La cultura de este mundo ha tergiversado por total la palabra “corazón” y su funcionamiento como el interior del ser humano. Se ha convertido en el centro de verdad, juicio y razonamiento absoluto individualmente. Toda su enseñanza apunta a la insaciable necesidad de nutrir el ego del hombre. El ego no siempre se ve en poder y renombre, sino también en esconder nuestros verdaderos motivos detrás de una fachada de bondad. Empecemos por el principio. Dios creó al hombre. Dios le dio instrucciones claras de cómo vivir, para quién vivir y qué no hacer. Si Él ha creado, dado Su Palabra desde el inicio, por ende Él es quien tiene la absoluta verdad y conoce todo. El corazón del hombre estaba supuesto a adorar, servir y obedecer a Dios completamente. El hombre estaba llamado a encontrar todo su sentido de vida, gozo, llenura en Su Creador y Padre. Pero el hombre despreció este amor y propósito. Se prefirió a sí mismo como el dios de su vida para decidir qué es lo que le conviene, perseguir otras instrucciones y amarse en todo. He aquí nuestro problema aun. Creo que a veces olvidamos las consecuencias de lo que sucedió en ese momento. Nosotras heredamos esa condición de rebeldía contra Dios. Somos responsables de responder a Dios o en obediencia o en desobediencia. Una y otra vez la biblia relata que ningún hombre, aún escogido por Dios para hacer Su obra, ha obedecido completamente Sus mandamientos. Ningún hombre y mujer han vivido solo por la ley para ser salvados por ella. Ninguno ha agradado a Dios por medio de sus buenas obras aparte de la fe en que Dios es Dios en todo lo que les acontece. Quiero exponerte algo más. Cuando en la biblia se habla de corazón, nos estamos refiriendo en la mayoría de los casos al hombre interior. Éste contiene sus deseos, pensamientos o voluntad y emociones o sentimientos. El centro del hombre es el corazón. Entendemos porque Jesús dijo que el sello del nuevo pacto es darnos un nuevo corazón, de manera que funcionemos viviendo para Él. Así como fue en el principio, así sea en el final eterno.
La realidad
Nuestros corazones son impulsados por motivaciones que son racionales. Si en algún momento la emoción emerge de la nada, créeme que no está desconectado de lo que has estado pensando. ¿Qué es lo que estás consumiendo mayormente? Si son las circunstancias, pronto seremos definidas por ellas. Si son los pecados de otros, pronto seremos llenos de amargura. Si son las situaciones adversas consecuencia de este mundo caído, pronto nos encontraremos desesperanzadas. En ese momento decidimos, si seguimos a Cristo o a nosotras. Nos escondemos tras máscaras. Somos inherentemente egoístas. Estamos llenas de temores, preocupaciones, confusiones. Algunas marcadas por lo que alguien nos dijo, o lo que aún nos siguen diciendo. Nuestra mente está llena de pensamientos acerca de nosotras, sobre lo que deseamos y no tenemos. Sobre lo que tenemos y no estamos contentas. Sobre lo que nunca se nos dio y respondemos en pasar la factura a todo el que representa ese vacío. No estamos contentas con quienes somos, envidiamos lo que la otra tiene y hasta armamos diálogos de cómo no se lo merece. Tenemos prejuicios porque hay enojo e inconformidad, condenando a otros para culparlos por nuestros actos. Deseamos ser alabada por quien amamos. Somos el estándar de otras para juzgarlas. Hacemos de menos a otras para sentirnos mejor. Pasamos horas en las redes sociales para compararnos, criticar, o mostrar al mundo cuan egocéntricas podemos ser. La frustración de no ser o tener lo de otros es una constante. Esta frustración viene en períodos. Si no ha sido detectada la raíz con arrepentimiento genuino solo se modifican conductas pero ésta regresará. Escondemos el pecado y a éste le encanta estar en las rendijas del alma haciendo moho hasta que su olor es tan conocido que se vuelve cómodo.
