Este artículo pertenece al libro De vuelta a Cristo: Celebrando los 500 años de la Reforma escrito por pastores hispano hablantes y publicado por Soldados de Jesucristo. Estaremos regalando los archivos digitales de este libro el 31 de octubre de 2018, en celebración del aniversario de la Reforma protestante. «No hay ningún atributo de Dios que sea más consolador para sus hijos que la doctrina de la soberanía divina. Bajo las más adversas circunstancias, en medio de las tribulaciones más severas, ellos creen que la soberanía ha ordenado sus aflicciones, que la soberanía las gobierna y que la soberanía las santificará todas» (Charles Spurgeon).[1] La noche del 17 de setiembre de 2014 acababa de llegar a Chile para predicar en un campamento a 700 km de mi hogar. Mientras regresaba de saludar a algunas personas que estaban en el salón principal y que participarían del campamento, dos de los hermanos que habían viajado conmigo me interceptaron a mitad de camino hacia la cabaña. Sus rostros tenían esa expresión que denotaba que algo no estaba bien. Allí parados bajo las estrellas de la noche, uno de ellos me dio la noticia: «Tu suegra falleció». La noticia me hizo caer de rodillas y llorar en medio de la confusión, pero eso no era nada en comparación a lo que vendría luego. La información no era completa. La realidad era que mi suegra había sido víctima de un homicidio en su propia casa y fue mi esposa quien la encontró echada en un baño de sangre luego de aproximadamente 9 horas de acontecido el hecho. En otro país y a unas cuantas horas de viaje para poder regresar y estar con mi esposa, la confusión, incertidumbre y fragilidad del alma se hicieron eco en mi corazón de forma abrumadora. ¿Qué haces en una circunstancia como esa? ¿Qué cosas pasan por tu corazón? ¿Cómo manejas la angustia y la ansiedad?
La Reforma y la soberanía de Dios
En este momento quizá pienses, ¿qué tiene que ver eso con la Reforma? ¿Cómo puede haber relación entre un acontecimiento trágico como este y la Reforma de hace 500 años? Tiene mucho que ver. Permíteme explicarme. La Reforma fue, en su más alta manifestación, un regreso de la Palabra de Dios a su pueblo. Un resultado de ese regreso a las Escrituras fue el redescubrimiento de la soberanía de Dios. Esta doctrina fue el énfasis en la vida y ministerio del reformador suizo Juan Calvino; así lo afirma el historiador Bruce Shelley: Así como la doctrina central de Lutero fue la justificación por fe, la doctrina central de Calvino fue la soberanía de Dios. Ambos reformadores tuvieron un sentido abrumador de la majestad de Dios, pero el sentido de Lutero sirvió para apuntar al milagro del perdón, mientras que el de Calvino dio la seguridad de lo inexpugnable del propósito de Dios.[2] Ahora bien, ¿qué es la soberanía de Dios? ¿Qué significa que Dios es un Dios soberano? Arthur W. Pink lo resume afirmando que «La soberanía divina significa que Dios es Dios»;[3] y amplía su definición con las siguientes palabras: La soberanía de Dios puede definirse como el ejercicio de su supremacía… Al ser infinitamente elevado sobre la criatura más elevada, él es el Altísimo, Señor del cielo y la tierra. Sujeto a ninguno, sin influencia de nadie, absolutamente independiente; Dios hace lo que le place, solo lo que le place, siempre lo que le place. Nadie puede frustrarlo, nadie puede obstaculizarlo.[4] Para declarar el absoluto control que Dios tiene sobre todas las cosas, Pink se basa en pasajes bíblicos tales como Isaías 46:10,[5] Daniel 4:35[6] y Efesios 1:11.[7] «Dios es soberano, y todo lo que pasa viene de su mano, ya sea directa o indirectamente».[8] Cuando abres la Biblia, la lees y comienzas a observar cómo Dios ha movido su mano en la historia de la redención y cómo ha sido consecuente en todos sus hechos, incluso en la muerte de su Hijo, es entonces que el consuelo en medio en la aflicción empieza a operar por medio del Espíritu Santo en tu vida. Porque «sobre toda injusticia, todo dolor y todo sufrimiento está gobernando un Dios soberano quien lleva a cabo su plan de salvación por sobre la maldad, contra la maldad e incluso a través de la maldad».[9] Si regresas a la Biblia, experimentas la consolación que proviene de conocer al Dios que ella nos revela, y confiesas con la misma Escritura que «nuestro Dios está en los cielos; él hace lo que le place» (Sal. 115:3).
