¿No es solo el carpintero?

Una meditación sobre el humilde origen de Cristo, lo cual fue el inicio de Su obra redentora.
Foto: Getty Images

Jesús comenzó Su ministerio público lejos de Su ciudad natal de Nazaret, pero no tardó en regresar y  enseñar en la sinagoga local. La respuesta de la gente podría haber sido descorazonadora para alguien que acababa de iniciarse en una nueva vocación. “¿No es este el carpintero?”, le preguntaron (Mr 6:3). Jesús llevaba 30 años de edad y estaba comenzando un ministerio abiertamente público, pero Sus amigos y vecinos solo lo conocían como “el carpintero”. Lo conocían como el hijo de María, como el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón. Le tenían en tan poca estima, o pensaban tan poco de Él, que se ofendieron cuando les enseñó. Y, se escandalizaron cuando se dieron cuenta  que enseñaba con autoridad.

La gente de Nazaret conocía a Jesús como carpintero, porque se dedicaba a la profesión de Su padre y trabajaba lejos de la vista pública. Probablemente  empezó a trabajar con José cuando no era más que un jovencito, tal vez barriendo las virutas de madera en el taller o acompañándolo a una obra durante media jornada. A medida que crecía, se le asignaban más responsabilidades, aumentaba Su destreza, empezaba a ganar mejores sueldos, a ser un proveedor más constante. Los historiadores creen que José murió a una edad relativamente temprana, lo que posiblemente obligó a Jesús a hacerse cargo del negocio familiar. Se le habría visto caminando por la ciudad acarreando madera y llevando las herramientas del oficio. Cuando comenzó Su ministerio público, la gente de la zona probablemente se sentaba en mesas que Él había hecho o vivía en casas que Él había construido. Al fin y al cabo, era el carpintero del pueblo.

No es de extrañar, pues, que cuando Jesús empezó de repente a levantarse en las sinagogas y a enseñar, la gente dijera: “¿No es este solo el carpintero?”. Sorprende aún menos que, cuando Jesús señaló que era algo más que un simple hombre, que incluso podría ser el profetizado Hijo del Hombre, Su avergonzada familia tratara de arrastrarlo y ponerlo en Su sitio (Mr 3:21). “Cuando Sus parientes oyeron esto, fueron para hacerse cargo de Él, porque decían: ‘Está fuera de sí’” (Mr 3:21). Si  la persona  de mantenimiento local empezara a decir: “Yo soy el Señor del día de reposo”, y se negara a contradecir a los que le llamaban “el Santo de Dios”, podrías encontrarte yendo donde tus amigos para decirles algo cómo: “Imaginate que lo contraté para arreglar mi fregadero, y no vas a creer lo que me dijo…”.

La gente de Nazaret conocía a Jesús como carpintero, porque se dedicaba a la profesión de Su padre y trabajaba lejos de la vista pública. / Foto: Pexels

Hay tantas cosas sobre los primeros años de la vida de Jesús que me maravillan de cómo Dios decidió actuar en este mundo. Me asombra.

Me sorprende que a los 30 años Su único logro fuera la carpintería. Cuando comenzó Su ministerio público, parece que tenía un currículo de una sola línea. Y ni siquiera se trataba de un elegante y respetable trabajo de oficina, sino de un oficio duro, sudoroso y sucio. El hombre más grande que jamás haya existido —Dios en la tierra— era un obrero. ¡Increíble!

Me asombra que Jesús se sometiera voluntariamente a un padre y a una madre, que aprendiera de ellos a vivir en este mundo y que aumentara Su sabiduría. Se nos dice que “descendió con ellos [sus padres], y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos. Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lc 2:50, 52). El Dios que actuó en la creación de este mundo y que lo sostiene con la palabra de Su poder, se sometió a dos de las personitas que había hecho. Incluso aprendió de ellos. ¡Extraordinario!

Me sorprende que el plan de Dios permitiera que gran parte de la vida de Jesús transcurriera en la oscuridad. Solo estuvo 33 años en esta tierra, pero pasó el 90 por ciento de ellos fuera de la vista del público. Más del 90 por ciento de Su vida quedó sin registrar, aunque sin duda fue algo extraordinario. Vemos unos pocos días de Su infancia; reaparece menos de una semana cuando tiene 12 años; y de repente ha llegado a los 30 años y se dedica a la obra a la que Dios le había llamado. Increíble.

Me asombra que pudiera crecer sin pecado, y aun así escandalizar a Su familia y a la comunidad cuando hizo una afirmación de divinidad. ¿Has visto alguna vez a un niño pequeño sin pecado, aprender sin pecado, la importancia de los límites? ¿A un hermano sin pecado, interactuar sin pecado, con sus hermanos? ¿A un adolescente sin pecado, crecer sin pecado, hacia la independencia? Yo tampoco. Su familia y amigos sí. Sin embargo, de alguna manera, nunca se dieron cuenta de Su identidad. ¡Increíble!

Todo esto demuestra, supongo, que nuestros caminos no son los caminos de Dios. Los caminos de Dios no son nuestros caminos. Dios mismo lo dice: “Porque como los cielos son más altos que la tierra, así Mis caminos son más altos que sus caminos, y Mis pensamientos más que sus pensamientos” (Is 55:9). Con razón nos maravillamos del poderoso ministerio público de Jesús, de Su horrible y hermosa muerte y de Su gloriosa resurrección. Pero no nos privemos de la alegría, del asombro, de maravillarnos también de los días anteriores.


Este artículo se publicó originalmente en Challies.

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

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