El diezmo, la ofrenda y Cristo

El enojo de Dios por el diezmo y la ofrenda no era porque estuvieran reteniendo dinero o alguna cosa material, era por la ausencia de adoración.
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 Acerca de el diezmo, la Biblia dice: Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. —Malaquías 3:10

Crecí en el evangelio escuchando esas palabras toda vez que la persona encargada oraba por las ofrendas en el servicio. También resultaba ser el texto estrella a la hora de animar a los hermanos para contribuir con su dinero a la causa de la iglesia. Por supuesto, nada tengo en contra de dar para la obra del Señor. Múltiples pasajes en el Antiguo y el Nuevo Testamento prueban que los que realmente han sido alcanzados por Dios, sirven a Él con todas las cosas que tengan a su disposición y el dinero es una de ellas (2 Cor 9); pero estoy convencido que hay mucho más en este texto para nosotros, que solo una invitación a dar o una reprensión por no hacerlo.

El texto a la luz del contexto

El libro de Malaquías fue escrito unos 100 años después del regreso del pueblo de Israel de la cautividad babilónica. La nación había experimentado un gran avivamiento en los días de Esdras y Nehemías, pero pronto lo afectos emocionales empezaron a apagarse, y el pecado apareció de nuevo. Los sacerdotes que habían sido ordenados para ofrecer sacrificios continuos, habían trivializado el oficio Santo convirtiéndolo en una práctica ritualista carente de algún valor espiritual. Pero no sólo los sacerdotes, también el resto del pueblo había obrado pecaminosamente. Habían deshonrado el matrimonio, se menospreciaban unos a otros y habían descuidado sus obligaciones, las cuales habían sido mandadas en la ley de Moisés. Dios había establecido que, de las doce tribus, la de Leví fuera dedicada al sacerdocio y sostenida por las otras once tribus, a través de los diezmos (Núm 18:23-24). Pero en los días de Malaquías, la gente había descuidado esta obligación, por lo que los sacerdotes se vieron obligados a abandonar su labor para buscar su sustento. No había alimento en la casa de Dios.

El diezmo y la ofrenda, más que dinero

Con todas estas cosas en mente, ahora nuestro texto cobra algo más de sentido. Dios está mandando al pueblo a traer los diezmos, y también las ofrendas al recién construido templo. Como puede verse, la preocupación de Dios no estaba en que se le estuviera robando dinero. Al fin de cuentas de Él son todas las cosas, así que nadie puede robarle en el sentido de quitarle algo que le pertenece, porque siempre estará en su poder (Sal 24:1; Hag 2:8-10); el problema principal era que por no tener el alimento correspondiente a los diezmos en las bodegas para almacenar el grano, —eso es un alfolí— no había sacerdotes en el templo, por tanto ¡el sistema de ofrendas estaba suspendido! ¿Leíste bien? No había sacrificio, al pueblo no le estaba importando su pecado, no estaban buscando la misericordia, ellos habían dejado de adorar a Dios.

El enojo de Dios por el diezmo y la ofrenda no era porque estuvieran reteniendo dinero o alguna cosa material, era por la ausencia de adoración. No pretendo aquí echar leña a la discusión de si el diezmo está vigente o no, pero si quiero que aprendamos a ver en el texto las implicaciones teológicas que, en ocasiones, las ideas preconcebidas hacen que desaparezcan de nuestro alcance. Malaquías 3 apunta a algo mucho más grande y excelso.

El diezmo, la ofrenda y Cristo

El libro de Malaquías parece presentarnos un cuadro desesperanzador. Con un pueblo no comprometido no habría sacerdotes, y si no había sacerdotes tampoco las ofrendas de expiación demandadas por el pecado. Una cosa era un Israel sin templo, pero ahora el templo estaba desolado, vacío, y cuando los sacerdotes ofrecían algo, ni siquiera era un sacrificio excelente. En el capítulo 2 leemos lo siguiente:

Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio, ¿no es malo? Asimismo, cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe; ¿acaso se agradará de ti, o le serás acepto? dice Jehová de los ejércitos. (v8) 

Las ofrendas del pueblo representaban lo que pensaban de Dios. Ellos no estaban dolidos por su pecado, y ni siquiera habían comprendido la seriedad implicada en presentar sacrificios insuficientes a Dios. Pero todo este cuadro no es más que el anuncio de algo mejor que debía venir y era necesario. Un sacrificio perfecto, un sacerdote perfecto, un templo perfecto; sin relación con el pecado y dispuesto a ofrecerse de una vez por todas como una ofrenda continua por el pecado de los hombres. El estado de la nación de Israel descrito por el último de los profetas, muestra que sólo el advenimiento de Cristo el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, habría de resolver el problema de manera definitivamente. En efecto, es así como termina Malaquías:

He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición. (Mal 4:5-6) 

Y esta es exactamente la manera en que comienza el evangelio de Marcos, el que describe el ministerio de Cristo: 

Y predicaba, diciendo: Viene tras mí el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar encorvado la correa de su calzado. Yo a la verdad os he bautizado con agua; pero él os bautizará con Espíritu Santo (Mc 1:7-8) 

Hay un vínculo glorioso entre Malaquías y Cristo. Es la necesidad presentada antes de la respuesta, la desesperanza antes de la promesa, la ausencia del sacrificio antes del perfecto sacrificio. Quiera el Señor ayudarnos a ver las Escrituras a la luz del Salvador y que podamos apreciar su hermosura y perfección. Él es el corazón de la Biblia y cada texto es un camino que nos llevará a Él como la carretera principal.

Jacobis Aldana

Jacobis Aldana es licenciado en Artes Teológicas del Miami International Seminary (Mints) y cursa una Maestría en Divinidades en Midwestern Baptist Theological Seminary; ha servido en el ministerio pastoral desde 2011 y actualmente es pastor principal de Iglesia Bíblica Soberana Gracia en Santa Marta, Colombia, está casado con Keila Lara y es padre de Santiago y Jacobo.

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