Nota del Editor: En el artículo anterior de esta serie “Testificando nuestra debilidad” meditamos sobre la vida de María Magdalena y de cómo su pasado era un recordatorio de la misericordia, el poder y amor del Señor para con ella; si no lo has leído puedes hacerlo aquí. En esta oportunidad examinaremos lo que la Palabra nos revela acerca de la vida de Pedro, su negación y posterior restauración. En el último artículo de la serie aprenderemos de la vida de Paulo, el perseguidor de la iglesia que fue transformado por Jesús.
Simón Pedro era un pescador junto con su hermano Andrés (Mat 4:18). Luego de dejar su barca y seguir al Maestro, en varias narraciones de los Evangelios vemos al joven Pedro tomar la iniciativa, ser el representante de los 12 al momento de expresar inquietudes y la gallardía de afirmar su apoyo incondicional al Señor. Esto pudiera sonar como muchos de nosotros, vamos a la iglesia, lideramos quizás algún ministerio y testificamos nuestra entrega y pasión por la causa de Cristo. No hay nada malo en esta muestra de compromiso y entusiasmo. Estamos llamados a dar nuestras vidas por la causa de Cristo, si es necesario. El problema viene cuando prometemos rendir todo por Jesús y, al final, quienes se rinden y desertan somos nosotros. ¿Cómo lo hacemos? Cuando no defendemos lo que creemos, cuando nos secularizamos y preferimos ser políticamente correctos antes de llamar las cosas por lo que son, cuando damos prioridad a las cosas de esta tierra y no a las eternas. A diferencia de María Magdalena, que habiendo conocido a Jesús jamás se apartó de Él aun en medio de la crucifixión, vemos a un Pedro quien conoce a Jesús y asiente su deidad decir cosas como: Bueno Señor, te hemos seguido, ¿qué habrá para nosotros? (Mat 19:27) (Al parecer Pedro todavía tenía la idea de que Jesús hablaba de un reino terrenal). También leemos que Pedro afirmó que jamás se apartaría de Jesús (Mat 26:33) aun cuando el mismo Señor estaba prediciendo que su discípulo le negaría. Pedro afirmó junto con los demás discípulos que él estaba dispuesto a morir con el Señor (Mat 26:35). Sin embargo, unas horas después de la predicción de Jesús el líder de los 12 le negó. Lo que este escenario muestra, más que nuestra debilidad, es nuestra vulnerabilidad e inclinación a pecar. Este evento pudo haber marcado de por vida a Pedro, quizás él no huyó como los demás, sino que permaneció cerca y lo negó. Inmediatamente recordó las palabras del Maestro, entonces se arrepintió y lloró amargamente (Mat 26:75). Este es el pasado de Pedro antes de la resurrección. Un pasado que apunta y señala su traición una y otra vez. Quizás así nos sentimos cada vez que recordamos lo que fue nuestra vida. No me refiero a tu vida pasada como hijo, padre o ciudadano ejemplar, sino más bien a tu vida cristiana pasada donde le fallaste al Señor. Sí, personalmente tengo que aceptar que le he fallado a mi Salvador y lo más difícil de aceptar que resuena en mi mente es que ya yo le conocía, ya estaba en sus caminos y aun así fallé como si no le conociera. Y esto me avergüenza, me hace cuestionar mi fe, mi salvación y el enemigo susurra en mis oídos cuán inservible y falsa es mi fe y que al igual que Pedro, yo soy un traidor. La gracia y el perdón de Dios son más grandes que nuestra culpa. Bien dice la Palabra que “al corazón contrito y humillado, oh Dios, no despreciarás” (Sal 51:17b). Y este era el corazón de Pedro, un corazón que se humilló y que fue restaurado y reconciliado, y cuyo pasado no nubló su entendimiento de la gracia de Dios en Cristo Jesús. Pedro comprendió que su futuro era una vida totalmente dedicada, rendida y sometida a los propósitos del Señor. Vemos en el libro de los Hechos a un Pedro dando frutos, donde no hay sombras de su pasado, sino que una vez reconciliado, valerosamente es quien toma el liderazgo espiritual, sugiere la sustitución de Judas Iscariote, predica su primer sermón cuya cosecha de almas fue de “como tres mil” (Hec 2:41), realiza milagros por el poder del Espíritu Santo (Hec 3:6), predica su segundo sermón donde se convirtieron como “cinco mil hombres”(Hec 4:4), entre otras obras. Observamos a través de la Biblia que Pedro como ser humano caído, tuvo debilidades, pecó, se arrepintió y fue restaurado para cumplir el propósito de su llamado. Su pasado aunque no desapareció, ya no era importante porque él había entendido su misión. Tu pasado y mi pasado, tampoco van a desaparecer, pueden generar vergüenza y culpa, pero al igual que Pedro, nuestro objetivo es dejarnos restaurar por Dios, abrazar el perdón de nuestro Señor y perseverar para evidenciar y testificar a otros cómo el poder de Dios puede transformar nuestra vida y la de cualquier otra persona que se rinda a sus pies sin importar cuán perdido estaba.