Muchos de los pensamientos que se albergan en nuestra mente son de suma importancia para nosotras, así como aquello que se nos ha enseñado y decidimos adoptar como una verdad para vivirlo. La Biblia nos enseña que atesoramos aquello que amamos y que nos parecemos a aquello que adoramos.
Como cristianos sabemos que leer la Biblia es la fuente del conocimiento de Dios, en ella renovamos nuestra mente (Ro 12:2) porque estamos en un proceso de santificación, esto es despojarnos del pecado que nos asedia para ser como Cristo (Ro 7:21-24; 8:29). Sin embargo, ¿qué tan anuente estoy de su importancia?
Para responder esta pregunta, hablemos de la fuente, del fruto por medio del mensaje del evangelio y de cómo se contrasta con el mundo.
La fuente: la Palabra de Dios
Una fuente es ese lugar de donde brota agua para rociar todo a su alrededor. Nuestra fuente es la Biblia, es nuestra autoridad y es suficiente para vivir vidas santas. Pero tiene un propósito, dice el salmo 119:11: “En mi corazón he guardado tus palabras, para no pecar contra ti”. Guardar la Palabra es darle la relevancia que amerita en nuestra vida para no pecar contra Dios.
Si tenemos conciencia del pecado dentro de nosotras, diremos: “Con todo mi corazón te he buscado, no me dejes desviarme de tus mandamientos” (Sal 119:10). Si has leído este salmo, te encontrarás con peticiones como: “Enséñame, guíame, dame, hazme entender, vivifícame, y todo en tu Palabra”. Sin embargo, antes de cada clamor, el salmista nos deja ver su intencionalidad “he buscado”. Él ha hecho de la Palabra su tesoro, su amor, su necesidad, su consuelo, fortaleza, su ley, su ayuda para vivir glorificando a Dios. No solo es importante para él, pero es su fuente de vida; porque, como él, lo que pensamos determina como somos (Pr. 23:7).
La Biblia dice que somos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús (Jn 1:12), por tanto, nuestra identidad es ésta que se muestra en cómo pensamos, sentimos y actuamos. Renovar nuestra mente no sólo es de manera intelectual, el salmista exclama en este salmo que desea ser instruido para vivirlo, para no desviarse, para no pecar. Esto implica una respuesta de nuestra parte a lo que sabemos de Dios y de Su obra.
Desde siglos de siglos, el mundo ha influido en enseñanzas contrarias a Dios, constantemente está llamando nuestra atención para afectar nuestras creencias, valores y orden de Dios. Si no estamos en la Palabra, meditándola y viviéndola, nuestro corazón lentamente es tentado por lo que escucha y ve, que solo manifestará lo que ya está dentro de nosotras. Jesús dijo que no es lo de afuera lo que contamina al hombre, sino lo que está dentro de él (Mt 15:18-20). Las falsas enseñanzas siempre estarán, la pregunta es: ¿Cuál escogeremos aun sabiendo la verdad de la Palabra? Probablemente, la que consideramos más importante.
Fruto
Lo que escojamos no sólo denotará la información que tenemos, pero también denotará que hemos abrazado esa información como nuestra creencia a vivir. Si la Palabra es importante para nosotras, no quitaremos ni agregaremos a ella, no la suavizaremos o elevaremos moralmente, sino en humildad nos sometemos como hijas, no como señores; como necesitadas y no como dueñas, daremos fruto que es nuestra forma de vivir.
Bien dijo Jesús de los falsos maestros, aquellos que tenían en alta estima la Palabra, pero sin Cristo, le agregaban para confiar en sus obras: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7:20). O como dijo Pedro a los cristianos, aquellos que tenían en baja estima la Palabra aún con Cristo, la suavizaban por no confiar en Dios: “Por esto, yo no dejaré de recordarles siempre estas cosas, aunque ustedes las sepan, y así estén confirmados en la verdad presente” (2 Pe 1:12).
