Cuídate de la mundanalidad

No pueden coexistir más de lo que la luz puede mezclarse con las tinieblas o de lo que Dios puede cohabitar con los demonios.
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Hay ciertas palabras e ideas que con el tiempo caen en desuso. Una vez que han caído en desgracia, no tardan en desaparecer del lenguaje común. A veces, cuando las palabras son arcaicas o sus ideas no son bíblicas, la iglesia gana con ello. Sin embargo, otras veces es una pérdida para la Iglesia ya que las palabras pueden ser útiles y sus ideas claves para la vida y la fe cristianas.En esos momentos hacemos bien en recuperarlas, en presentarlas a una nueva generación. Mundanalidad es una palabra y una idea que se ha descuidado en los últimos tiempos. Tal vez sea porque se abusó de ella en la época del fundamentalismo, cuando los placeres inocuos se consideraban distracciones peligrosas. O quizás, sea porque preferimos no sentir el peso de su convicción. Tal vez sea obra de Satanás, que desea enmascarar una de sus obras maestras. En cualquier caso, la Biblia tiene mucho que decir sobre el mundo y su influencia sobre nosotros. Tiene mucho que decir sobre cómo podemos y debemos negarnos a ser del mundo, incluso mientras vivimos en el mundo. En este artículo, continuamos con nuestras «8 reglas para crecer en piedad«, una serie de instrucciones extraídas de un gran predicador de antaño. En conjunto, estas reglas nos enseñan cómo nosotros, como cristianos, podemos conformarnos cada vez más a la imagen de Jesucristo. La segunda regla para crecer en piedad es ésta: cuídate de la mundanalidad. Aquí la regla #1

El mundo y la mundanalidad

En su primera carta, el apóstol Juan expone el reto y el peligro de la mundanidad. «No améis al mundo ni a las cosas que están en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él» (1 Juan 2:15). Aquí hay un fuerte contraste entre dos opciones opuestas: Podemos amar al mundo, o podemos amar a Dios, pero no podemos amar a ambos. Podemos seguir y obedecer al mundo o podemos seguir y obedecer a Dios, pero no podemos servir a dos señores. Sólo uno será dueño de nuestro corazón, sólo uno podrá reclamar nuestra lealtad definitiva. Esa elección está ante nosotros. ¿Qué es el «mundo»? En el pasado, algunos cristianos lo entendían como la tierra y todo lo que hay en ella, como si hubiera algo intrínsecamente malo en experimentar placer en la creación de Dios. Pero esto no puede ser, pues Juan no contradiría a Pablo, que insiste en que «todo lo creado por Dios es bueno, y nada se debe rechazar si se recibe con acción de gracias» (1 Timoteo 4:4). El «mundo», entonces, no es un lugar sino un sistema. Es una forma de pensar y vivir que rechaza el gobierno de Dios. Es el entusiasmo por lo temporal y la apatía por lo eterno. Es vivir como si este mundo fuera todo lo que existe. Amar al mundo es valorar lo que los incrédulos valoran, fomentar deseos y actitudes impías y complacerse en lo que es delicioso para los que se niegan a deleitarse en Dios. Los que aman al mundo sucumben naturalmente a la mundanalidad. La mundanalidad es fracasar en renovar nuestras mentes por la Palabra de Dios para que podamos vivir de una manera agradable a Dios. Es fracasar en pensar y vivir en formas claramente piadosas. Es fracasar en llegar a ser lo que Dios nos ha llamado a ser a través del evangelio. La mundanalidad es primero una cuestión de los deseos del corazón, luego de las meditaciones de la mente y después, de las acciones de las manos. Todos entramos en este mundo como amantes del mundo que necesitan desesperadamente la salvación. Sólo la obra de la gracia salvadora de Dios nos permite ver nuestra cautividad, sólo la luz del Evangelio nos libera de nuestra antigua ceguera. Cada cristiano debe entonces dejar la vieja mundanalidad para abrazar la nueva piedad. Por lo tanto, tenemos la elección ante nosotros: ¿Seremos mundanos o seremos piadosos? ¿Permaneceremos conformes a este mundo, o seremos transformados por la renovación de nuestra mente (Romanos 12:2)? Tomamos la decisión de una vez por todas cuando ponemos nuestra fe en Jesucristo, y volvemos a tomar la decisión día a día mientras nos ocupamos en nuestra salvación, dando muerte al pecado y viviendo para la justicia (Filipenses 2:12, Colosenses 3:9-10). Los cristianos que tienen la intención de crecer en la piedad deben estar vigilantes a fin de protegerse de la mundanalidad porque esta es un enemigo astuto y un tentador constante. Pocos de los que profesan a Cristo se proponen ser mundanos aunque muchos llevan la huella del mundo. Así como algunos saltan del muelle a un lago frío mientras que otros se arrastran por la escalera para que sus cuerpos puedan adaptarse, algunos que profesan la fe se sumergen en la mundanidad rápidamente, mientras que otros se vuelven mundanos a través de una larga y lenta inmersión. Algunos estudian detenidamente el mundo y sus costumbres, y luego imitan deliberadamente lo que observan. Vemos esto a menudo en los que se han criado en familias cristianas, listos para ganar su independencia. Se proponen ser mundanos y logran fácilmente su objetivo. Inevitablemente, se alejan de la fe. Trágicamente, muchos se pierden para siempre. Sin embargo, lo más común es que los cristianos se vuelvan mundanos por negligencia. No somos vigilantes y  no mantenemos una postura ofensiva contra la atracción y la intrusión del mundo. Descuidamos los medios de gracia, permitiéndonos perder la confianza en los medios ordinarios de la Palabra, la oración y la comunión. Habiendo perdido nuestra confianza en ellos, pronto los abandonamos por completo. Descuidamos el acercamiento a las diversiones impías con la debida cautela, de modo que lo que al principio nos choca pronto nos divierte y deleita. Descuidamos la amistad cristiana y en su lugar nos aliamos con personas que no tienen afecto por Dios ni deseo de santidad. Por ese descuido nos hundimos lentamente en las aguas de la mundanidad. Pronto descubrimos que el pecado ha comenzado a parecer atractivo y la santidad ha comenzado a parecer inútil.

