Pablo se despide de Timoteo, y al hacerlo nos deja, por inspiración del Espíritu Santo, lo que conocemos como la segunda carta del apóstol a su protegido, 2 Timoteo. Esta epístola es un manual para la lucha, en ella se muestra el deseo de Pablo para que su discípulo se prepare para ser un líder en la iglesia de Cristo.
Un breve resumen
Pablo primero habla de las luchas que son parte de la vida en el evangelio de Jesús, en donde a veces se sufre el abandono de amados hermanos y se derraman lagrimas que parecen secar el alma. Señala que es necesaria una vida en disciplina y perseverancia, algo que compara con ser un soldado, un atleta o un granjero, siendo característica de estos oficios la constancia y la paciencia para lograr la meta planteada desde un inicio, ganar la batalla en el caso del soldado, ser victorioso en el caso del atleta y lograr fruto en el caso del granjero.
De pronto, llega al capítulo 2 versículo 8: “Acuérdate de Jesucristo”. Una frase que cada creyente debería decirse a sí mismo cada día. A menudo estamos tan centrados en nosotros y las circunstancias que olvidamos a quien realmente importa, a quien importa más que todos: Cristo.
Implicaciones para la vida diaria
Acordarse de Cristo tiene grandes implicaciones para el cristiano. Primero, implica recordar lo que Él ha hecho a favor de los Suyos: resucitó de entre los muertos. Si Él resucitó, significa que se encarnó para ser redentor y ofrenda por Su pueblo, vivió una vida santa para beneficio de Su pueblo y cargó la culpa de Su pueblo, por lo que la santa ira de Dios cayó sobre Él. Esto debe hacernos estallar en adoración y gozo, y al hacerlo, el dolor y todo lo que nos aflige será nada.
Segundo, implica recordar Su naturaleza, Su divinidad. Cristo es Dios. Y Dios no solo creó todo lo que existe, también sustenta cada átomo de la creación. Recordemos que nosotros somos parte de Su creación, es más, somos la única parte de la creación que fue hecha a imagen de Dios mismo. Entonces, si Dios sustenta la creación, nos sustenta a nosotros, nos toma de la mano cada día, nos lleva en brazos cada momento de la vida. De modo que, en el dolor no sufrimos solos. No estamos abandonados a nuestra suerte como si fuéramos náufragos. No somos soldados sin capitán, ni atletas sin entrenador, ni granjero sin sol y lluvia.
Tercero, implica recordar nuestra identidad. En una época en la que todo el mundo lucha por tener una identidad, el saber quienes somos en Cristo es de vital importancia. Recordar a Cristo es recordarnos que estamos siendo transformados a Su imagen, y eso significa que quienes somos no debe estar determinado por nuestras circunstancias, sino por lo que dice la Palabra sobre nosotros. Y aunque luchamos con pecado remanente en nosotros, de hecho, lucharemos toda la vida, ya no es el pecado lo que nos define, los que nos dice quienes somos. Ahora es Cristo, quien nos ha hecho una nueva criatura quien nos dice qué somos, quién somos, y cómo debemos vivir.
Ya no son nuestras emociones las que establecen nuestra relación con Dios y con los demás, son las verdades objetivas del evangelio la que nos dan la norma de vida. De este modo podemos interpretar las luchas diarias por el evangelio de una manera distinta. El dolor y el sufrimiento pueden ser vistos como elementos que Dios usa para hacernos a la imagen de Su Hijo.
No sufrimos solos
Como creyentes sufrimos por el evangelio cada día, pues en lugar de vivir como viven los incrédulos, por el Espíritu Santo, como señala 1 Timoteo 1:14, vivimos de una manera que el mundo no comprende ni aprueba. Nuestros afectos han sido cambiados, ahora amamos lo que Dios ama y odiamos lo que Dios odia. Eso provoca burlas o que seamos aislados, incluso dentro de nuestras familias. “No invitemos al ‘aburrido’ a la celebración”. Incluso hay zonas del mundo, donde hoy, en el siglo veintiuno, profesar fe en Cristo es causa de muerte.
Pero mientras nos acordamos de Cristo, sabemos que no importa de donde venga o como sea nuestro sufrimiento, no estamos solos, al vivir para la gloria de Dios tenemos el consuelo de Cristo. Tenemos al Sumo Sacerdote, que como dice Hebreos capítulos 2 y 4, entiende el dolor humano y por eso es el mejor de todos los intercesores.
Creyente, no vives tu vida diaria en soledad, la vives con Cristo a tu lado. Acuérdate de Jesucristo.