección de entre los muertos, Jesús ha vencido a la muerte. Pablo escribe: “Porque ya que la muerte entró por un hombre, también por un Hombre viene la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1Co 15:21-22). Pablo no está diciendo que todos sin excepción serán vivificados por Cristo. Más bien, todos los que están “en Cristo” serán vivificados, es decir, volverán a vivir eternamente, resucitarán de entre los muertos.

Jesús ha vencido a la muerte. / Foto: Unsplash

¿Cómo se llega a estar “en Cristo”? Dios debe atraerte a Cristo. Jesús dijo: “Nadie puede venir a Mí si el Padre que me envió no lo trae; y Yo lo resucitaré en el día final” (Jn 6:44). Pablo dice lo mismo cuando explica a los corintios cómo llegaron a estar “en Cristo”: “Pero por obra Suya están ustedes en Cristo Jesús” (1Co 1:30). Cuando Dios te convence de tu propio pecado y separación de Él y de tu necesidad de reconciliarte con Él a través de Jesucristo, confiarás tu vida a Cristo; serás atraído hacia Él y así, por fe, comenzarás una nueva vida “en Él”.

La vida en Cristo está llena de significado, propósito y esperanza. Es una vida vivida en conexión con el Dios verdadero. Es vida vivida en el amor de Dios. El apóstol Juan escribió: “En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros: en que Dios ha enviado a Su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de Él” (1Jn 4:9). Conocer el amor de Dios es lo más grande del mundo, lo que nos lleva al versículo de gozo de esta semana. Continuando en Romanos 8, Pablo escribe en el versículo 35: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?”.

Pablo vuelve a utilizar preguntas retóricas para exponer su punto de vista. Los cristianos son amados por Jesucristo. A diferencia del amor humano, que puede aumentar y disminuir o incluso romperse por completo, el amor de Cristo por Su pueblo es eterno. Pablo señala este punto preguntando: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?”. La respuesta implícita es: “Nadie”. Luego menciona siete tipos diferentes de experiencias difíciles que podrían tentar a un cristiano a dudar del amor de Cristo. Los creyentes del primer siglo estaban expuestos a todas estas pruebas. Pero Pablo nos asegura aquí que nada puede separarnos del amor de Cristo. Ni las aflicciones externas (“tribulación”), ni la confusión interna (“angustia”), ni la oposición dolorosa (“persecución”), ni las privaciones físicas (“hambre o desnudez”), ni los peligros (“peligro”), ni la muerte (“espada”). Nada, absolutamente nada, puede separar a un creyente del amor de su Salvador.

Cuando Pablo escribió esto, no hablaba como un novato o un mero teórico. Ya había experimentado seis de las siete dificultades. Y sabía por experiencia, así como por la enseñanza de la Palabra de Dios, que el amor de Cristo lo vence todo. El amor y la compasión de nuestro Salvador por los pecadores se revelan más claramente en Su sacrificio por nosotros. La cruz de Cristo es un monumento eterno al amor de Jesús por Su pueblo. Pablo lo sabía. Nosotros también podemos saberlo si miramos a esa cruz con fe y confiamos en Aquel que murió en ella y resucitó de entre los muertos.

Por Cristo, y en Cristo, nuestra condición terminal queda anulada. La muerte, aunque sigue siendo nuestro último enemigo, está derrotada. Y la vida más allá de la muerte está asegurada. Esta es la esperanza y la confianza del creyente.


Publicado originalmente en Founders Ministries.

Tom Ascol

Tom se ha desempeñado como Pastor de la Iglesia Bautista Grace desde 1986. Antes de mudarse a la Florida sirvió como pastor en iglesias en Texas. Él tiene una licenciatura en sociología de Texas A & M University (1979) y también tiene un MDiv y un PhD de Southwestern Baptist Theological Seminary in Ft. Worth, Texas. Tom es el Director Ejecutivo de los Ministerios Fundadores. Él y Donna tienen diez hijos, incluyendo tres yernos y una nuera. También tienen 7 nietos.

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