Afortunadamente, el mensaje del evangelio no termina con la bondad de Dios y la pecaminosidad del hombre. Eso no sería una buena noticia. Dios ha provisto a alguien para proveernos la salida de nuestra terrible condición. Dios envió a su Hijo a vivir, morir y resucitar por nosotros. Ahora existe una manera de que tengamos una relación amorosa y recíproca con él. Algún día vendrá nuevamente y hará nuevas todas las cosas, y disfrutaremos de una comunión interminable junto con todos sus santos y las huestes celestiales. Lo que hará que mi corazón cante más fuerte es el conocimiento de lo que le costó a él hacer esto por mí. Saber que Cristo murió por mis pecados trae consigo una gran liberación emocional. Dios realmente se preocupa por la gente «pequeña». Me ofrece una esperanza real, una vía de escape y una salida a la trampa de la mentalidad de víctima. Aquellos de nosotros que tenemos experiencias negativas de la vida familiar podemos aferrarnos al mejor ejemplo de amor sacrificial en la historia del universo. Como dice uno de nuestros amigos:
«Jesús pone todo en perspectiva. Solía sentir pena por mí mismo. Solía sentirme muy mal. Realmente no conocía a mi papá y él me dejó a pesar de que no hice nada malo. Solía enojarme por eso. Pero ahora Dios es mi Padre y él me ama a pesar de que todavía hago mal. Y eso me da seguridad. Dios no se alejará de mí cuando las cosas se pongan difíciles. De hecho, envió a su propio Hijo a morir una muerte cruel para restaurarme».
Todo parece tan incomprensible. Tantas personas que se supone que nos aman han hecho todo lo contrario. Pero aquí hay alguien que debería estar enojado con nosotros… ¡muriendo en la cruz por nosotros! No solo eso, sino que nos buscó cuando estábamos huyendo de él. Es como tener un gran hermano protector que ahora te respalda, ¡excepto que es el Rey del Universo! De joven crecí en innumerables hogares de cuidado infantil y familias de crianza, y en circunstancias abusivas. Muchas cosas me pasaron y me llené de culpa, vergüenza y confusión cuando fui niño, y luego como un hombre joven. Y francamente, quería venganza. Descubrí que incluso desde el principio de mi vida cristiana estaba orando para que muchas personas responsables de mi sufrimiento ardieran en el infierno. Obviamente, realmente no había entendido la gracia en ese punto. Realmente no había entendido la expiación, que esta paz recién encontrada que tuve con Dios vino a costa de su propio Hijo. Pero con el tiempo Dios abrió mis ojos para ver que su sacrificio supremo significaba que todos mis pecados habían sido perdonados; ya no eran la realidad que definía mi vida. Ya no debía estancarme en ellos. Ese acto supremo de perdón comenzó a filtrarse en la forma en que oraba por los miembros de la familia, los viejos conocidos y los cuidadores adoptivos. A medida que el Espíritu trabajó en mi vida, mis oraciones por la condenación de quienes me causaron sufrimiento fueron reemplazadas con oraciones llorosas por su salvación. Su gran sacrificio abrumaba mi alma con amor y era incapaz de mantener ese bombardeo de odio en mi propia alma. Su amor conquistó mi odio y me liberó del ciclo que había sido la causa de mi autodestrucción por tanto tiempo. Confrontarse con la belleza casi incomprensible de ese sacrificio de Cristo nos obliga a revisar nuestro lugar en el mundo, a alejarnos de la autocompasión, a encontrar la libertad en su amor, aunque su Espíritu alcance con su perdón y el amor incluso por aquellos que nos han dañado seriamente. Stephen lo compara con «ganar la lotería espiritual». El dice:
«Solía soñar con ganar la lotería cuando era niño para pagar todas las cosas malas que había hecho. Pero en Jesús he sido perdonado, mis pecados han sido pagados y aunque no puedo restituirle a las personas, puedo orar por sus almas y esperar que encuentren lo que tengo».
Este es el Jesús que los pobres pecadores necesitan: un Redentor viviente que carga el pecado, hace expiación y limpia la culpa. Si el Cristo que predicamos solo reafirma a los pecadores en su condición, es un Salvador que en realidad no nos salva de casi de nada.