¿Te sientes rechazada, traicionada o sola?

Jesús es quien más merecía ser valorado, estimado, apreciado, amado, considerado, querido y sin embargo, ¡vino a lo suyo y los suyos no lo recibieron!

Despreciados, abandonados, defraudados. Todos nos hemos sentido así, al menos en alguna ocasión. ¿Recuerdas las veces en las que sentiste profundo dolor y alguien estuvo contigo? ¿Y qué de las otras veces, cuando estando en gran necesidad, nadie estuvo a tu lado? ¿Cómo te hace sentir pensar en ambas experiencias? ¿Cuándo fue la última vez que te sentiste apreciada de verdad? No estoy hablando de las veces que haces algo y recibes un pago, una retribución. No. Me refiero a las veces que disfrutaste que alguien te vio, amó y valoró con sinceridad. No que sólo te hayan usado, aplaudido y adulado, sino que hayas sido estimada en realidad. Es tan hermoso y no común el cariño, la amistad sincera y el agradecimiento (Lucas 17:11-19). ¿Cuándo fue la última vez, que durante una noche obscura y ese valle de muerte, te sentiste acompañada? ¿Recuerdas cuando durante esa gran tragedia, fuiste sostenida de principio a fin? ¿o no? ¿Quiénes se quedaron contigo, escuchando, ayudando, orando, hasta que te volviste a poner en pie y lo superaste? O ¿Tus seres queridos, de quien esperabas más, brillaron por su ausencia? Al pensar en tristes casos personales y de otros, encuentro mucho consuelo, compasión y esperanza al leer Mateo 26:40-46. ¿Qué pensó y vivió Jesús? El más hermoso de los hijos de los hombres, sin merecerlo, de pronto vendido, traicionado, no apreciado y abandonado, por sus más cercanos, y aún en esos momentos amándolos, perdonándolos y animándolos sobre qué hacer. Vino entonces a los discípulos y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Conque no pudisteis velar una hora conmigo? Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. Apartándose de nuevo, oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad. Y vino otra vez y los halló durmiendo, porque sus ojos estaban cargados de sueño. Dejándolos de nuevo, se fue y oró por tercera vez, diciendo otra vez las mismas palabras. Entonces vino a los discípulos y les dijo: ¿Todavía estáis durmiendo y descansando? He aquí, ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. ¡Levantaos! ¡Vamos! Mirad, está cerca el que me entrega. Al leer esta escritura pienso en Jesús, en su pregunta a Pedro, en su sorpresa al que no hayan podido velar con Él ni una sola hora. Leer eso duele, pero también da consuelo. La ironía de que Jesús, valioso y perfecto, haya sido olvidado. Después de convivir con sus discípulos y compartir tanta vida con ellos, no le apreciaron, no tanto como para no dejarlo solo, para no negarlo. Si Jesús pasó por ello, ¿cuántas veces más sentiremos nosotros ese tipo de traición, abandono y soledad? Quizá más veces de las cuales quisiéramos. Nuestras amigas y hermanas tampoco serán mejores o más fieles que los discípulos. Nos fallarán. No seremos mejores. Fallaremos. Tenemos la misma frágil memoria, débil carne y estamos sometidas a las mismas tentaciones. En medio del dolor del abandono, la traición, el cansancio, el sueño y la desesperanza, podemos seguir aprendiendo de Él. Si estás enfrentando ese tipo de vacío, desilusión y dolor, es momento de que te recuerde, que no se trata de ti, ni de mi. Consideremos a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que nuestro ánimo no se canse hasta desmayar. Hebreos 12:3. Jesús es quien más merecía ser valorado, estimado, apreciado, amado, considerado, querido y sin embargo, ¡vino a lo suyo y los suyos no lo recibieron! (Juan 1:11). Incluídos nosotros. Aún así, les amó y fue a la cruz por ellos. Les perdonó. Nos perdonó. No nos sorprenda si lo mismo será requerido de nosotros. Es en los momentos en los cuales me siento “sorprendida, desilusionada, indignada o dolida” por haber sido “desechada, abandonada, rechazada o sustituída”, que pienso en Él, en mi Señor Jesús, en su inmutable y tierno amor, aún cuando vivió lo más terrible que haya sucedido en la historia de la humanidad, Él no lo merecía y sin embargo: Fue despreciado y desechado de los hombres, varón de dolores y experimentado en aflicción; y como uno de quien los hombres esconden el rostro, fue despreciado, y no le estimamos (Isaías 53:3). Tú, yo, todos, hacemos lo mismo. No somos mejores que sus “amigos”. También lo hubiéramos traicionado, vendido, negado, crucificado. A veces, lo seguimos negando con nuestras actitudes, palabras y acciones. No hubiéramos velado ni una hora con Él. Seguimos sin velar. Preferimos tantas cosas en lugar de estar con Él. No somos buenos amigos.

¿Oramos?

Perdónanos Señor, porque nos frustramos con absurdos de la vida, nos dolemos y claudicamos. No somos mejores que los que nos dan la espalda, como te la dieron a ti. Ayúdanos por favor a resistir la tentación de guardar rencor, tomar represalias o desear venganza. Despiértanos de nuestro sueño profundo, de ese letargo y anestesia aplicada a veces al corazón para no sentir, para no sufrir. Por favor, quebrántanos y fortalécenos. Ayúdanos a perdonar, como tú lo has hecho con nosotras. Gracias porque aunque somos infieles, tú permaneces fiel, porque sin merecerlo, nos valoras y amas. Nos rendimos a ti. Nos sometemos a tu voluntad, aunque duela. Transfórmanos por favor cada día para ser más como tú. Nuestro mejor amigo. Gracias por tu promesa de no abandonarnos jamás.

Reyna Orozco

Reyna es esposa de Raúl Orozco y mamá de JR y RG. Ambos son: Creyentes, Mexicanos, Ingenieros Industriales y de Sistemas, Oradores y Representantes Certificados de Family Life – Vida en Familia y Licenciados en Consejería Cristiana. Disfruta mucho leer, escribir y conectar personas.

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