La batalla
No es hasta que Su luz ilumina, por medio de situaciones adversas, que comprendemos la constante batalla que tenemos. Si bien es cierto que mucho de lo arriba mencionado nos coloca en alguna lucha, considera cómo has vivido hasta hoy. ¿Crees en Cristo Jesús como tu Señor y Salvador verdaderamente? Entonces quisiera que medites en esto: -hay una mesa servida con todos las delicias culinarias que puedas imaginar. La mesa está elegantemente servida, sin que falte alguna de todas las comidas que te gustan. Igualmente hay toda clase de bebidas, calientes y frías. La mesa tiene sillas. Y una tiene tu nombre que dice: siéntate y come-. Esta es la mesa que Cristo ha servido delante de nosotras cuando nos salvó. Hay paz, consuelo, refugio, sabiduría, santificación, justificación, amor, gracia, misericordia, perdón, libertad, consejo, promesas inamovibles, vida eterna, justicia, santidad, todo lo que el Creador de tu vida sabe que necesitas. Pero estás parada a la par de tu silla, observando todo, quizás pensando: “algún día tomaré de esto”, o “¿cómo sabrá la verdadera paz”?, o “¿habrá suficiente para todos? ¿seré digna de tomar de estos alimentos?”. Mientras dialogas contigo, no tomas de estos alimentos servidos gratuitamente para ti. Estoy convencida que así vivimos muchas veces. El pecado se enseñorea de nosotras porque no lo confesamos prontamente. El pecado encuentra un lugar en nuestros necios corazones para engañarnos que no nos podemos sentar a disfrutar de todo lo que Dios nos ha proveído en Cristo. Satanás hace uso de esto con el permiso de Dios para que una vez vacías, por no poder vivir bajo nuestras leyes y adoración a nosotras, corramos a Él. Y finalmente, nos sentemos y comamos. Solo observa cómo respondes. ¿Aún estás a la defensiva? ¿Aún te culpas o culpas a otros? ¿Aún tardas en perdonar? ¿Aún juegas con el pecado confiada que habrá un mañana? En otras palabras, nos conformamos a lo viejo conocido que lo nuevo por conocer. ¡Qué miserables vidas! Una y otra vez regresamos a la batalla que sabiamente Gálatas 5:16-22 expone. La batalla de la carne contra el Espíritu. Somos muy fáciles de posponer cuando sentarnos en la mesa para seguir comiendo las pobrezas de este mundo. Quizás ni estamos viendo las delicias en esa mesa, sino las migajas que están en el suelo sucio. ¿A qué le tememos? ¿Al sufrimiento? Seamos dignas de padecer por Cristo (Fil 1:27). ¿Creemos que no podemos cambiar? Si nos sentáramos diariamente a los pies de Jesús como María, podríamos y podemos. ¿Acaso Cristo murió por una obra incompleta en nuestros corazones? ¡No! Lo mejor de todo, estos alimentos no tienen caducidad así como nuestro pecado ya fue perdonado y vencido de una vez por todas en esa bendita Cruz.
Un mejor escondite
“Si ustedes, pues, han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Pongan la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque ustedes han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces ustedes también serán manifestados con Él en gloria” (Col 3:1-4).
Nuestra vida está escondida en Cristo Jesús. ¡Es el mejor escondite! Estamos guardadas y muertas de servir al pecado. Esto no significa que somos inmunes al dolor, a seguir pecando, y a ser expuestas al pecado de otros. Más bien, conlleva una verdad profunda. Cristo nos ha separado del mundo para comer Su comida que es hacer la voluntad de Dios (Jn 4:34), irremediablemente. Puesto que nos ha asegurado un lugar eterno en Su mesa. Si somos hijas nadie nos puede arrebatar de Su Mano (Jn. 10:28-29). Su misión en nosotras es y será victoriosa (Ro. 8:26-39). Por tanto aun en medio de las aflicciones, podemos obedecer, tener paz porque Él ya venció en nuestro lugar (Jn. 14:23-24; 16:33). El corazón puede ser gobernado por las verdades de Su Palabra. Tenemos una mejor forma de vivir que las enseñanzas del mundo o nuestros corazones rebeldes engañan: “Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Co. 5:15). Podemos vivir para Él. La lucha es real. Esta es la verdadera batalla espiritual: Sus santos deseos por tus mundanos deseos. Tu Gloria por Su gloria. Sus planes por tus planes. Nuestros deseos no están de vacaciones. El pecado es un enemigo a matar. La fe es tu escudo. Sin embargo, esta solo es nutrida si escucha la Palabra de Dios constantemente. De repente nuestros corazones son tan fácilmente atrapados por cualquier otra cosa, misión o persona y en un abrir y cerrar de ojos te encuentras sirviendo a esto y no al Dios Vivo. No subestimes cuan pecaminosas somos aun. Pero no olvides cuánta Gracia más hay en el Padre por Cristo para amarnos y perdonarnos. Pide a Dios un corazón contrito y humillado verdaderamente. Recuerda que nada mereces, nada has hecho y nada eres fuera de Cristo. Eres amada porque Él es Bueno. Te ha provisto de salvación, porque Él es bueno. Eres Su hija a pesar de ti, porque Él es Bueno. Los sufrimientos siempre estarán, pero tu puedes cada vez responder a ellos diferente. El mundo puede venir con toda clase de basura emocional acerca del corazón, o de mentir sobre la capacidad del hombre de vivir como bueno aparte de obedecer la ley de Dios. El pecado puede seducirte a vivir vidas débiles y conformistas para que no busques más de Dios. Pero Él no te dejará así. No te llamó solo para darte un ticket de entrada al cielo, te llamó para hacerte santa como Él es Santo, hoy y para siempre.
“Si nos hemos de parecer al Padre, hemos de ver a Su Hijo y ser como Él”
¿A quién adora tu corazón? ¿Qué esconde tu corazón? Corre y arrepiéntete de tu pecado, determínate a exterminarlo y cambiar esos viejos hábitos, lee Su Palabra más, ora más y pon tu mirada en Cristo.