Los pastores enseñan

Los pastores enseñan, y son el tipo de hombres que difícilmente dejarán de hacerlo. Incluso si se les pone una pistola en la cabeza.

Es un escenario revelador para representar -hipotéticamente, por supuesto- cuando se considera a un hombre para el cargo de pastor-anciano-líder en la iglesia local. Hagamos la siguiente simulación con un candidato: ¿Cuál es el elogio más natural, en relación con este hombre en particular, sería acaso la afirmación más minimalista: «Es capaz de enseñar, si le pones una pistola en la cabeza»? O, ¿sería la afirmación más maximalista: «Es el tipo de hombre que difícilmente dejará de enseñar, incluso si le pones una pistola en la cabeza»? Es esto último lo que queremos oír y ver, a una persona en la oficina, en el equipo, en el púlpito, escribiendo cartas a toda la iglesia, dando la bienvenida y los anuncios, dirigiendo las reuniones de la congregación y dando consejería. «Apto para enseñar» en la traducción más común (una palabra en griego, didaktikos) es, podríamos decir, la más central de las calificaciones de los ancianos en 1 Timoteo 3 (enumerada como la octava de las quince) y también la más distintiva. La única cualidad que distingue claramente a los pastores-ancianos de los diáconos es la de «ser capaces de enseñar», o tal vez mejor, «ser apto o propenso a enseñar». Esta inclinación y capacidad de enseñanza en los pastores no debe ser mínima, sino máxima. Queremos el tipo de hombre que difícilmente dejará de enseñar, aunque le pongas una pistola en la cabeza. Mientras aprende, quiere enseñar. Mientras estudia, piensa en enseñar. Respira la enseñanza. Podríamos decir que es un maestro de corazón. Le encanta enseñar, con toda la planificación, la disciplina, la paciencia, la energía y la exposición a la crítica que requiere la buena enseñanza. Inclinado a enseñar Un pastor que es didaktikos, «capaz de enseñar», no es sólo «capaz de enseñar si es necesario», sino más bien «deseoso de enseñar cuando es posible». Está inclinado a enseñar, no es solo capaz en términos de habilidad, sino también ansioso en términos de propensión, de iniciativa. Todos conocemos la palabra didáctica, construida sobre el griego didachē para enseñar. Pero no tenemos un equivalente fácil para el adjetivo griego didaktikos. Tal vez necesitemos algo como didáctico. Si hablador se refiere a alguien que es «aficionado o dado a hablar», enseñador significaría alguien «aficionado o dado a enseñar». La cuestión es que los líderes del Nuevo Testamento (los pastores-ancianos) son maestros. El cristianismo es un movimiento de enseñanza. Jesús fue un maestro consumado. Escogió y discipuló a Sus hombres para que fueran maestros y discipularan a otros también (Mt. 28:19; 2 Tim. 2:2). Después de Su ascensión, los apóstoles hablaron en nombre de Cristo y guiaron a la iglesia primitiva a través de la enseñanza, y cuando sus voces vivas murieron, sus escritos se convirtieron en la norma permanente de la iglesia, con las Escrituras del Antiguo Testamento, para enseñar a las iglesias. Y así, en consonancia con la propia naturaleza de la fe cristiana, Cristo nombra a hombres que son instructivos, didaktikos, lo que implica al menos tres realidades importantes que sería prudente tener en cuenta hoy en día: buscamos hombres que estén preparados para enseñar, que sean eficaces en la enseñanza y que estén deseosos de enseñar. Preparado para enseñar En primer lugar, un hombre puede ser un maestro fuera de serie, y ser poco más que un lastre si no ha sido suficientemente equipado en la sana doctrina. El milagro del nuevo nacimiento no implica ningún milagro instantáneo de estar equipado para el liderazgo. Ahora, podríamos conceder un tipo de estatus de milagro a cualquier pecador que llegue, con el tiempo, a tener una teología genuinamente sana, pero esto sería un milagro de largo alcance trabajado a través de un entrenamiento diligente a lo largo del tiempo, no algo que se recibe en un instante. Como escribió Leroy Eims hace una generación que los discípulos se hacen, no nacen. Jesús habló de un escriba justo que «se ha convertido en un discípulo del reino de los cielos… [saca] de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” (Mt. 13:52). “‘Un discípulo no está por encima de su maestro’ dice; pero todo discípulo, después de que se ha preparado bien, será como su maestro” (Lc. 6:40). Llegar a ser cristiano no requiere ninguna formación, sólo la fe: «al que no trabaja, pero cree en Aquel que justifica al impío, su fe se le cuenta por justicia» (Rom. 4:5). Pero uno no se convierte en maestro (ni prácticamente en santo) sólo por la fe. Más bien, la gracia nos capacita en la santificación para que “neguemos la impiedad y los deseos mundanos» (Tit. 2:12), y en aquellos que Cristo da a Su iglesia como pastores-maestros, se encarga de que sean «nutridos con las palabras de la fe» (1 Tim. 4:6). El entrenamiento es necesario para la madurez (Heb. 5:14), y el entrenamiento requiere la disciplina de persistir en la incomodidad temporal, incluso en el dolor, por la recompensa que se nos ofrece (Heb. 12:11). Así que cuando enfatizamos, en los pastores, la necesidad de la tendencia a enseñar y la habilidad para enseñar, no pasamos por alto un componente crítico de los maestros cristianos: el entrenamiento. Los pastores deben estar equipados con la sana doctrina para enseñar la sana doctrina. Esto no