Algo que habla de lo que abunda en nuestro corazón son nuestros deseos. ¡Y los míos son tantos! Así que hace unos años, mientras repasábamos con nuestros hijos este versículo, otra vez me puse a meditar en los deseos de mi corazón.

«Confía en el Señor, y haz el bien;

Habita en la tierra, y cultiva la fidelidad.

Pon tu delicia en el Señor,

Y Él te dará las peticiones de tu corazón» (Sal. 37:3-4).

Recuerdo cuando era una adolescente y leía este versículo; pensaba que, si hacía todo lo que le agradaba a Dios, Él me daría todo lo que yo anhelara en mi corazón. No había entendido el evangelio de la gracia, vivía en el evangelio de las obras. Lo triste es que los años pasan y a menudo nos vemos tentadas a pensar de la misma manera. Dios como el genio de la lámpara maravillosa que me concederá los deseos de mi corazón. ¿Y acaso no es eso lo que tanto escuchamos ahora? «Confiésalo y será tuyo». Y ahí puedes incluir un carro, la casa nueva y grande, el trabajo, los millones y quién sabe cuántas cosas más. Pero ¿es eso lo que dice el pasaje; eso lo ha prometido Dios? En su libro El tesoro de David, Charles Spurgeon escribió: «Los hombres que se deleitan en Dios desean o piden solo aquello que agrade a Dios; por tanto, es seguro darles carta blanca. Su voluntad está sometida a la voluntad de Dios y por ende reciben lo que quieren. Aquí se habla de nuestros deseos más íntimos, no deseos casuales; hay muchas cosas que la naturaleza podría desear que la gracia nunca nos permitiría pedir; es para estos deseos profundos, cargados de oración, que se hace la promesa». ¿Te fijaste en la primera oración de esa cita? Quienes se deleitan en Dios desean solo aquello que agrada a Dios. ¿Es eso lo que abunda en mi corazón? ¿Un deseo profundo de conocer más a Dios al punto de que Sus deseos sean los míos? ¿Son mis deseos casuales, cosas temporales en las que hoy pienso y mañana ya no tienen importancia? ¿Están mis deseos enfocados en la gloria de Dios o en la mía? Cuando mis ojos están fijos contemplando al mundo, mi corazón comienza a tener deseos pecaminosos y egoístas; deseos de los que habla Santiago en su carta, los que quedan insatisfechos porque tienen una motivación errónea. Cuando mis ojos contemplan lo que el mundo ofrece, mi corazón abunda en placeres temporales porque el mundo no ofrece nada eterno. Mira cómo lo describe el apóstol Juan: «Porque todo lo que hay en el mundo, la pasión de la carne, la pasión de los ojos, y la arrogancia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo» (1 Juan 2:16). ¿Qué estamos contemplando; qué es lo que nos deleita? ¿Dónde ponemos la mirada cada día, al levantarnos, al interactuar con las redes sociales que nos presentan un mundo muchas veces ficticio y editado, pero que nos causa envidia y celos porque no tenemos lo que allí se ve? ¿A dónde acuden nuestros ojos en busca de consuelo y esperanza? ¿Será a la Palabra de Dios o será a algún espejismo cautivador que parece llenar el corazón momentáneamente, para luego dejarlo sediento y vacío? ¿Dónde ponemos la mirada cuando el sufrimiento toca a la puerta y nos trastorna la vida? Nos convertimos en aquello que contemplamos, nuestro corazón abunda en aquello que lo deleita. ¡Contemplemos a Cristo! Esa es la exhortación que nos hace la Biblia y la que debemos repetirnos cada día. ¡Contémplalo a Él! Pablo se los recordó a los cristianos colosenses y nos lo recuerda a nosotras hoy: «Si ustedes, pues, han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Pongan la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque ustedes han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios» (Colosenses 3:1-3).   Amiga lectora, hemos resucitado con Él, nos ha dado un corazón nuevo. ¡No quites los ojos de Jesús! No escuches el canto de la sirena que solo quiere hacer naufragar el barco de tu vida. ¡Nos convertimos en lo que contemplamos! ¡De la abundancia del corazón depende nuestra vida! ¿Qué lo está llenando? Tenemos que ser intencionales al escoger dónde poner la mirada, de qué llenar el corazón, en qué deleitarnos. Me gustan los himnos antiguos, y mientras escribía uno de ellos volvió a mi mente:

Pon tus ojos en Cristo,

tan lleno de gracia y amor.

Y lo terrenal sin valor será,

a la luz del glorioso Señor.

(Este artículo fue tomado del libro “Un corazón nuevo”, publicado por B&H Español y LifeWay Mujeres)

Wendy Bello

Wendy Bello

Wendy Bello es de origen cubano pero radica en los Estados Unidos. Es una activa conferencista y maestra de la Biblia; autora de varios libros, entre ellos, Más allá de mi lista de oración, Digno, Un corazón nuevo y Una mujer sabia. Colabora en el ministerio de mujeres de su iglesia local y también con otros ministerios como Lifeway Mujeres, Coalición por el Evangelio y Aviva Nuestros Corazones. Wendy está casada con Abel y tienen dos hijos. Ella cuenta con una Maestría en Estudios Teológicos de Southern Baptist Theological Seminary. Puedes encontrarla en wendybello.com o en las redes como @wendybelloblog

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