Sabremos que tenemos una fe práctica o verdadera, y no solo confesional, por los frutos que mostramos de ella. El fruto que sale de nuestro caminar de forma privada y pública proviene de una relación con Dios y Su Palabra, o proviene de nosotras y nuestra palabra que la interpreta a su gusto. Solo un Mensaje tiene el poder de salvarnos de tal atrocidad diaria: el evangelio de Cristo.
El evangelio
Las Buenas Nuevas del evangelio afectan no sólo nuestra mente, sino también en cómo respondemos a ellas. El evangelio nos salva de nosotras mismas.
El evangelio es la noticia que Dios se ha acercado a nosotras, que hay una respuesta a los vacíos humanos, a las incertidumbres del sufrimiento, a la constante lucha en nuestros corazones, a la vana manera de pensar y vivir que aprendimos, y al pecado que nos dirige a nosotras, y no a Él. ¡Cristo vino, vivió una vida perfecta, murió y resucitó por nosotras! ¡Qué buena noticia para nuestra alma angustiada, egocéntrica y rebelde! Este mensaje es importante de recordar todos los días en todo lo que hacemos y pensamos.
Necesitamos pensar en lo que es piadoso, lo que es verdadreo, honesto, justo, puro, amable de buen nombre y de virtud y digno de alabanza, en esto pensemos (Fil 4:8). ¿Quién es todo esto? ¿Qué mensaje es todo esto? Cristo y Su Palabra: el evangelio que nos rescató. Este es el mensaje que debe permear en las tareas cotidianas, en nuestros trabajos, estudios, en todo lo que hacemos y enfrentamos. Somos de Él ¡Cómo no pensar en la obra de gracia que Él ha hecho en nuestro lugar!
Es de gran esperanza conocer Su Verdad impregnada en nuestra mente y corazón mientras estamos en este mundo, para ser diferentes al mundo.
El mundo y la iglesia
La iglesia debe pensar diferente al mundo. Pues el mundo está bajo el maligno (1 Jn 5:19), por tanto, siempre nos tentará para alejarnos de la Verdad. Las filosofías del mundo se infiltran en la iglesia, pero siempre han existido: la mezcla de Dios con enseñanzas enfocadas en el poder, suficiencia o independencia del hombre, versículos fuera de contexto, interpretaciones personales que llevan desde profecías no bíblicas, hasta elevar los personajes de la Palabra por sobre Cristo, por quien todo fue hecho (Heb 2:9).
Por eso la importancia de pensar bíblicamente en medio tiempos como los nuestros radica en vivir en la Gracia que se nos ha concedido. Si no fuese por esa Gracia, estaríamos tan corrompidas como el mundo lo está. Si no has comprendido que has sido comprada por un Precio tan alto como la vida del Hijo de Dios, Dios mismo, no comprenderemos la urgencia de renovar nuestra mente para vivir como Él, siendo hacedoras, no sólo oidoras de la Palabra, (Stg 1:22).
Sabemos que el mundo y sus filosofías engañosas son falsas, pero, ¿qué pasa con las que hemos adoptado en nuestro corazón sin darnos cuenta? Como el feminismo, el pensar que la sujeción ya no procede; el individualismo, definir cómo se ve su amor sacrificial por su esposo e hijos, o la iglesia local; la santidad es aburrida, es mejor ser celebridades, y tantas otras. Esto no puede ser parte de nuestra forma de pensar, ni lo que guardamos como miembros de la iglesia de Cristo.
La Palabra que nuestro Intercesor, Cristo, está orando, es precisamente por estas cosas: “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17:6, 14-17, 21).
Pensar bíblicamente nos recuerda que no vivimos solas, somos parte de Su Cuerpo. La importancia de pensar en esto tiene proporciones cósmicas: Su evangelio es propagado por todo el mundo porque ven a Cristo en Su Novia, Su Iglesia. Es importante pensar bíblicamente para vivir bíblicamente: “¡Oh cuánto amo tu Ley! Todo el día es ella mi meditación” (Sal 119:97).