¿Has considerado la muerte? ¿Has considerado tu muerte? ¿Cuándo fue la última vez que pensaste largo y tendido sobre el fin de tu vida en esta tierra? ¿Cuándo fue la última vez que tuviste una conversación con un amigo sobre la muerte?
Creo que todos tenemos la tendencia a evitar el tema. Incluso cuando vemos personas morir cerca de nosotros, usamos eufemismos para referirnos a la muerte. Los eufemismos son palabras más suaves o decorosas para maquillar expresiones que serían muy severas. En lugar de decir “murió”, decimos “pasó a mejor vida”, “nos dejó” o “se nos adelantó”.
Cada vez que he ido a un funeral, quedo con la profunda convicción de que yo mismo moriré un día y debo ser consciente de eso más a menudo. Debo estar preparado para morir cualquier día. Pero luego, regreso a mi rutina diaria, y esa convicción se me pasa: comienzo a vivir como si el día de mi partida nunca llegará. Y eso no es bueno. Según la Palabra de Dios, esa no es la acción apropiada al considerar la realidad de mi muerte.
Desde Génesis 3, la serpiente ha tratado de engañarnos haciéndonos pensar que no moriremos (Gn 3:4). Satanás nos distrae continuamente para que no pensemos en la muerte ni consideremos nuestra eternidad. Especialmente, nuestra sociedad occidental en estos tiempos es experta en evitar el tema. En un breve libro titulado Sobre la muerte, Tim Keller da en el blanco cuando dice que “la cultura moderna es la más deficiente en toda la historia en cuanto a preparar a sus miembros para lo único que es inevitable: la muerte”. Nuestra cultura nos enseña a no pensar en la muerte, a no hablar sobre ella, a no reflexionar sobre nuestra vida después de esta.

¿Qué es la muerte?
Pero ¿qué es exactamente la muerte? ¿Cómo definimos esa palabra? ¿De qué estamos hablando cuando nos referimos a la muerte? Por las Escrituras, aprendemos que Dios, después de crear al hombre y colocarlo en un mundo perfecto, en un hermoso jardín lleno de su presencia y provisión, le dio una orden: “De todo árbol del huerto podrás comer, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás” (Gn 2:16-17). El castigo por la desobediencia era claro: la muerte, tanto espiritual (la cual fue inmediata) como física (la cual vino después). El hombre podía comer de cualquier árbol del jardín en cualquier momento del día, pero nunca podía comer “del árbol del conocimiento del bien y del mal”. Si comía de ese árbol, moriría. “Desde el primer aliento del hombre, se le dio una clara indicación de que el esplendor de la voluntad soberana de su Creador es de mayor valor que su propia vida”.
En Génesis 3, leemos que Satanás tentó a los seres humanos, y Adán pecó, después de su esposa Eva, desobedeciendo a Dios de manera catastrófica e introduciendo así la muerte al mundo, a la buena creación de Dios. El apóstol Pablo afirma que “tal como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron” (Ro 5:12). Al considerar esto, podemos definir la muerte —usando las palabras de Toby Jennings— como la consecuencia penal ordenada por Dios de la rebelión de Adán, la ‘decreación’ antinatural de la ‘muy buena’ creación original de Dios”. La muerte es el justo castigo, la paga apropiada para los pecadores (Ro 6:23).
La muerte no es un elemento natural o normal de la creación de Dios. Más bien es un intruso despreciable y un enemigo cruel de los seres humanos, que fueron creados a imagen de Dios y que son valiosos ante Sus ojos (1Co 15:26; Heb 2:15). La muerte es el “rey de los terrores” (Job 18:14); es una “agonía” (Hch 2:24). La muerte nos recuerda que algo está trágicamente mal en nuestro mundo, es una gran indignidad, la humillación definitiva para aquellos creados originalmente para gobernar con Dios, pero que fueron destituidos a causa del pecado y el orgullo.

¿Por qué hablar del tema?
Enfocarnos en Cristo
La Biblia no habla de la muerte de manera aislada dejándonos en la desesperación. Más bien, en las Escrituras hay una conexión irrompible entre la muerte y la obra de Cristo a favor de Su pueblo. Pablo dice que por la transgresión de Adán reinó la muerte, pero “mucho más reinarán en vida por medio de un Hombre, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia” (Ro 5:17). Y, en otra parte, nos enseña que “el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley; pero a Dios gracias, que nos da la victoria [sobre la muerte] por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1Co 15:56-57). El escritor de Hebreos también hace la conexión diciendo que Jesús participó de carne y sangre “para anular mediante la muerte el poder de aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo, y librar a los que por el temor a la muerte, estaban sujetos a esclavitud durante toda la vida” (Heb 2:14-15).
Dios quiere que, al pensar sobre la muerte, consideremos sin demora a Cristo: su vida perfecta, su obra en la cruz, su resurrección, su reinado y su Segunda Venida. Dios quiere que meditemos constantemente en la victoria de Jesús sobre Satanás, el pecado y la muerte.

