Cada día tiene su propio afán. Las circunstancias no merman ni piden permiso o esperan para que les abramos la puerta. Las preocupaciones están a la puerta para probar y reafirmar quién es Nuestro Salvador y Señor. “He aquí, Dios es mi Salvador, confiaré y no temeré, porque mi fortaleza y mi canción es el Señor Dios, Él ha sido mi salvación” (Is. 12:2). La autonomía que se fraguó en el Edén sigue arrastrándonos cual lodo en días de invierno. Todos los días decidimos, todos los días fallamos, pero todos los días tenemos victorias. El ser humano encuentra su identidad en lo que hace según su propia opinión. Este es el resultado de la caída (Gen. 3), la autonomía y sus razonamientos. Isaías 12 es un cántico de acción de gracias profético. Es un cántico que apunta a la obra del Mesías como esperanza para el pueblo de Israel. “El Señor Dios” es el nombre JAH que significa el nombre divino de Dios, como aparece en el Salmo 104:35 que Moisés canta después que Dios salvara a Israel en el Mar Rojo. Así que Isaías está proclamando un segundo éxodo para el pueblo. ¡Cristo es nuestro éxodo, nuestro Señor y Salvador que nos ha libertado del pecado eternamente! Es una buena noticia, sin embargo, nuestros días están llenos de demandas, de retos y necesidades. Inconscientemente, colocamos expectativas en nuestro “hacer” y confiamos en ello, a veces es tan rápido que terminamos diciendo, “Dios quiera” o “en nombre de Jesús”. Pero más allá de decirte que ores al levantarte o tengas tu devocional sin falta, disciplinas que son importantes, quisiera que hoy meditemos en dos palabras: esperanza y confianza: Salvador y Señor.
Salvador, Cristo mi esperanza de Gloria
Dios te ha salvado por medio de Cristo para darte una esperanza firme y eterna que es como un ancla en tu alma (Heb 6:19). “Y en aquel día dirás: Te doy gracias, oh, Señor porque, aunque estabas airado conmigo, se ha apartado tu ira y me has consolado” (Is 12:1). La ira de Dios ya no está más sobre ti, porque te ha concedido el don de fe para creer en Su Hijo que murió por ti en la Cruz y resucitó para hacerte suya. Ahora te ha enviado un Consolador que mora completa y activamente en ti. En los días más ajetreados, mientras estamos pasando una prueba o tentación, perdemos la perspectiva y nuestra esperanza se nubla. Ponemos nuestra esperanza en las personas, en nosotras, en lo que hacemos o hicimos, en nuestra justicia. O, quizás recuerdas un verso que te fortalece por un momento, pero estás tan desesperada que el verso no parece tener el efecto que quisieras. Te comprendo. Sin embargo, estoy convencida de la promesa en Filipenses 1:6: “Él que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús”, porque Él es la esperanza de gloria (Col 1:27). Si Cristo te ha salvado, tienes esperanza hasta en el día más difícil, es una esperanza que te sostiene porque Él está obrando para Su Gloria en medio de esas situaciones. La esperanza no solo es un sentimiento romántico, está representado por una Persona que Vive y Reina por los Siglos: Cristo Jesús. Él es la Roca firme en la cual cada día construimos por medio de leer Su Palabra, orar, discipularnos y ser enseñadas por la predicación del evangelio.
Señor, en Cristo confío y no temeré
¡Maravilloso es nuestro Señor! No solo nos salva y da una esperanza inamovible, sino que se sienta en el Trono para reinar e irradiar con Su Señorío aquellos corazones desconsolados y temerosos. Las circunstancias apremian llorar muchas veces, lágrimas que derramamos por enojo, por dolor o por injusticias, pero lágrimas que no son desechadas por Aquel que las sostiene en Su Mano. Cristo es el medio por el cual no tememos, Su obra es la seguridad para no temer en las circunstancias o a los hombres, pero temer a Dios que decide el fin de los hombres (Luc. 12:5). Es muy fácil culpar a las circunstancias, justificarnos en el actuar de otros, pero cada una de nosotras es responsable de lo que decimos y hacemos. No podemos cambiar las circunstancias, ni a las personas, pero sí podemos correr al Señor para que nos muestre qué otro señor nos está gobernando, un señor que parece confiable pero no es permanente. El profeta dice: “no temo porque tú eres mi fortaleza” no dice, que al no temer todo se arreglará. Dios te ha dado a Cristo para que sepas que eres amada, aceptada, escogida, aprobada y perdonada completamente, he allí tu fortaleza, he allí la fuente contra todo temor y desesperanza. Nuestro Dios, Emanuel, está aquí, está presente. No es un Padre ausente. Cuando perdemos la esperanza y dejamos de confiar, seguro un señor funcional nos está envolviendo. La mejor forma de detectarlo es cuando olvidas la esperanza en Cristo y confías en tu propia prudencia. Respondamos con alabanza de corazones agradecidos, puesto que ya sea el temor o la desconfianza ambos apuntan a probar nuestra fe para crecer en Él.
Sus promesas
Tenemos hermosas promesas sobre la esperanza en Cristo: “Mantengamos firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa” (Heb. 10:23). “Pero yo he puesto mi esperanza en el Señor; yo espero en el Dios de mi salvación. ¡Mi Dios me escuchará! (Miq 7:7). “Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado” (Rom 5:5). “¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tentamos una esperanza viva” (1 Ped 1:3). Tenemos hermosas promesas sobre aquellos que confían en Dios: “Pero los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas” (Is.40: 31a). “Vengan a mí todos los que están cansados y afligidos, y Yo les daré descanso” (Mt. 11:28). “En este mundo tendrán aflicciones, pero confiad que Yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33). Cada una de ellas es un llamado a entonar cánticos de alabanza al Salvador, por lo que Él ha hecho, siempre da gracias en medio de toda situación e invoca Su Nombre. Él está cercano, Cristo es suficiente Señor y Salvador para darte una esperanza en la cual confíes cada día mientras le esperamos.