Las primeras horas de la mañana son un tesoro; la casa está en reposo, en silencio; el aroma a café abunda desde la taza caliente; una sola lámpara ilumina la silla y la mesa; es un santuario, un lugar pacífico de comunión entre un hombre y su Dios.
Y aun así muchas veces es cualquier cosa menos pacífico. En vez de una contemplación silenciosa me encuentro en una guerra sobre mis rodillas contra una rebeldía persistente y perniciosa del corazón. La oración no es la del padre del niño endemoniado: Señor, “creo; ayuda mi incredulidad” (aunque también he orado así otras veces). En su lugar, oro: “Padre, yo deseo; ayuda mis deseos errados”.
Mientras que lucho por meditar en el amor inmutable y la bondad eterna de Dios, encuentro que otras preocupaciones desvían mi atención: pensamientos ansiosos sobre cómo será recibido mi trabajo, miedo de no estar haciendo lo suficiente en alguna forma, preguntas sobre qué piensan mis compañeros de trabajo sobre mí, celos acerca del éxito de otros. Una larga lista de pensamientos ansiosos se apodera de mi mente y me alejan del pensamiento que ofrece descanso y paz, satisfacción y gozo. Aquí reside la lucha. Los pensamientos desviados revelan lo que conduce mi corazón esta mañana: deseo por la aprobación inminente del hombre, no por el bien eterno.
Un deseo desalineado sería una batalla lo suficientemente importante por sí solo; esto es una guerra amplia y diversa. Miedos acerca de las fallas parentales revelan deseos de ser autosuficientes. La preocupación por alguna condición médica ya sea menor o de riesgo de vida, puede indicar un amor más grande por esta vida presente que por la eterna que vendrá. El orgullo falla en reconocer que nuestros planes están en la mano del Señor y revela una jactancia arrogante en el deseo de dirigir la vida de acuerdo con nuestro propio diseño. Mi santuario, aparentemente, también es un campo de batalla.
Corazones desordenados
La lucha por dirigir nuestros deseos se encuentra en el corazón del caminar de cada cristiano diariamente. Nuestros corazones redimidos, aún afectados por el pecado, simplemente no funcionan como deberían. En general, no hay ningún problema con desear. Tenemos serios problemas con desear lo correcto. Nuestros corazones están desordenados, y frecuentemente pasamos nuestros días persiguiendo fines insólitos y pasajeros que nunca nos podrán satisfacer. Nos cansamos y desanimamos en nuestras búsquedas sin sentido, y nos preguntamos dónde ha ido nuestro primer amor.
En una meditación del Salmo 119:97-104, John Webster (1955-2016) describe el reordenamiento de afectos como “uno de los dichos más importantes del evangelio cristiano” (Christ Our Salvation [Cristo nuestra salvación]). Él argumenta que los afectos son “las inclinaciones más importantes que nos gobiernan y determinan la forma de nuestras vidas… la parte de nosotros a través de la cual nos aferramos a cosas fuera de nosotros… son los motores de nuestras acciones y reacciones”. En otras palabras, lo que amamos y deseamos cada día es lo que estamos determinados a perseguir.
La naturaleza aborrece a la aspiradora
Dios nos hizo, a cada uno de nosotros, para ir en busca de cosas. Nos dio corazones que desean. Nuestras búsquedas, lo que deseamos y por lo que luchamos, revelan nuestros corazones porque, detrás de nuestras búsquedas radican nuestras afecciones. Imagina una cuerda atada entre el deseo en tu corazón y cada cosa detrás de la que corres. Si esperas lo suficiente para desatar las cuerdas, verás lo que se encuentra (y pesa) en los lugares recónditos de tu corazón. Y muy a menudo, aquellos lugares recónditos no están llenos con amor puro por Dios; contienen el tipo de codicia que conlleva a la lucha (ver Stg 4:1-4).
Algunas veces, en la batalla contra afectos tan rebeldes, la tentación por terminar con el deseo se aproxima. “Tan solo si pudiera hacer morir el deseo X, caminaría en libertad”. Eliminar tal afecto desordenado parece la clave para la santidad. Y así deseamos (justamente, podría decir) hacer morir el pecado (Ro 8:13). Peleamos la batalla contra X y, por la gracia de Dios, ganamos. Luego nos detenemos.
Piensa en un caballero en el camino a la guerra; ha escuchado sobre un dragón que gobierna un castillo y tiene a la hija de un rey atrapada como prisionera en la torre más alta. Con gran coraje, el caballero arriesga su vida entera para enfrentar al dragón en combate abierto. Al final, sale victorioso de la batalla (aunque bastante herido y cansado). ¿Qué hace luego? Se sube a su caballo de batalla y regresa a casa. No, las buenas historias no terminan así; y por una buena razón.
Todos reconocen que el caballero ha ganado solo la mitad de la batalla. La princesa aún necesita ser rescatada. Si él la deja encerrada y con el castillo sin cuidado, otro animal alado y escupe fuego pronto tomará el lugar del primero. Así también, el hombre que limpió la casa luego de que el espíritu inmundo se fuera de repente se encuentra luchando contra el espíritu del principio, sumado a siete más (Mt 12:44-45). El hombre necesita llenar la casa, no dejarla vacía; el caballero necesita rescatar a la princesa.
El ministro escocés Thomas Chalmers (1780-1847) escribió: “La naturaleza aborrece a la aspiradora” (The Expulsive Power of a New Affection [El poder expansivo de un nuevo afecto], 41). ¿Qué quiso decir con eso? No sirve de nada simplemente borrar el afecto pecaminoso del hombre. Por diseño divino, el hombre no puede vivir sin afectos. Intentar quitar todo lo que moviliza al corazón, en el nombre de la vida pura y santa, sería una “violencia poco natural” a su alma.
