La queja es más grave de lo que pensamos

Si la gratitud es señal de fe, la queja constante delata un corazón que ha olvidado en quién ha confiado.
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Se cuenta la historia de una hermana que era “metodista”… (metodista, porque “se mete en todo”). Esta hermana, en cada predicación, reaccionaba con un fuerte “¡amén!” cuando se hablaban de ciertos pecados escandalosos. Si el predicador mencionaba la fornicación, ella gritaba: “¡Amén, gloria a Dios!”. Si se hablaba del adulterio, desde el fondo del auditorio se oía su voz: “¡Amén, predíquelo, pastor!”. Pero un día, la predicación trató sobre los pecados de la lengua. En ese momento, todos voltearon a verla. Y ella, incómoda, dijo lo siguiente: “Creo que el pastor se está saliendo del tema”.

Querido lector, es fácil condenar los pecados escandalosos y al mismo tiempo ignorar los propios. Esto se debe a que existen algunos pecados que a nuestro parecer no son tan malos. Pero la realidad es que, aunque nos parezcan pequeños, siguen siendo ofensas contra el Dios Santo, Santo, Santo. El escritor Jerry Bridges llama a esto “pecados respetables”. Un “pecado respetable” es aquel pecado que toleramos porque, en nuestra opinión, no es tan grave ni tan notorio como otros. Y aunque podemos hablar de varios ejemplos de pecados que los cristianos solemos tratar con ligereza, hoy quiero enfocarme en uno muy común: la queja.

Si somos honestos, debemos reconocer que nos quejamos todo el tiempo. Sin embargo, la queja es mucho más grave de lo que pensamos. Por eso, es necesario entender qué sucede cuando nos quejamos. Pero también veremos cómo el evangelio tiene todo el poder para transformar un corazón quejoso en uno que alaba y confía en el Señor. Y no hay mejor ejemplo que el mal ejemplo del pueblo de Israel en Éxodo 15:22 – 17:7.

Es fácil condenar los pecados escandalosos y al mismo tiempo ignorar los propios. / Foto: Getty Images

Cuando nos quejamos de algo, en realidad nos quejamos de alguien

De acuerdo con el contexto de esta sección (Ex 14:17), y a la luz de toda la Escritura, es Dios quien hace todas las cosas para Su gloria. Por lo tanto, todo lo que sucede en esta sección —el camino por el desierto, la escasez de agua, la escasez de alimento, y las aguas amargas— tienen su origen en Dios, porque es Él quien ordena todas las cosas. Observa el capítulo 16, versículo 2: “Y toda la congregación de los israelitas murmuró contra Moisés y contra Aarón en el desierto”. Pero nota cómo lo interpreta Moisés en el versículo 8:  “Y Moisés dijo: ‘Esto sucederá cuando el Señor les dé carne para comer por la tarde, y pan hasta saciarse por la mañana; porque el Señor ha oído sus murmuraciones contra Él. Pues ¿qué somos nosotros? Sus murmuraciones no son contra nosotros, sino contra el Señor’”.

Por eso, cuando nos quejamos de alguna situación, en realidad nos estamos quejando de Dios, porque es Él quien nos ha colocado en esa situación.

¿Alguna vez te has quejado por pruebas, escasez, enfermedades, tráfico, el clima, etc.? Recuerda: en última instancia, no te estás quejando de algo, sino de Alguien… de Dios.

Cuando nos quejamos de alguna situación, en realidad nos estamos quejando de Dios. / Foto: Unsplash

Cuando nos quejamos, demostramos que estamos insatisfechos

En el contexto inmediato del pasaje que estamos meditando, el pueblo de Israel acaba de ser liberado por Dios. Acaban de presenciar Su gloria al juzgar a Egipto, dejando al ejército enemigo sin vida a la orilla del Mar Rojo. Eso debía ser suficiente, ¿no lo crees?

Sin embargo, un corazón insatisfecho siempre encontrará motivos para quejarse. Por eso, vemos en el texto que el pueblo se queja por las aguas amargas (Ex 15:22–27), por el alimento (Ex 16) y por la sed Ex (17:1-7).

