En algún momento alrededor del año 95 d. C., Jesús, a través del apóstol Juan, vino metafóricamente a llamar a la puerta de la iglesia de Laodicea con una invitación insuperable:
Yo estoy a la puerta y llamo; si alguien oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo (Ap 3:20).
Sacado de su contexto, este versículo puede sonar como si Jesús estuviera llamando suave y tiernamente. Los cuadros inspirados en este versículo tienden a retratar a un Jesús suave llamando amablemente. En realidad, era cualquier cosa menos suave y tierno, gentil y apacible. Esta invitación vino después de una fuerte reprimenda y una seria advertencia. Jesús estaba golpeando la puerta de Laodicea con la urgencia de una emergencia:
Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de Mi boca. Porque dices: “Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad”. No sabes que eres un miserable y digno de lástima, y pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que de Mí compres oro refinado por fuego para que te hagas rico, y vestiduras blancas para que te vistas y no se manifieste la vergüenza de tu desnudez, y colirio para ungir tus ojos y que puedas ver. ’Yo reprendo y disciplino a todos los que amo. Sé, pues, celoso y arrepiéntete (Ap 3:15-19).
Jesús estaba aporreando la puerta de una iglesia cuya confianza en un ídolo la ponía en grave peligro espiritual. Su próspera tibieza le daba ganas de vomitar. Pero como amaba a estos cristianos tibios, los disciplinó amorosamente con palabras duras y los llamó a un celoso arrepentimiento y transformación.

Cuando Jesús llamó a la puerta en Wittenberg
El 31 de octubre de 1517, Jesús, a través de un sacerdote/profesor alemán poco conocido, llamado Martín Lutero, vino literalmente a llamar a la puerta de Wittenberg de la Iglesia Católica Romana.
La corrupción desenfrenada del poder y la riqueza era un pecado cancerígeno que había hecho metástasis en la Iglesia Católica Romana y se había extendido a muchos de sus líderes y, a través de ellos, a sus doctrinas y prácticas. Este cáncer estaba matando a la Iglesia. Ella también se había vuelto muy próspera y, sin embargo, no se daba cuenta de lo desdichada, lamentable, pobre, ciega y desnuda que se había vuelto. No había escuchado suficientemente la voz de autoridad de Jesús en las Escrituras, ni las voces proféticas de advertencia que Él le había enviado repetidamente. El Señor estaba al límite de Su paciencia.

Pero como amaba a Su iglesia enferma de pecado, cuya idolatría la ponía en grave peligro espiritual, envió a un insólito mensajero de una insólita ciudad ―nos hace recordar al Señor― con una dura palabra de amorosa disciplina. El profesor Lutero se dirigió a la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg con un martillo, unos cuantos clavos y un pergamino en el que enumeraba 95 mordaces acusaciones contra la Iglesia Católica Romana. A diferencia de lo que recibieron los laodicenses, las tesis de Lutero no eran Escrituras inerrantes. De hecho, más tarde Lutero supo que algunas de ellas no eran lo suficientemente profundas. Pero aun así, eran en gran medida un llamado bíblico al arrepentimiento sincero, como lo capta tan claramente la primera tesis:
Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: “Arrepiéntanse” (Mt 4:17), quiso que toda la vida de los creyentes fuera una vida de arrepentimiento.
Al golpear del martillo de Martín, Jesús llamó a la puerta. Y Su llamada desencadenó una reacción en cadena que explotó en la Reforma Protestante, una detonación del evangelio que sigue sacudiendo el mundo más de quinientos años después.

La explosión de la Reforma
Como resultado del 31 de octubre de 1517, cientos de millones de cristianos de todo el mundo se han sometido a la Palabra de Dios como su máxima autoridad (Sola Scriptura) y a su enseñanza de que la salvación es un don otorgado únicamente por la gracia de Dios (Sola Gratia) a través del instrumento de la fe (Sola Fide) en la muerte y resurrección de su único salvador y mediador, Jesucristo (Solus Christus), para que toda la gloria recaiga siempre únicamente en el Dios Trino (Soli Deo Gloria).
Dondequiera que la iglesia abriera la puerta a Jesús, el arrepentimiento y la Reforma fueron como quimioterapia para el cáncer de la corrupción espiritual y la fe recuperada en el evangelio de Cristo propagó la salud espiritual por gran parte de Europa, y luego por el Nuevo Mundo, Asia y África. Dio lugar a la evangelización masiva, la plantación de iglesias, la traducción de la Biblia y las misiones internacionales. Y en su paso trajo todo tipo de beneficios sociales: familias más fuertes, comercio honesto, poder económico para los pobres, hospitales y clínicas para los enfermos, educación para las masas, estímulo para la iniciativa científica, formas democráticas de gobierno cívico, y un largo etcétera.
Cuando comprendemos realmente la enorme compuerta de misericordia que se nos abrió porque Jesús llamó a la puerta en Wittenberg, el Día de la Reforma (31 de octubre) se convierte en un día de acción de gracias, un día de fiesta o quizás de ayuno y oración por otra explosión reformadora en nuestras vidas, iglesias y naciones.

¿Está Jesús llamando a tu puerta?
De hecho, dada la prosperidad que estamos experimentando la mayoría de nosotros en Occidente y el árido clima espiritual en el que vivimos, puede que la mejor manera de celebrar el Día de la Reforma sea hacer un examen de conciencia serio y en oración. ¿Hemos permitido que se instale una actitud negativa al estilo de Laodicea? Sabemos que partes significativas de la Iglesia Occidental están enfermas por diversas herejías. ¿Eso nos incita a orar seriamente?
Y deberíamos preguntarnos, ¿está Jesús llamando ―o golpeando― a nuestra puerta? ¿Lo oímos? ¿Lo ignoramos o incluso lo resistimos? ¿Estamos tolerando y justificando algún ídolo? Un síntoma claro de idolatría es la tibieza espiritual. La tibieza típicamente no se siente como un peligro grave. Puede parecer un malestar tolerable e incluso casi agradable. Pero es mortal. En este estado no nos damos cuenta de lo miserables, dignos de lástima, pobres, ciegos y desnudos que estamos.
Y como Jesús ama a las personas pecadoras como nosotros, cuando caemos en ese estado, llama a la puerta con fuerza. A menudo no lo reconocemos como Él al principio, porque puede venir en forma de mensajero, a veces uno poco probable. Y el golpe de sus duras palabras puede ponernos a la defensiva y enfadarnos.
Pero escuchemos con atención y bajemos la guardia. Las palabras duras son dolorosas, sobre todo para nuestro orgullo. Pero Jesús (o Su imperfecto mensajero) no está siendo mezquino ni nos está condenando. Es la disciplina amorosa de nuestro Salvador para advertirnos. La tibieza significa idolatría espiritual que amenaza la vida. La cura es que seamos celosos y nos arrepintamos (Ap 3:19).
Si Jesús está llamando a nuestra puerta, démosle la bienvenida para que comamos con Él y Él con nosotros (Ap 3:20). Aceptar Su insuperable invitación al gozo a través del arrepentimiento y la Reforma puede ser la mejor manera de celebrar el Día de la Reforma.
Publicado originalmente en Desiring God.