Cuando mi hija Eliana tenía 6 años, le escribí una canción de cuna que incluía estas palabras: Tú, Eliana, recuérdame cada día que Dios responde las oraciones que hacemos y aunque caiga la noche y no podamos ver, Él traerá luz en el tiempo justo para ti y para mí. Estas cuatro líneas envuelven un profundo significado para mí. Rara vez, puedo cantarlas sin derramar lágrimas. Ellas me remiten a una extensa temporada que los cristianos llamamos oscuridad espiritual, la noche oscura del alma o una crisis de fe la cual yo experimenté años antes de que Eliana naciera. Desde que yo conté esta historia hace algunos años, no la mencionaré del todo aquí. Sin embargo, sí quiero relatar el momento en el que Dios trajo luz en la oscuridad porque fue un momento transformacional en el que experimenté la verdad bíblica que David describe en Salmos 139: Si digo: «Ciertamente las tinieblas me envolverán, Y la luz a mi alrededor será noche»; Ni aun las tinieblas son oscuras para Ti, Y la noche brilla como el día. Las tinieblas y la luz son iguales para Ti. (Sal 139:11-12). Digo que fue un momento transformador, no solo porque la luz atravesó mi oscuridad, sino porque hizo realidad el punto poético de David: que sólo porque “la luz alrededor [de nosotros] sea nocturna” y nosotros, por varias razones, perdamos de vista a Dios, no significa que la Luz haya desaparecido. En este momento, experimenté que Dios es realmente fiel manteniendo Su promesa de estar con nosotros cuando caminamos en el valle de la sombra de muerte (Sal 23:4).  – tanto sí lo percibimos o no.

Aunque la noche caiga

Un día de primavera en 1997, por razones muy complejas y distractoras para describir ahora, Dios, quien había sido el Sol de mi mundo desde mi juventud, se eclipsó de repente en el cielo desde mi vista espiritual. No podía percibirlo en absoluto. La oscuridad existencial que me cubrió, la luz a mí alrededor era noche (Sal 139:11) y mi fe estaba en plena crisis. Esta espantosa experiencia era ajena a mí. Y, mientras ingadaba desesperadamente en la Biblia y libros buscando una respuesta, rápidamente se volvió claro que esta experiencia no era ajena a los santos en las Escrituras. En cierto sentido, esto debió haber estado claro para mí antes de esta crisis, dada la frecuencia con la que había leído descripciones de noches oscuras como las mías en Salmos, Job, Eclesiastés, Lamentaciones y demás. Pero en otro sentido, es entendible porque no lo fue. Cuando no hemos experimentado personalmente apagones desorientados (y las inquietantes dudas que suelen acompañarlos) es casi imposible imaginar cómo es estar “en tinieblas y no en luz” (Lm 3:2). Me encontré caminando en el “valle de sombra de muerte” (Sal 23:4). Me encontré orando con Hemán el ezraíta, “Me has puesto en la fosa más profunda, en lugares tenebrosos, en las profundidades” (Sal 88:6). Me encontré llorando como David en desesperación, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día y no respondes; y de noche, pero no hay para mí reposo” (Sal 22: 1-2). Me pregunté qué oscuridad incomprensible cubrió a Jesús cuando lanzó este grito desesperado. El Espíritu Santo usó mi oscuridad para iluminar el claro testimonio que, por muy buenas razones, Dios a veces ordena que noches oscuras y aterradoras del alma desciendan sobre Sus hijos con propósitos redentores. Y Dios ha provisto estos testimonios en las escrituras para ayudar a que gente como yo “no se sorprendan del fuego de prueba… como sí alguna cosa extraña les estuviera aconteciendo” (1 P 4:12). Sus experiencias me dieron un marco de referencia de cómo yo buscaba navegar mi camino en la oscuridad.

No podemos ver

La navegación, de hecho, se convirtió en una metáfora útil durante este tiempo. Para explicar lo que quiero decir, veamos la descripción de David sobre su oscuridad espiritual con más contexto: “¿A dónde me iré de Tu Espíritu, O adónde huiré de Tu presencia? Sí subo a los cielos, allí estás Tú; Sí en el Seol preparo mi lecho, allí Tú estás. Sí tomo las alas del alba, Y sí habito en lo más remoto del mar, Aun allí me guiará Tu mano, Y me tomará Tu diestra. Sí digo: ‘Ciertamente las tinieblas me envolverán, Y la luz a mi alrededor será noche’; Ni aun las tinieblas son oscuras para Ti, Y la noche brilla como el día. Las tinieblas y la luz son iguales para Ti” (Sal 139:7-12). En una hermosa poesía, David dice que no importa donde él fuera —ya sea a la morada de Dios o la de los muertos, ya sea al lugar donde sale el sol o donde se pone— Dios estaba con él. Y sí nosotros ampliamos la lente para incluir Salmos 139: 1-6, escucharemos a David decir que Dios no está simplemente con él, sino que Dios lo conoce completamente. Dios está al tanto de todos los caminos de David, incluso de sus pensamientos. Cuando David está en un lugar tan oscuro que Dios parece estar ausente, Dios está plenamente presente con él y plenamente consciente de él. Porque no hay tal cosa como la oscuridad para Dios.