Querido lector, ¿tienes contentamiento con lo que Dios te ha dado? ¿Estás satisfecho con la iglesia en la que el Señor te ha plantado? Si no es así, siempre hallarás razones para quejarte. Recuerda esto: si no estás satisfecho con lo que Dios te ha dado, tampoco lo estarás con lo que Dios no te ha dado.

Si no estamos satisfechos en Dios, siempre tendremos razones para quejarnos. / Foto: Unsplash

Cuando nos quejamos, somos ingratos

El pueblo pasó de ser esclavo a ser libre, y eso los llevó a cantar la gloria de Dios en los primeros 21 versículos del capítulo 15. ¿Por qué esa reacción? Porque ser conscientes de lo que Dios ha hecho por nosotros debe llevarnos a agradecer en todo tiempo, tanto en la escasez como en la abundancia. Pero si no estamos agradecidos, la queja se convertirá en nuestro lenguaje en tiempos difíciles. Entonces, ¿tu vida se caracteriza más por la gratitud o por la ingratitud? Si la gratitud no llena tu corazón, la queja lo hará.

Cuando nos quejamos, nos enfocamos en lo que no tenemos

Querido lector, ¿qué es lo más valioso que tiene el pueblo en este texto? ¡Dios! Y cuando tienes a Dios, lo tienes todo. Un corazón que comprende esta gloriosa verdad se ve a sí mismo como alguien pleno. En el texto, Dios cambia el agua amarga en dulce, la escasez de alimento en codornices y maná, y la sed en agua abundante que brota de la roca. Es Dios quien hace todo. Pero cuando olvidas que Dios es tu mayor tesoro, tus ojos se enfocan en lo que te falta, y eso abre la puerta a la queja. Eso es terrible, porque un corazón que se enfoca en lo que no tiene deja de disfrutar lo que Dios ya le ha dado para Su gloria.

Así que, ¿tu vida se caracteriza por disfrutar lo que tienes para la gloria de Dios, o por quejarte por lo que no tienes?

Cuando olvidas que Dios es tu mayor tesoro, tus ojos se enfocan en lo que te falta, y eso abre la puerta a la queja. / Foto: Pexels

Cuando nos quejamos, somos egoístas

Al observar el libro de Éxodo, podemos llegar a una conclusión clara: Dios hizo todo para Su gloria y para el bien de Su pueblo. ¿Puedes imaginar eso? Todo lo que Dios estaba haciendo era para el bien de ellos. Sin embargo, ahora el pueblo solo piensa en sí mismo. Ahora bien, no quiero que me malinterpretes. No estoy diciendo que esté mal pedirle al Señor por nuestras necesidades. La Escritura nos llama a clamar a nuestro Padre celestial. El problema no es pedir, sino cómo está nuestro corazón cuando pedimos.

Santiago nos dice que nuestra tendencia es: “Piden y no reciben, porque piden con malos propósitos, para gastarlo en sus placeres (Stg 4:3).

Por eso, cuando aparece la queja, es señal de que estamos pensando más en nosotros mismos que en el Señor y su gloria.

Por ejemplo: cuando te quejas por tener un compañero de trabajo irresponsable, tal vez no estás viendo que Dios puede usar esa situación para que lo glorifiques a través de tu testimonio, paciencia y buen proceder como creyente. En lugar de eso, la queja revela cuán egoísta puedes ser, porque solo deseas que esa persona desaparezca, ya que estás enfocado únicamente en ti mismo.

Entonces, con esto en mente, te pregunto: ¿en cada situación difícil piensas más en el Señor, en los demás, en tu vida de piedad o en tu comodidad?

