PRESENTADOR:
Es el polo opuesto a Cristo. Es el polo opuesto a la vida santa. Estamos hablando del egoísmo. “El egoísmo”, dijo una vez Charles Spurgeon, “es tan ajeno al cristianismo como las tinieblas a la luz”. La oscuridad del egocentrismo es lo opuesto a Cristo y Su evangelio, y socava todo objetivo en la vida cristiana. El egoísmo autodestructivo sigue en nosotros. Queremos despojarnos de él. Debemos luchar contra él. Y eso nos lleva a la pregunta de hoy. “Pastor John, necesito su ayuda para vencer mi egoísmo. Soy un joven de diecisiete años. La gente que me rodea, la gente que amo y la gente que me quiere —especialmente mi novia— me dicen continuamente que soy egoísta. Quiero llegar a ser una persona sin egoísmo. El problema sigue surgiendo cuando creo que estoy haciendo un buen trabajo en esa área de mi vida. Estoy seguro que el problema es que no estoy dispuesto a cambiar, y no lo quiero admitir. ¿Cómo puedo aprender a ser un joven sin egoísmo?”.
JOHN PIPER:
Bueno, no conocerte personalmente hace que sea un poco difícil dar un consejo específico. Por eso, lo primero que debo decir es que probablemente sería prudente que buscaras a un cristiano maduro fuera de ese círculo del que estás hablando —quizás tu pastor o líder de jóvenes— y compartieras con él algunos detalles de lo que la gente está diciendo que te desconcierta, y obtuvieras su punto de vista sobre tu corazón, ya que te conoce personalmente.
Recuerda que el apóstol Pablo dijo: “Que la palabra de Cristo habite en abundancia en ustedes, con toda sabiduría enseñándose y amonestándose unos a otros” (Colosenses 3:16). Eso es lo que quieres. Quieres a alguien que sea rico en sabiduría bíblica, que esté lleno de la palabra de Cristo, que pueda amonestarte de cerca. Eso es lo que yo no puedo hacer. Tengo que hablar desde lejos de manera general. Necesitas a alguien que te conozca, lleno de sabiduría bíblica, lleno de valor para decir la verdad. Así que ese es mi primer consejo. Pero permíteme decir algunas cosas generales al respecto. Espero que sean de ayuda.
Monstruo de muchas cabezas
El egoísmo es un monstruo de muchas cabezas. En cierto sentido, es la enfermedad más destructiva del alma humana. Absolutamente nadie, excepto Jesús, escapa a la enfermedad del egoísmo. Las cabezas de este monstruo son infinitamente diversas —y sé que la palabra “infinitamente” es una exageración; lo sé—. Pero el punto es que la variedad de manifestaciones del egoísmo son infinitas en esta vida. Si cortas una cabeza, crece otra.
Puedes ser un perezoso que siempre espera que los demás te sirvan tu pizza, o puedes estar sirviendo sin cesar a los perezosos, deseando profundamente que te aprecien por tu servicio.
Puedes ser la persona que más ora en tu grupo, y sin embargo nunca has confesado un pecado personal en tus oraciones públicas en ese grupo ni has pedido perdón porque no quieres revelar quién eres.
Puedes llamar continuamente la atención sobre las injusticias del mundo y sobre cómo se maltrata a los demás, pero quienes te rodean pueden darse cuenta al mirarte que hay una buena dosis de glorificación propia por tu virtud personal en eso, ya que demuestras lo perceptivo y moralmente recto que eres para detectar esas injusticias.
Las sutilezas del egoísmo son infinitas en todos nosotros, no solo en un joven de diecisiete años que lucha con su propio corazón.
Enfrentemos ese monstruo
Debemos luchar contra este monstruo en dos frentes. Ambos son bíblicos, y el segundo es dominante —debería ser dominante, digamos—. Pero ambos son correctos, buenos y necesarios.
El primero es enfrentarse al monstruo. Mirarlo fijamente, reconocerlo y sentir tristeza porque esté en nuestro corazón. Odiarlo. Declararle la guerra. Matarlo. A eso se refería Pablo en Colosenses 3:5 cuando dijo: “hagan morir todo lo que es propio de la naturaleza terrenal”, y una de las cosas que menciona son los “malos deseos”, como el egoísmo.
Eso incluiría orar contra él, detectar sus primeras señales y resistirlas, afirmar tu nueva posición de aceptación y justificación en Cristo y decir: “Soy una nueva creación. Este feo monstruo no es quien soy. Esa no es mi verdadera identidad”, y luego renunciar a la tentación como ajena a tu alma, que lo es. Es ajena a tu alma porque ahora estás en Cristo Jesús.
Bien, ese es el primer frente: esa lucha directa, asaltante, negativa, asesina que debemos tomar cada día porque eso es lo que la Biblia dice que debemos hacer.