El seminario teológico de las “diversas pruebas”

¿Por qué David fue capaz de hacer tan profunda afirmación teológica? Porque él recibió su educación teológica en el seminario de las “diversas pruebas” (Stg 1:2), donde sus cursos fueron “muchos peligros, fatigas y trampas” y la oscuridad espiritual. Él practicó la teología como sí su vida dependiera de ello. Así que, David se regocijó en la continua presencia de Dios que lo guía y lo conoce. Incluso cuando descendió a una profunda oscuridad, él estaba poniéndose poético sobre un ideal romántico; él estaba hablando de una realidad que él había experimentado. Difícil —la experiencia ganada le había enseñado a navegar por la vida confiando en las confiables promesas de Dios, no en sus percepciones y emociones poco confiables— en la oscuridad, especialmente. Recuerdo cuando el pensamiento de “volar por los instrumentos” me golpeó mientras trataba de averiguar cómo navegar mi oscuridad tormentosa. Cuando los pilotos vuelan aviones dentro de densas y oscuras nubes, pierden los puntos de referencia de percepción. De repente, ya no se puede confiar en sus percepciones normalmente confiables ya que pueden sentir que están volando horizontal y en línea recta cuando de hecho, están girando gradualmente hacia el suelo. En esta situación, la supervivencia depende de confiar en lo que les dicen los instrumentos de navegación del avión por encima de lo que les dicen sus percepciones y emociones. Deben volar por los instrumentos. Eso fue lo que David aprendió en el reino de la fe, y que nosotros también deberíamos. Una de las lecciones más difíciles y valiosas que aprendemos durante nuestras noches espirituales tormentosas y nubladas es a confiar en lo que nos dicen los instrumentos de las promesas de Dios por sobre lo que nos dicen nuestras percepciones y emociones. Tales razones nos fuerzan a ejercitarnos en la fe. Por esta razón, tantos fieles santos bíblicos aprendieron a “andar por fe, no por vista” durante temporadas de gran desesperación (2 Co 5:7).

Anhelamos la luz

Por muy necesario y valioso que sea para nosotros aprender a confiar en Dios en la oscuridad —que Él está con nosotros y nos conoce plenamente cuando nosotros no podemos ver—, seguimos deseando profunda y correctamente experimentar esa verdad. Anhelamos que Dios “alumbre [nuestras] tinieblas” (Sal 18:28), porque “Dios es luz, y en Él no hay ninguna tiniebla” (1 Jn 1:5). Anhelamos la luz porque anhelamos a Dios. Y así, el sábado 23 de agosto de 1997, mientras estaba solo en casa, me tiré al piso de la sala y supliqué a Dios (nuevamente) por luz y liberación. Oré algo muy específico: “Señor, sí de alguna manera me susurras que todavía estás allí, que soy tu hijo y que toda esta temporada oscura la estás permitiendo para tus buenos propósitos, creo que puedo soportar cualquier cosa. ¡Solo necesito que me susurres que soy tu hijo!”. Y Dios respondió. Respondió de tal manera que todos los intentos que mi escéptico interior ha hecho para explicarlo como algo más que una oración contestada parecen tan improbables como increíbles. (Sí desea saber específicamente cómo, lo describo aquí; en resumen, Dios no habló a través de un susurro audible, sino a través de un amigo que me dirigía, sin darme cuenta, a un pasaje específico de las Escrituras). Y cuando Dios respondió, trajo luz en mi noche. En Su luz volví a ver la luz (Sal 36:9). Después, de manera bastante inesperada, ocurrió un aspecto más de esta historia que solo hizo que fuera más difícil de explicar.

Cuando es el tiempo correcto

Varios meses después de estos eventos, mi esposa y yo descubrimos con alegría que estábamos esperando nuestro segundo hijo. Cuando nos enteramos que esperábamos una niña, comenzamos la búsqueda por el nombre correcto. Terminamos eligiendo Eliana, que en hebreo significa mi Dios responde. Lo escogimos como un recuerdo a ese momento en que una oración fue contestada. Eliana nació el sábado 22 de agosto de 1998. El día después de su cumpleaños, me puse a pensar, “fue en algún lugar por este tiempo hace unos años que Dios respondió mi oración”. Entonces, saqué mi diario y me di cuenta que Eliana había nacido exactamente 365 días después de que mi oración fue contestada. Me recorrió un escalofrío de asombro y una alabanza agradecida llenó mi boca. Dios ha sido fiel, no solo a Sus promesas para hacer “resplandecer la luz en [mi] oscuridad” (Sal 112:4), sino también a Su promesa de estar total y atentamente presente en mi oscuridad, incluso cuando no podía percibirlo. Y es por eso, que 25 años después, lloro casi cada vez que canto: Tú, Eliana, recuérdame cada día que Dios responde las oraciones que hacemos y aunque caiga la noche y no podamos ver, Él traerá luz en el tiempo justo para ti y para mí.

Jon Bloom

Jon sirve como autor, presidente de la junta y cofundador de Desiring God. Es autor de tres libros, “Not by Sight”, “Things Not Seen” y “Don’t Follow Your Heart”. Él y su esposa tienen cinco hijos y viven en Minneapolis–Saint Paul.

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