Se arrodilló y dio a luz, porque le sobrevinieron los dolores de parto. Al tiempo que moría… llamó al niño Icabod y dijo: ‘¡Se ha ido la gloria de Israel!’, por haber sido tomada el arca de Dios, y por la muerte de su suegro y de su marido.
1 Samuel 4:19-21
¿Alguna vez has visto a alguien de pasada, quizá en el autobús o en la tienda, y te ha sorprendido la idea de que esa persona tiene toda una vida con esperanzas, sueños, tristezas, remordimientos? La mujer de Finees (ni siquiera conocemos su nombre) es una de esas personas que podría hacer que nos preguntemos cómo fue su vida.
Podemos imaginar que hubo gran gozo y celebración en la boda de esta mujer. Después de todo, se estaba casando con un sacerdote. Sin embargo, con el pasar del tiempo, probablemente se dio cuenta del doble estándar de su marido: él cumplía sus deberes sacerdotales, pero también abusaba de su rol para acostarse con otras mujeres, algo que era de conocimiento público (1S 2:22).

Ahora, a punto de dar a luz, oyó “la noticia” (1S 4:19) de que los filisteos habían matado a su marido y capturado el arca del Señor (v. 11). Normalmente, podríamos pensar que la muerte de su cónyuge estaría en primer lugar de su lista de preocupaciones y que todas las demás consideraciones del mundo serían secundarias. Sin embargo, no fue así con la mujer de Finees. Para ella, las implicaciones de que el arca de Dios hubiera sido capturada superaban en gran medida las preocupaciones temporales más angustiantes. Ni siquiera la noticia de que había dado a luz un hijo la calmó. Así que nombró a su hijo Icabod, que significa sencillamente “no hay gloria” o “¿dónde está la gloria?”.
De alguna manera, en todo su dolor, decepción y pérdida, en lo profundo de su ser, la mujer de Finees se había aferrado a algo que incluso sus parientes más cercanos no habían entendido. Ella sabía que la gloria de Dios importaba más que el buen nombre de Elí, más que Silo, más que la victoria en la batalla. Dale Ralph Davis lo dice así: “Ella enseñó más sobre teología en su muerte de lo que Finees enseñó durante toda su vida”.[1]

Probablemente, esta mujer vivía en la presencia de Dios. Cuando su marido la decepcionó y ella se dio cuenta de la diferencia entre su profesión pública y su realidad privada, seguramente acudió al Señor, su “pronto auxilio en las tribulaciones” (Sal 46:1). De otra manera, ella no habría respondido con preocupación por Su gloria.
¿Qué hay de ti? ¿La gloria y la presencia de Dios son tu preocupación suprema? ¿En verdad el avance de Su causa y la honra de Su nombre te importan más que todo? Aquí yace la verdadera libertad, porque significa que siempre miramos hacia adelante, a la vida en la mismísima presencia de Dios, a la ciudad donde no hay templo “porque su templo es el Señor, el Dios Todopoderoso, y el Cordero”, a la ciudad que “no tiene necesidad de sol ni de luna que la iluminen, porque la gloria de Dios la ilumina” (Ap 21:22-23). En los detalles de tu día, en las pruebas de la vida y en el momento de tu muerte, voltea a Dios como tu refugio y torre fuerte (Pro 18:10). Solo entonces descubrirás o recordarás que la gloria de Dios es en verdad nuestra mayor esperanza y nuestro gozo supremo.

Libro: Verdad para vivir, volumen dos: 365 devocionales diarios
Página: 90
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[1] 1 Samuel: Looking on the Heart [1 Samuel: mirando al corazón] (Christian Focus, 2000), 57.