Llénate de Cristo
El segundo frente en el que luchamos es llenar nuestras mentes y corazones con tanto de Cristo que los impulsos egoístas son derrotados al ser sofocados. No tienen espacio en tu corazón. No pueden respirar allí. Hay demasiado Cristo. Mueren, no principalmente por un ataque directo, sino porque algo ha tomado su lugar: el amor humilde y agradecido por Cristo.
Aquí podemos usar una analogía. Imaginemos que tenemos un frasco lleno de sustancias tóxicas. ¿Cuál sería la mejor manera de sacar las sustancias tóxicas del frasco? Puedes atacar directamente conectando una aspiradora y succionándolos —o más simple, más efectivamente, puedes verter agua limpia en el frasco y forzar la salida de todas las sustancias tóxicas al reemplazarlas—.
Así es como se vencen los pecados con mayor eficacia. Nuestra alma es el frasco, el egoísmo es la sustancia tóxica, y Cristo es el agua que la expulsa —específicamente, Cristo experimentado en nuestro conocimiento de Él, en nuestro amor por Él, en nuestra confianza en Él—. El Cristo experimentado —presente, reinando, gobernando, residiendo en nuestras vidas, con quien tenemos plena comunión— lo expulsa. En otras palabras, la mejor manera de luchar contra el egoísmo no es pensar en el egoísmo, sino pensar en Cristo, y específicamente pensar en el gran Salvador que es, el gran consejero que es, el gran amigo que es, el gran Señor, sustentador, campeón.
Si nuestras vidas, nuestras mentes, nuestros corazones rebosan de asombro ante la grandeza, la belleza y el valor de Cristo, y el valor incalculable de lo que ha hecho por nosotros, no es probable que se nos perciba como egoístas. Las personas egoístas están preocupadas por sí mismas y no por Cristo. Anhelan que se les reconozca, que se les preste mucha atención, en lugar de que se reconozca y se preste mucha atención a Cristo.
Considera a Cristo
Este es un asunto de emoción auténtica y sincera. No se puede fabricar, no se puede producir como un espectáculo. El objetivo es sentir —sentir de verdad— la belleza de Cristo. Ese es el objetivo. Tiene que ser real. A eso se refería Pablo cuando dijo: “yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor” (Filipenses 3:8). Esa es la clave. Eso no era un espectáculo para Pablo. No estaba haciéndose ver como alguien genial y grande. Estaba expresando los afectos más profundos de su corazón. “Amo a Jesucristo más que a nada”.
Así pues, la estrategia para superar el egoísmo está en Hebreos 3:1: “consideren a Jesús, el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe”. O Hebreos 12:3: “Consideren, pues, a Aquel que soportó tal hostilidad de los pecadores contra Él mismo”. Este es el trabajo de toda una vida, no el de un momento: cada día, centrar la atención de nuestra mente y el afecto de nuestro corazón en Cristo y en la clase de persona que es y en la grandeza de la obra que ha realizado.
Creo que Jesús tenía en mente el peligro del egoísmo cuando dijo a Sus discípulos, que acababan de experimentar grandes victorias sobre Satanás, que no debían alegrarse por ello, sino porque “sus nombres están escritos en los cielos” (Lucas 10:20). En otras palabras, es más efectivo para vencer el pecado que nos asombremos de ser salvos que de tener éxito —incluso éxito por el poder de Dios—. Pensarías que el éxito en el ministerio es algo bueno, y que es bueno regocijarse al experimentarlo, pero Jesús dice que es aún más importante regocijarse de que conoces a Cristo, regocijarse de que tienes una relación con Jesús —que pasas tiempo con Él ahora, y que pasarás la eternidad con Él después—.
Felicidad con los brazos abiertos
Permíteme decir rápidamente una cosa más antes de terminar. Ya que Jesús dijo que amáramos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, está claro que Jesús reconoce que hay un amor propio adecuado. Esto no se refiere a la autoestima. Esto es hacer lo que traerá gozo infinito y eterno a tu propia alma. Eso es amor propio: hacer lo que traerá gozo infinito y eterno a tu propia alma. Y eso es lo que Jesús nos ofrece.
Pero, también, Jesús hace que nuestro deseo de nuestra propia felicidad eterna sea la medida de nuestro deseo de la felicidad de los demás, lo cual es muy radical. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39). ¿Buscas tu propia felicidad? Sí. La buscas. Entonces haz que esa sea la medida de tu búsqueda de la felicidad de los demás, del bien de los demás.
Así que, simplemente añadiría esto a tu estrategia contra el egoísmo. Siempre que busques algo para ti, lo cual seguramente harás porque debes hacerlo —comerás, dormirás, harás ejercicio— pregúntate esto: “¿Tengo un deseo real en mi corazón de que otros compartan conmigo este bien y felicidad temporal o eterna?”. No es egoísta buscar tu propia felicidad si parte —esencial— de tu propia felicidad es el deseo sincero de incluir a otros en ella.
Episodio original en inglés: https://www.desiringgod.org/interviews/how-can-i-kill-my-selfishness