Esta parte del libro (Entrenamiento funcional) comenzó con la exhortación a cultivar la humildad. Ahora, cerraré con la exhortación a cultivar el temor del Señor. A veces, asumimos que el temor es algo negativo, y puede serlo. Los cristianos no deben vivir con el temor de que Dios no nos ame. En el centro del evangelio se encuentra la propiciación de la ira de Dios. Absolutamente toda la ira que debió caer sobre pecadores como nosotros fue diferida de los hijos de Dios y puesta sobre Jesús (Ro 3:21–26). Por tanto, no tenemos ya nada que temer; el Cordero de Dios pagó el precio y absorbió el castigo. Como escribe Juan: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor involucra castigo, y el que teme no es hecho perfecto en el amor” (1 Jn 4:18). Sin embargo, debemos cultivar un temor sano del Señor. Proverbios afirma que este temor es el principio de la sabiduría (1:7; 9:10). Cuando hablo acerca de temor sano, hablo acerca de temor a decepcionar a Dios. Me refiero al asombro ante el esplendor de Su majestad y maravilla ante Su poder creativo. Me refiero a la reverencia en respuesta a Su ira y a Su justicia. Quiero decir sorpresa ante Su amorosa bondad que ha sido derramada sobre nosotros en el evangelio. Tal como escribe el apóstol Pablo: “Por tanto, amados, teniendo estas promesas, limpiémonos de toda inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Co 7:1). También debemos cultivar un temor de nuestra propia capacidad para pecar. Separados de la gracia restrictiva de Dios, somos capaces de cometer cualquier pecado (Gn 20:6). Te podría parecer ridículo que algún día pudieras ver pornografía en cinco navegadores de internet al mismo tiempo, pero eres capaz de ello. Si estás familiarizado con los libros y las películas de El señor de los anillos, has visto este concepto dramatizado. Los personajes que tienen el mayor respeto por el poder del anillo y el mayor temor de cómo ellos mismos podrían abusar de él se convierten en los más seguros y de más ayuda a la causa (Gandalf, Aragorn y Galadriel). Por el otro lado, aquellos que se sienten más confiados de su propia incorruptibilidad se convierten en una amenaza (Boromir). Esta verdad me resultó clara durante un evento en la universidad. El hombre que me discipulaba también se reunía con uno de los entrenadores de deportes que estaba investigando el cristianismo. Un día, me dijo que este entrenador tenía problemas con volverse cristiano porque sentía demasiada culpa por “pecados reales”. Con esto, pienso que se refería a cosas que los “buenos cristianos” nunca harían. Recuerdo que mi amigo me miró y preguntó: “Por ejemplo, robar. ¿Cuándo fue la última vez que robaste algo?”. “No sé,” le dije. Y la conversación cambió a otros temas. El día siguiente, mientras le daba mordidas a una pizza de pepperoni que acababa de robar, recordé nuestra conversación. No, no había entrado a robar una pizzería, pero sí había asistido a una presentación de la universidad con el único objetivo de comer. Aunque entiendo el punto sobre los “pecados reales”, también creo que todos necesitamos tener más temor de nuestra propia capacidad de pecar. Necesitamos barreras que nos protejan de salirnos del camino hacia el barranco. Por ejemplo, a veces es necesario que un pastor tenga una conversación privada con una mujer. Pero cuando yo lo hago, siempre tengo cuidado de tener a otras personas alrededor. Cuando escribo algún correo a una mujer, mantengo mi tono formal. Cuando mi esposa y yo salimos a una cita, si nuestra niñera es una jovencita que no maneja, nunca soy yo el que la lleva a casa. Para algunos, estas medidas pueden parecer extremas o paranoicas, pero no tomar precauciones sería asumir que soy más espiritual que el rey David. Muchas situaciones habían llevado a David a encontrarse en el tejado en el tiempo cuando los reyes solían ir a la guerra (2 S 11:1). Si hubiera establecido barreras adecuadas, la mujer desnuda llamada Betsabé nunca habría llamado su atención y, aun si lo hubiera hecho, él habría lidiado con la tentación de manera diferente. De nuevo, cultivar un temor de nuestra capacidad para pecar es central para cultivar un temor sano del Señor. Separados de la gracia restrictiva de Dios, somos capaces de cualquier pecado, sexual o de otra índole. Esto nos trae de vuelta al comienzo de esta sección: cultiva la humildad.
Preguntas de diagnóstico
- Cuando escuchas la frase “el temor del Señor”, ¿qué viene a tu mente?
- ¿Cómo puede ayudarte el temor del Señor en tu búsqueda de pureza?
- ¿Qué pasos prácticos puedes tomar para cultivar un temor “bueno y saludable”: un temor del Señor y un temor de nuestra propia capacidad para pecar?
- ¿Hay ciertos pecados que piensas que nunca cometerías? Si es así, ¿qué pecados son y por qué lo piensas? ¿En qué maneras eres diferente de aquellos que cometen estos pecados?
- Las barreras no son necesarias en todos lados, solo donde existe peligro. ¿Qué barreras has colocado en tu vida para evitar salirte del camino hacia un barranco?
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