Apliquemos la visión de Chalmers a mi batalla matutina. Mientras analizo la lucha interna, veo cómo mi preocupación sobre cómo seré recibido revela un deseo de agradar a los hombres. Detrás de mi deseo hay una ansiedad insalubre por el tipo de reconocimiento, ovación y afirmación que podría recibir de mis compañeros. Podría orar en ese momento para que Dios quite ese deseo de mi corazón, pero la lucha no termina allí. La afección no puede simplemente ser aniquilada; debe ser conformada de nuevo.
Busca las cosas de arriba
Pablo escribió a los creyentes colosenses sobre la inutilidad de mandamientos exclusivamente negativos. Aparentemente poderosos y sabios en la lucha contra el pecado (al menos inicialmente), “carecen de valor alguno contra los apetitos de la carne” (Col 2:23). No podemos detenernos en la negación solamente. Por esta razón, Pablo les da a los colosenses un mandamiento positivo: “Buscad las cosas de arriba… poned la mira en las cosas de arriba” (Col 3:1-2). No esperes que la restricción de los afectos, por sí misma, te lleve a la santidad. Necesitamos redireccionar esas afecciones.
Dios nos creó con habilidad para tener afectos, y ese es un buen diseño. Intentar simplemente deshacernos de los deseos pecaminosos (y no redirigir el rumbo de nuestro corazón) es negar nuestra naturaleza misma. Chalmers entendió esto, razón por la cual su sermón continúa razonando con los lectores. “Ya hemos afirmado”, escribió, “cuán imposible sería para el corazón … alejar al mundo de él y así reducirlo a un desierto. El corazón no está conformado para eso, y la única forma de quitar una vieja afección es con el poder expulsivo de una nueva”.
La búsqueda de santidad debe ser justamente eso: una búsqueda. Y buscar algo implica que lo deseamos, lo queremos, nos proponemos en nuestra mente y tiempo para tenerlo. Si fuera por nosotros mismos, no tendríamos esperanza en esta tarea; los árboles torcidos y corruptos no producen buen fruto. Pero no hemos sido abandonados a nuestra suerte. El Señor nos ha traído a una nueva vida (Col 3:1); nos ha dado Su Espíritu; y está trabajando para desarraigar lo efímero y mortal que hay en nuestros afectos, y arraigarlas nuevamente a los tesoros correctos. No entramos a la lucha solos o sin esperanza.
Examina, busca, ora, lucha
¿Cómo podría verse esta buena batalla cada día? Podemos resumir la lucha en cuatro pasos: examina, busca, ora, lucha.
Examina
¿Qué aprisiona a tu corazón hoy? ¿Qué buscas? ¿Qué revelan acerca de lo que amas tus acciones y decisiones recientes? Comienza a desatar esa cuerda. Intenta descubrir los “amores” detrás de aquellas cuerdas. Antes de que te ocupes del enemigo, debes saber quién es el enemigo. ¿Contra qué te encuentras luchando continuamente? Desafortunadamente, el deseo de tener la aprobación de otros no se fue esa misma mañana. Aún me encuentro buscando darle muerte a eso (y muy a menudo).
La autorreflexión, aunque es importante, no puede ser el único medio de terminar con los malos deseos. Necesitamos grupos de hermanos y hermanas a nuestro alrededor que nos conozcan bien. Si hemos cultivado relaciones de confianza seguras, estos soldados camaradas tienen la libertad de decirnos cuándo un camino que estamos tomando lleva a la muerte.
Busca
“Si habéis, pues, resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba” (Col 3:1). El mandamiento del apóstol requiere que volquemos activamente nuestro corazón hacia otras cosas; debemos verlas más dignas de seguir que las que nos tientan.
La meditación temprano en la mañana ha sido la mejor práctica que he aprendido con los años (y una que innumerables creyentes han practicado a lo largo de la historia). El salmo 90:14 dice: “Sácianos por la mañana con tu misericordia”. Encontrar nuestra delicia en el Señor orienta y redirige nuestros corazones. Cuando hemos probado y visto la bondad de Dios, el tesoro de deseos mundanos del insensato se convierte en óxido a nuestros ojos (1P 2:1-3). ¿Dónde vemos Su bondad claramente? En la Palabra, a medida que la abrimos con los ojos de la fe bien abiertos.
Ora
Mientras que la oración acompaña cada paso en esta batalla, el esfuerzo intencional se requiere durante y después de pasar tiempo en la palabra. “Señor, me has mostrado Tu bondad y atributos esta mañana; dame más fe y deseo por ti. Con Tu Espíritu moldea mis deseos para que se conformen a Tu bondad, santidad y valor divino”. Estos momentos de oración y búsqueda del Señor, al igual que la examinación, pueden y deberían tener lugar en nuestra iglesia local. El Señor usa a los demás santos para ayudarnos a ver más de Él en la Palabra. Y Dios usará las oraciones de los otros santos para fortalecernos y animarnos a pensar y sentir correctamente, tanto en nuestros corazones como en nuestras mentes.
Lucha
“Hasta la muerte”, escribe Pablo. Sus palabras son de lucha. Solo porque probamos y vemos la bondad de Dios no significa que nuestra batalla termina. Los deseos pecaminosos permanecen y revelan durante el día nuestras actitudes, acciones y palabras. Pablo nos llama a la vida esforzada, de trabajo activo para aniquilar los deseos corruptos con la esperanza de que Dios mismo obra dentro nuestro para moldearnos conforme a la imagen de Cristo (Fil 2:12).
Así que, examina y busca, orando a cada paso, y luego lucha; lucha junto a amigos, porque guerras como estas se pierden estando solos.
Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.