ocurre mágicamente. Efectivos en la enseñanza En segundo lugar, los pastores de la iglesia también deben ser maestros eficaces. Es decir, deben ser hábiles. No es suficiente si quieren enseñar o si han sido entrenados en la sana doctrina, incluso pueden tener una sana doctrina, y, aun así, no ser buenos para enseñar. Entonces la iglesia se convierte en presa fácil de los lobos, en un rebaño desprotegido. Si los pastores no son maestros eficaces, es sólo cuestión de tiempo hasta que los lobos se hagan el día y se den un festín con los corderos. Y por eso Pablo dice, como calificación culminante en la lista de Tito 1, que el pastor-anciano «debe mantenerse firme en la palabra fielmente enseñada, para poder instruir en la sana doctrina y también reprender a los que la contradicen» (Tit. 1:9). Es decir, debe conocer «la palabra fiel», y ser entrenado en ella, y realmente «mantenerse firme» en ella. Pero entonces comienza la labor de enseñar en su doble sentido: alimentar al rebaño («instruir en la sana doctrina») y defenderlo («reprender a los que la contradicen»). Y si los pastores son malos o ineficaces maestros, las ovejas pasan hambre o son devoradas. Por lo tanto, los pastores deben ser maestros eficaces, es decir, eficaces en el contexto de la iglesia local concreta a la que han sido llamados. No es necesario que compitan con los mejores oradores del mundo en los populares podcasts o en la televisión. Pero deben ser maestros efectivos para su gente, en su contexto. A la hora de la verdad, los pastores-maestros deben hacer el trabajo, o los lobos se llevarán las ovejas. Deseo de enseñar Por último, volvemos al punto de partida y al corazón de la aptitud para la enseñanza, es decir, el corazón de un maestro. Necesitamos hombres con deseo de enseñar. No sólo hombres dispuestos a que se les doble el brazo de vez en cuando para cubrir un puesto.  Sino hombres que sean maestros. Acerca de los  pastores-maestros la Palabra de Dios dice: «Acuérdense de sus guías», dice Hebreos 13:7, «que les hablaron la palabra de Dios». Los hebreos podrían asumir que hablar de “sus guías” era lo mismo que “los que les hablaron la palabra de Dios”. El cristianismo es una fe que analiza la Palabra, analiza la enseñanza. Los líderes enseñan. Y los buenos maestros, con el tiempo y la suficiente maduración, llegan a dirigir. El pastor-anciano, pues, no sólo está llamado a dirigir o gobernar, sino, ante todo, a trabajar en la Palabra y la enseñanza. Y si la obra, en el fondo, es la obra de la enseñanza, entonces queremos hombres que quieran enseñar. Que estén deseosos de hacerlo. Tales hombres didácticos piensan como maestros, no como jueces. Su orientación hacia la iglesia no es principalmente como aquellos que emiten veredictos, sino que vislumbran posibilidades, proporcionan una perspectiva e información fresca, enseñan fielmente las Escrituras, presentan argumentos persuasivos, revisan pacientemente y oran por la obra milagrosa de Dios en el cambio de vida. Maestros que gobiernan En efecto, tenemos más que decir. Los pastores no sólo son maestros. Como supervisores, «vigilan» el rebaño. Como ancianos, aconsejan y guían al pueblo. Como pastores, recogen la reflexión colectiva para prever dónde ir a buscar pastos verdes y aguas tranquilas, y conducen a las ovejas en esa dirección, y esgrimen el «consuelo» de su vara y su bastón para romper los cráneos de los lobos y proteger a las ovejas. Así pues, Cristo no sólo dota a Su iglesia de líderes que tienen esa propensión, al ser maestros, sino que también -por extraño que nos parezca- pone a estos maestros al frente como oficiales principales de la iglesia. Los ancianos alimentan y dirigen. La enseñanza y la supervisión están emparejadas en 1 Tesalonicenses 5:12, 1 Timoteo 5:17 y 1 Timoteo 2:12, allí se proporciona ese acoplamiento particularmente memorable de la enseñanza de los ancianos con su ejercicio de la autoridad en la iglesia local. Sorprendentemente, el Cristo resucitado, al construir Su iglesia en Sus términos, no en los del mundo, es tan audaz como para designar a los maestros para dirigir, lo cual es sorprendente (porque los maestros, como grupo, pueden ser tan idealistas e ineficientes) y adecuado (porque el cristianismo es un movimiento de enseñanza). El hecho de que Cristo hiciera que los maestros fueran pastores (y los pastores, maestros) confirma lo que algunas almas avispadas podrían haber sospechado todo el tiempo: que Jesús está más interesado en la efectividad de la iglesia que en su eficiencia. Así pues, los pastores enseñan. Son, en el fondo, maestros. La pluralidad de ancianos es, en un sentido importante, un equipo de maestros. El llamado al ministerio pastoral no es para administradores especializados de grandes departamentos de la iglesia. Tampoco es un llamado para pendencieros y pugilistas, más propensos a pelear que a enseñar. Los pastores enseñan, y son el tipo de hombres que difícilmente dejarán de hacerlo. Incluso si se les pone una pistola en la cabeza. Este artículo se publicó originalmente en 9Marks.

David Mathis

Es editor ejecutivo de desiringGod.org y pastor de Cities Churchin Minneapolis. Él es esposo, padre de cuatro hijos y autor de «Habits of Grace: Enjoying Jesus through the Spiritual Disciplines» (Hábitos de Gracia: Disfrutar a Jesús a través de las Disciplinas Espirituales).

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