«El entonces dijo: Te ruego que me muestres tu gloria.» – Éxodo 33:18
En su primer contacto explícito con Dios en la zarza en el desierto, Moisés dijo: «Iré ahora y veré esta grande visión…» (Ex. 3:3). En aquella oportunidad tuvo un memorable encuentro con la santidad de Dios; ahora, Moisés que ya ha visto al Todopoderoso obrar maravillas y estar en medio de su pueblo, desea algo más, ruega a Dios que le muestre su gloria. Quizá antes se contuvo «dentro de los límites de la moderación y la sobriedad» (Calvino), pero ahora desea mucho más. Moisés, por su curiosidad, tuvo la gracia de conocer a Dios en suelo santo, mas ahora y a pesar de descubrir que no viviría para contarlo Moisés deseaba penetrar en las profundidades de Dios, su gloria. Por el capítulo 34 de Éxodo, sabemos que Moisés no solamente fue privado de ver a Dios de la manera que deseaba, sino que tampoco pudo hacer lo mínimo sin que primero tuviera en sus manos las tablas alisadas donde Dios escribiría por segunda vez los diez mandamientos. Una imagen ilustrativa de que el hombre sólo puede acercarse a Dios únicamente bajo sus reglas. Pero la ley quebrantada por el hombre es la puerta cerrada a la gloria de Dios, «Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios.» (Ro. 3:23) Privado de ver lo que deseaba, frente al magnificencia de Jehová, Moisés sólo pudo apresurarse a bajar su cabeza hacia el suelo y adorar (Ex. 34:9). Pero ¡oh, cuán glorioso es llegar al Nuevo Testamento y leer el testimonio de Juan! «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.» (Jn. 1:14). Lo que Moisés no pudo bajo el antiguo pacto, nosotros lo apreciamos en el nuevo pacto, a través de Jesucristo, porque hallamos en él «la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.»(2 Cor. 4:4). Cristo es «el resplandor de su gloria» (Heb. 1:3). El evangelio es la expresión más pura y perfecta de la gloria de Dios porque el evangelio es Cristo mismo. Vemos la gloria de Dios cuando contemplamos a Jesucristo en la Escritura; Dios se deleita en mostrarnos su gloria. ¡Bendita realidad que no hace acepción de personas entre los escogidos de Dios sino que busca asemejarnos a él «Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo,» (Ro. 8:29). Cual Moisés en Sinaí, nosotros también en el Calvario, apresurémonos a bajar nuestras cabezas y adorar en la libertad que «la gracia y la verdad que vinieron por medio de Jesucristo» (Jn. 1:17) nos ha sido dada para siempre. ¡Dios te bendiga!
Tomando con permiso del Devocional Biblia, Mate y Oración (BMO) – Meditaciones diarias de la Palabra de Dios del pastor Ricardo Daglio