Expulsar la mundanidad

Para ser cristianos sanos y que crecen, debemos mantener una estrecha vigilancia, protegiéndonos de la menor invasión de la mundanidad. Debemos ser conscientes de su existencia y de su atractivo. Debemos ser conscientes de su facilidad, porque mientras que la piedad requiere tenacidad, la mundanidad sólo requiere apatía. Mientras que podemos caer fácilmente en la mundanidad, no alcanzaremos la menor piedad sin persistencia. Además, debemos ser conscientes de que, o bien la piedad expulsará a la mundanidad, o bien la mundanidad expulsará a la piedad. No pueden coexistir más de lo que la luz puede mezclarse con las tinieblas o de lo que Dios puede cohabitar con los demonios. En última instancia, es nuestro amor por Cristo el que superará nuestra mundanidad latente. Nuestro nuevo afecto por Cristo tiene lo que un puritano denominó un «poder de expulsión», una capacidad para expulsar cualquier cosa que compita con Él, lo disminuya o amenace con suplantarlo. Por lo tanto, se convierte en nuestro deber y deleite fijar nuestros ojos en Cristo. «En este deber deseo vivir y morir», dijo John Owen. «En la gloria de Cristo quiero fijar todos mis pensamientos y deseos, y cuanto más vea de la gloria de Cristo, más se marchitarán a mis ojos las bellezas pintadas de este mundo y me crucificaré más y más contra este mundo. Se convertirá para mí en algo muerto y pútrido, imposible de disfrutar».

Conclusión

La primera regla de piedad nos advierte de nuestra tendencia a perder la confianza en los medios que Dios ha proporcionado para nuestra santificación. La segunda regla nos advierte contra el sopor espiritual y el no mantener una estrecha vigilancia contra un enemigo temible y astuto. Si anhelas ser piadoso, determina no ser mundano. Protégete contra la menor invasión de la mundanidad y lucha por toda apariencia de piedad. Las «8 reglas para crecer en piedad» se han extraído de la obra de Thomas Watson. Estas son las palabras que inspiraron este artículo: «Si queréis ser piadosos, tened cuidado con el mundo: es difícil que un terrón de polvo se convierta en una estrella, 1 Juan ii. 15. No améis al mundo»: muchos quisieran ser piadosos, pero los honores y las ganancias del mundo los desvían; donde el mundo llena la cabeza y el corazón, no hay lugar para Cristo; aquel cuya mente está arraigada en la tierra, es bastante probable que se burle de la piedad; cuando nuestro Salvador predicaba contra el pecado, los fariseos, que eran codiciosos, se burlaban de él, Lucas xvi. 14. El mundo se come el corazón de la piedad, como la hiedra se come el corazón del roble; el mundo mata con sus dardos de plata».

Tim Challies

Tim Challies es uno de los blogueros cristianos más leídos en los Estados Unidos y cuyo BLOG ( challies.com ) ha publicado contenido de sana doctrina por más de 7000 días consecutivos. Tim es esposo de Aileen, padre de dos niñas adolescentes y un hijo que espera en el cielo. Adora y sirve como pastor en la Iglesia Grace Fellowship en Toronto, Ontario, donde principalmente trabaja con mentoría y discipulado.

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