Reconocemos un pecado grande cuando lo vemos, ¿no es cierto? Reconocemos la diferencia entre actos depravados y pecadillos. Reconocemos que, si bien todo pecado es igual al expresar rebelión contra Dios, algunos pecados muestran mayor evidencia de un corazón endurecido y tienen consecuencias más devastadoras. En cierto sentido todo pecado es igual y en cierto sentido cada pecado es único.
El gran pecado que abordo con mayor frecuencia en mi iglesia y mis viajes es el pecado de la pornografía: hombres o mujeres, chicos o chicas, que voluntaria y reiteradamente buscan pornografía como un medio de placer sexual. Escribí este artículo especialmente para la larga fila de jóvenes, hombres y mujeres, que hablaron conmigo después de la conferencia de estudiantes de la semana pasada. Hoy batallamos con una epidemia de pornografía y aún no he encontrado a un cristiano indiferente al respecto, indiferente sobre las consecuencias para las personas y para la iglesia en su conjunto.
Creo que todos concordamos en que mirar pornografía es un gran pecado y por muchos motivos: es vulgar, evitable, indefensible, explotador, y endurece la conciencia. Con todo, a veces me pregunto si es un pecado tan grande como lo hacemos parecer. O quizá sea más bien que esta terminología de grande/pequeño sea engañosa e inútil. Escúchame y luego siéntete en libertad de contarme lo que piensas.
Muchos cristianos caen en la pornografía cuando son jóvenes o antes de convertirse. Luego, al progresar en la vida cristiana, se convencen de su pecado y determinan que deben quitarlo de sus vidas. Le hacen la guerra a la pornografía, luchan a brazo partido durante semanas, meses o años. Reúnen a amigos para que oren, instalan programas de rendición de cuentas, imploran liberación fervientemente, modifican sus hábitos para evitar los patrones que antes los habían llevado a la espiral descendente. Finalmente logran la victoria, son libres de este pecado. ¡Alabado sea Dios! Muchos creyentes pueden decir apropiadamente que este es un antiguo pecado, una tentación pasada. Su poder ha sido destruido.
Pero. Pero muchos de ellos no tardan mucho en darse cuenta de que la batalla está lejos de haber terminado. A menudo me envían correos o se me acercan después de las conferencias para decirme que han aprendido, para su sorpresa y decepción, que la batalla contra la pornografía de hecho era una mera escaramuza, un precursor a una batalla mucho más grande, una guerra sin cuartel: una guerra contra la lujuria. Aun cuando la pornografía yace destruida en el campo de batalla, ellos se encuentran asaltados por pensamientos lujuriosos. Aunque no experimentan un gran deseo de abrir esa imagen tentadora, buscar ese término favorito, todavía descubren que sus ojos se desvían, todavía descubren que sus corazones desean, todavía encuentran la raíz del pecado pidiendo satisfacción a gritos. El hombre o la mujer que batalló con la pornografía durante seis meses y la vio derrotada, descubre que la batalla por su propia mente, corazón y deseos apenas comienza. Esta es una lucha que podría arreciar durante años, décadas, toda una vida.
Estas batallas por nuestros ojos, corazón y mente; estas batallas internas que peleamos en secreto donde nadie más puede verlas, son las que consideramos pecados pequeños (o menores). Tener pensamientos o fantasías lujuriosos es un pecado menor mientras que llevarlos a cabo mediante la pornografía es un pecado grande, ¿verdad? Pero esta es la pregunta: ¿cuál es el pecado que mejor exhibe la depravación del corazón humano? ¿Es el pecado visible que puede ser derrotado en semanas o meses, o es el interno que persiste durante toda la vida? ¿Es la manifestación externa de ese pecado, o es la disposición interna que genera el deseo en primer lugar?
Mi preocupación en todos nuestros énfasis sobre combatir el pecado de la pornografía es que podemos cortar el fruto sin arrancar la raíz, podemos contentarnos con lo que de hecho es una pequeña medida de santidad. Mi preocupación es que nos deshagamos de las vergonzosas manifestaciones externas del pecado aun cuando permitimos que las manifestaciones internas permanezcan y se infecten.
Podemos, y debemos estar agradecidos por cada liberación, por cada persona que logra la victoria sobre la pornografía. Está bien celebrar con ellos. Pero luego debemos arremangarnos juntos, sabiendo que vienen más batallas en esta grande y terrible guerra.