Cuando pensamos más en nuestra propia comodidad en el entorno que en Dios mismo, caemos en la queja. / Foto: Getty Images

Cuando nos quejamos demostramos que somos inmaduros

El pueblo está cantando al Señor en los primeros versículos, pero inmediatamente después, comienza a quejarse. Más adelante, el Señor los lleva a un oasis en Elim (Ex 15:27), pero pocos días después, el pueblo vuelve a quejarse, al punto de cuestionar si Dios está con ellos o no (Ex 17:7). Pero eso no es todo. El capítulo 17 nos muestra que ese mismo pueblo que cantaba al Señor, ahora está peleando contra Él. ¿Lo puedes creer? Esto sucede porque una persona inmadura se queja.

Vivimos en una época en la que muchos cristianos creen que mientras más libros de teología reformada lean, más maduros son. Pero como dijo el escritor Paul Tripp: “El conocimiento no es sinónimo de madurez”. Y yo añadiría: una posición en la iglesia tampoco garantiza madurez. Los años en el evangelio no siempre reflejan crecimiento espiritual. De hecho, puedes tener muchos años como creyente, y aún así, seguir siendo inmaduro espiritualmente.

Así que te animo a examinar tu madurez a la luz de esta pregunta: ¿me caracterizo por la queja? Si la respuesta es sí, entonces necesitas crecer.

Puedes tener muchos años como creyente, y aún así, seguir siendo inmaduro espiritualmente. / Foto: Unsplash

Cuando nos quejamos demostramos nuestra condición espiritual

Como hemos visto, la queja es más grave de lo que pensamos. Pero quizá lo más grave de todo es que una vida marcada por la queja revela incredulidad.

El escritor de la epístola a los Hebreos lo explica claramente:

Porque somos hechos partícipes de Cristo, si es que retenemos firme hasta el fin el principio de nuestra seguridad. Por lo cual se dice: “Si ustedes oyen hoy Su voz,  No endurezcan sus corazones, como en la provocación”. Porque ¿quiénes, habiendo oído, lo provocaron? ¿Acaso no fueron todos los que salieron de Egipto guiados por Moisés? ¿Con quiénes se disgustó por cuarenta años? ¿No fue con aquellos que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes juró que no entrarían en Su reposo, sino a los que fueron desobedientes? Vemos, pues, que no pudieron entrar a causa de su incredulidad (Heb 3:14-19).

La queja, en el fondo, demuestra que no creemos en la Palabra de Dios. Por eso, en el libro de Éxodo, vemos cómo algunos tomaron maná para el día siguiente a pesar de que Dios les dijo que no lo hicieran, y cómo otros salieron a recogerlo en el día de reposo, desobedeciendo la instrucción del Señor. Y en el capítulo 17, el pueblo llega al punto de contender con Dios, preguntando:

¿Está el Señor entre nosotros o no? (Ex 17:7).

La queja no es solo un mal hábito, sino una expresión de incredulidad, y en el peor de los casos, puede ser evidencia de un corazón que no está en Cristo. Esto debe llevarnos a tomar con seriedad la queja y tratarla con diligencia.

Lamentablemente, las malas noticias son que todos, por naturaleza, estamos inclinados a quejarnos. Pero las buenas noticias del evangelio son que gracias a la obra redentora de Jesucristo, el corazón que antes albergaba quejas puede ser transformado en un corazón que confía y alaba al Señor.

Jesús mismo nos enseñó que el problema está en el corazón (Mt 15:19), y el nuevo pacto promete precisamente una transformación del corazón. Mira lo que dice Ezequiel 36:26–27:

Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes; quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Pondré dentro de ustedes Mi espíritu y haré que anden en Mis estatutos, y que cumplan cuidadosamente Mis ordenanzas.

Ese nuevo pacto fue ratificado por Jesucristo con Su sangre en la cruz. Por eso, todos los que están en Cristo tienen un nuevo corazón: corazones que confían en Dios, que dependen de Él, que ven las dificultades como oportunidades para acercarse al Señor y descansar en Él. Ahora, la queja ha sido reemplazada por gratitud, alabanza y adoración al Rey de reyes y Señor de señores.

Querido lector, cuando se trate de la queja, no digas “creo que te estás saliendo del tema”.

Abraham Magallanes

Abraham Magallanes

Abraham Magallanes, siervo de Jesucristo.

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