Llenarnos de esperanza y paz, y quitar nuestros temores
Muchas personas viven con temor a la muerte: la propia o la de seres amados. Y no es de extrañar: la muerte es desconocida y misteriosa. Unos mueren apaciblemente en su vejez dando la apariencia de que todo estaba bien, hasta que, de repente, su vida se apagó. Otros mueren trágicamente en accidentes, incendios o naufragios. Además, hay quienes mueren después de largas luchas con enfermedades agresivas y degradantes. Todo eso fácilmente produce miedo en el corazón del ser humano. Sin embargo, el creyente puede considerar su muerte con la esperanza que le proporciona el evangelio de Jesús y las buenas promesas de su Redentor. El que no tiene a Cristo se entristece sin esperanza. Sin embargo, los que tenemos garantizada la vida eterna por la obra de nuestro Salvador Jesús, no somos estoicos: nos entristecemos, pero con esperanza (1Ts 4:13), porque sabemos exactamente lo que vendrá para nosotros después de morir.
Aunque la muerte es un enemigo cruel y aterrador, ya está derrotado. Jesús venció y su victoria es nuestra por gracia.

Informarnos para vivir bien en este mundo
La realidad de la muerte debe influir en la manera en que vivimos hoy. Moriremos. No podemos escapar de nuestro fin en esta tierra: “Está decretado que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio” (Heb 9:27). Al reflexionar seria y constantemente sobre la muerte, comprendemos que no somos indispensables como a veces creemos. Todos los seres humanos que han vivido antes de nosotros han muerto (a excepción de Enoc y Elías), y el mundo ha continuado sin ellos, así como continuará sin nosotros cuando muramos, si Cristo no ha regresado por su pueblo (1Ts 4:15-18).
Ayudarnos a crecer en piedad y en amor por Dios
El apóstol Pedro nos llama a una vida de piedad, echando mano de la verdad de que nuestra vida en esta tierra no es eterna: “Puesto que Cristo ha padecido en la carne, ármense también ustedes con el mismo propósito, pues quien ha padecido en la carne ha terminado con el pecado, para vivir el tiempo que le queda en la carne, ya no para las pasiones humanas, sino para la voluntad de Dios” (1P 4:1-2). El argumento es este: al considerar que nuestra vida en esta tierra pasará, no abrazamos nuestro pecado, sino que lo hacemos morir por el Espíritu Santo (Ro 8:13) para la gloria de Dios.

Darnos un vistazo de las glorias que nos esperan
El apóstol Pablo expresó que prefería estar con el Señor Jesucristo en lugar de continuar viviendo en esta tierra. En otras palabras, prefería morir e ir a la presencia de su Salvador que seguir viviendo. En 2 Corintios 5:8 dice que “[prefiere] más bien estar [ausente] del cuerpo [o sea, morir] y habitar con el Señor”, y en Filipenses 1:23 dice que tiene “el deseo de partir y estar con Cristo, pues eso es mucho mejor”. En sus palabras, podemos apreciar que no tenía temor a la muerte, sino que estaba preparado para enfrentarla porque sabía lo que venía después: “Plenitud de gozo […] deleites para siempre” en la presencia de nuestro Redentor (Sal 16:11).
John Piper dice que cuando consideremos la enseñanza bíblica sobre la muerte y seamos iluminados por el Espíritu Santo para comprenderla, “la dulzura que nos atravesará será al menos septuplicada”. ¿Por qué? Porque:
Aunque la muerte es real, (1) Cristo la ha vencido con Su muerte y resurrección, de modo que (2) los que lo atesoran no deben temer lo que mata el cuerpo, porque (3) en ese momento estaremos con Cristo, viendo Su gloria, saboreando Su amor, sintiéndonos en casa, hasta el día de Su aparición, cuando (4) resucite nuestros cuerpos de entre los muertos y (5) nos dé un cuerpo tan glorioso como el Suyo, y (6) renueve toda la creación para que sea nuestra morada eterna y (7) nos conduzca a la plenitud del gozo y los placeres para siempre en el resplandor de Su gloriosa presencia.
La muerte es el fin de la muerte. El día de la muerte del creyente, la muerte se acaba para siempre. Los santos que están con Dios no morirán nunca más. La vida es una lucha, un combate, pero la muerte es el final del conflicto: es el descanso, la victoria.
Ese día llegará y, hasta que ese día llegue, abracemos la perspectiva de Dios sobre la muerte y gocémonos en la obra de Cristo, quien murió para darnos vida (Jn 5:24).