Sola Scriptura, mucho descanso
El salmista ora a Dios con estas palabras: «Bienaventurado el hombre a quien corriges, Señor, y lo instruyes en tu ley; para darle descanso en los días de aflicción, hasta que se cave una fosa para el impío» (Sal. 94:12-13). El escritor dice que todo aquel que es enseñado en la ley es bienaventurado, especialmente por la forma en que esta enseñanza afectará su vida en períodos de aflicción, lo cual sabemos, no es algo que el incrédulo puede experimentar porque el mismo texto señala lo contrario. La Palabra de Dios posee poder para acumular información divina en el corazón del hombre y la mujer que confían en esta revelación de tal manera que el día que la desazón, el desconsuelo y la aflicción se hagan presentes en su alma experimente un descanso que no tiene que ver con las circunstancias externas. Esta Palabra le recordará, entre otras cosas, cómo Dios ha mostrado su supremacía soberana en las vidas y situaciones de otros hombres y mujeres de la Biblia. Piensa en la vida de José, un ejemplo de abandono y desamparo en el Antiguo Testamento. Luego de tantos años de separación de su familia, y después de que Dios obrara providencialmente a su favor, él declaró: «Dios me envió delante de vosotros para preservaros un remanente en la tierra, y para guardaros con vida mediante una gran liberación. Ahora pues, no fuisteis vosotros los que me enviasteis aquí, sino Dios» (Gn. 45:7-8). Lee la historia de Ester y, aunque no puedas hallar el nombre de Dios en todo el libro, no tendrás ninguna duda de que su mano está presente sosteniendo a su pueblo ante el holocausto que se avecinaba. Como estos, hay muchos otros ejemplos de personajes y acontecimientos que no permiten otra interpretación del carácter de Dios que no sea el de alguien que tiene en sus manos los hilos y la batuta de todo el universo.
Cuando regresa el evangelio, regresa el consuelo
Uno de los textos más sublimes de la Biblia que hace referencia a la soberanía y los designios de Dios, y que da fortaleza al corazón afligido, se encuentra en Hechos 2:23. Pedro, hablando sobre la crucifixión y muerte de Cristo, dice: «a éste, entregado por el plan predeterminado y el previo conocimiento de Dios, clavasteis en una cruz por manos de impíos y le matasteis». La razón que encierra el verdadero consuelo de este texto radica en que el Hijo de Dios padeció el homicidio bajo la estricta y soberana voluntad de Dios. El evangelio no está basado en un plan frustrado de Dios, sino en uno divinamente trazado y que incluyó el inexplicable sufrimiento de su Hijo a manos de los impíos. Ningún cristiano que atraviese la más honda aflicción será desamparado en su dolor cuando considere el resultado de la soberanía de Dios en la vida de su propio Hijo Jesucristo. Saber que el dolor fue parte de la vida del mismo Señor y que la angustia llenó su alma y que todo esto se hallaba dentro del entendimiento y obrar de su Padre es una medicina que trae consuelo y paz para el pueblo de Dios.
La justificación por la fe y el consuelo cristiano
El apóstol Pablo también vivió amparado bajo esta verdad y el Espíritu Santo le usó para dejarnos una de las verdades más trascendentales de toda la fe cristiana; él dijo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Tal como está escrito: por causa tuya somos puestos a muerte todo el día; somos considerados como ovejas para el matadero. Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (Ro. 8:35-39). Este es un canto de victoria final que el apóstol expresa luego de desarrollar toda la doctrina de la justificación por la fe que comenzó en el capítulo 1 cuando dijo: «Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe; como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá» (Ro. 1:17). Este fue el mismo texto que abrió los ojos de Lutero el momento de su conversión. Ese mismo día no solamente se abrió la puerta de las Escrituras para el pueblo de Cristo, sino que también se abrió la puerta al conocimiento del Dios soberano que controla hasta las más mínimas situaciones en la vida de sus hijos y los consuela en las circunstancias más duras e inexplicables para la razón.
De la teoría a la práctica
Como en tantas áreas de la vida, también es cierto que en el cristianismo muchos tenemos solamente la teoría (doctrina, enseñanza) de ciertas cosas, pero no el entrenamiento adecuado sobre lo que decimos creer. La comprensión de la soberanía de Dios en el sufrimiento no escapa de este principio. Por eso es relativamente fácil expresar que Dios tiene el control de todas las cosas, pero sumamente difícil atravesar el dolor. Quizá lo único que piensas es que no te sería posible sufrir la pérdida de un hijo, o de un ser querido. Pero me gustaría dejarte un simple pensamiento que tiene su asidero firme en las Escrituras: Dios no provee la gracia para el futuro, él provee la gracia para el presente, para el momento justo, porque la vida del hijo de Dios es una vida de fe. Así nos dice, «Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna» (He. 4:16). El día que mi suegra partió a la presencia de Dios de una manera jamás pensada por mi esposa y nuestra familia, ese mismo nuestro Dios soberano estuvo en control supremo al igual que en las seis horas más terribles de la historia de la humanidad, la crucifixión de Jesús. [1] Charles Spurgeon, «La soberanía de Dios» (sermón 77, Capilla de New Park Street, Southwark, Londres, 4 de mayo de 1856), //www.spurgeon.com.mx/sermon77.html. [2] Bruce L. Shelley, Church History in Plain Lenguage [Historia de la iglesia en lenguaje simple], (Nashville, TN: Thomas Nelson, 2013), 268. [3] Arthur W. Pink, The Attributes of God [Los atributos de Dios] (Grand Rapids, MI: Baker Books, 2006), 40. [4] Ibid. [5] «Mi propósito será establecido, y todo lo que quiero realizaré». [6] «Él actúa conforme a su voluntad en el ejército del cielo y entre los habitantes de la tierra; nadie puede detener su mano». [7] Dios «obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad». [8] Mike Leake, Torn to Heal: God’s Good Purpose in Suffering [Herido para sanar: el buen propósito de Dios en el sufrimiento] (Adelphi, Maryland: Cruciform Press, 2013), pos. 501 de 1456. [9] R. C. Sproul, Surprised by Suffering: The Role of Pain and Death in the Christian Life [Sorprendido por el sufrimiento: el rol del dolor y la muerte en la vida cristiana] (Orlando, FL: Reformation Trust, 2009), pos. 367 de 1738.