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En una correcta perspectiva de nuestra naturaleza como seres humanos, la pregunta no es si tienes conflictos, sino con quién o quiénes, con qué frecuencia y cómo los resuelves. ¡Los conflictos son parte de nuestra existencia! Tenemos conflictos por tema de dinero, horarios, comida, sexo, creencias, deportes, políticas, gustos, etc. Si vives en Minnesota tienes conflictos por el frio, y si vives en Santo Domingo tienes conflictos por el calor. Si eres pobre tienes conflictos porque el dinero no alcanza, si eres rico tienes conflictos porque el dinero sobra. En un sentido general la lista de causas de conflictos parecería interminable. Sin embargo, en un sentido más particular, la Biblia nos instruye que la fuente real de los conflictos está en nuestro corazón. En los primeros versículos de la carta de Santiago capítulo 4 se nos da una de las más maravillosas exposiciones acerca de los conflictos, sus causas y el debido tratamiento bíblico para solucionarlos. Aunque mi intención en este artículo no es realizar una exposición detallada del texto, permítanme relacionar algunas de las verdades reveladas aquí para explicar la naturaleza del tema. En el texto somos retados a entender que la raíz detrás de todo tipo de conflictos se trata de un asunto de deseos. El verso 1 declara: “¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre vosotros? ¿No vienen de vuestras pasiones que combaten en vuestros miembros?”. En otras palabras, los conflictos revelan, en esencia, nuestra naturaleza caída. Están directamente relacionados con nuestra condición interna, en vez de una circunstancia externa. De manera que, una más profunda consideración del tema nos debe llevar a hablar más de nuestro propio corazón que de cualquier otra causa secundaria.
¿Cómo, entonces, entender la naturaleza de un conflicto? Y lo que es aún más importante, ¿Cómo aprender a resolver los conflictos que experimentamos?
Aunque existen algunas excepciones, usualmente un conflicto se genera cuando un deseo o aspiración de mi corazón no alcanza la debida satisfacción. De alguna manera, encuentro un impedimento en mis aspiraciones. Siento que no me dan lo que quiero, o no me tratan como merezco, o no estoy de acuerdo con el proceder de otra persona y de alguna manera se hace evidente mi insatisfacción y se altera el ritmo natural de una relación. Cuando Santiago intenta describir una perspectiva general del proceso, él lo expresa con estas palabras: “Codiciáis y no tenéis, por eso cometéis homicidio. Sois envidiosos y no podéis obtener, por eso combatís y hacéis guerra” (Stg. 4:2). Es obvio que en la mente del autor inspirado, nuestro corazón está directamente implicado. Se habla de codicia y se habla de envidia. En otras palabras, se está hablando de una realidad interna en mí. ¡El problema no está afuera, sino adentro! La siguiente parte el texto introduce el aspecto de mi relación con Dios: “No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís con malos propósitos, para gastarlo en vuestros placeres” (Stg. 4:2-3). Alguien decía que todo conflicto pone de manifiesto que alguien ha fallado en buscar su mayor satisfacción en Dios. De alguna manera se ha prometido a su corazón algo que Dios no necesariamente ha prometido. Eso puede ser evidenciado en el grado de disfrute de mi relación con Dios, y más específicamente en mi vida de oración. En este sentido, mis aspiraciones no están directamente alineadas con mis oraciones; o mis aspiraciones están divorciadas del propósito de Dios para mi vida. No obtengo lo que quiero o lo que creo que merezco, y pierdo parcialmente la perspectiva de la prioridad de Dios en mi vida. En esencia, es una experiencia de insatisfacción en medio de la cual Dios y sus promesas en Jesús no parecen ser una fuente atractiva de contentamiento. En una situación así, seremos incapaces de experimentar gozo al servir al propósito de Dios en nuestras vidas. Simplemente no estoy complacido y eso es todo lo que me guía en ese momento. De esta manera Dios no es adorado como merece y mi corazón se enfría o se distancia de la realidad espiritual (Vs. 4-5). Yo creo que este es el fundamento donde se inicia toda verdadera resolución: ¡Somos parte del problema! No habrá ninguna sostenible resolución hasta que no estemos dispuestos a reconocer nuestra cuota de participación en el conflicto.
¿A dónde entonces debo llevar mi corazón para alistarme en una búsqueda de verdadera solución?
¡Debemos ir a Dios! Santiago 4:6 lo pone en estas palabras: “Pero él da mayor gracia. Por eso dice: Dios resiste a los soberbios pero da gracia a los humildes”. El primer paso hacia la solución de todo conflicto es la humildad, y ¡esto es un don de Dios! Aun cuando exista la posibilidad de que tengamos la razón, nuestros corazones serán bendecidos cuando pongamos a Dios primero. Aun si hemos sido ofendidos, necesitamos entender que nuestra alma no será sanada por algo que el ofensor pueda hacer sino por lo que Dios ya ha prometido. La sanidad viene de Dios. Por tanto en un conflicto, la energía no debe ser consumida en demostrar que tengo la razón sino en glorificar a Dios en una pronta reconciliación. Es esa humildad la que me ayudará a someter y rendir mi punto de vista a una final respuesta, derivada de la voluntad de Dios revelada en su Palabra. Desde el momento en que pongo mi confianza en Dios, el conflicto se convierte en una oportunidad para crecer y no para destruir y distanciar.
¿Qué pasos prácticos podemos llevar a cabo en este punto del proceso?
Creo que la clave es aprender a ver el conflicto como una oportunidad en vez de un problema. A manera de aplicación práctica permítanme concluir señalando cuatro dimensiones de oportunidades que todo conflicto presenta:
1. Una oportunidad para COMUNICAR
Sin importar la naturaleza del conflicto, podemos retarnos a avanzar y mejorar en nuestro nivel de comunicación con la persona afectada. Santiago 1:19-20 señala, “Esto sabéis, mis amados hermanos. Pero que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira; pues la ira del hombre no obra la justicia de Dios”. Cada conflicto concibe una preciosa oportunidad para ejercitar nuestra capacidad de ESCUCHAR Y HABLAR sin dejarnos vencer por la ira.
2. Una oportunidad para ORAR
Si la causa de cada conflicto se genera en nuestro corazón, entonces siempre será una sabia resolución el orar más intensamente. Eso es una gran bendición porque ¡nos ayuda a acercarnos a Dios! En el Salmo 50 leemos: “Ofrece a Dios sacrificio de acción de gracias, y cumple tus votos al Altísimo; e invócame en el día de la angustia; yo te libraré, y tú me honrarás” (v. 14-15).
3. Una oportunidad para AMAR Y PERDONAR
Mientras los conflictos crean distancia, el amor y el perdón promueven la paz y la unidad. Es una oportunidad para mostrar más a Cristo. El apóstol Pedro escribe: “En conclusión, sed todos de un mismo sentir, compasivos, fraternales, misericordiosos y de espíritu humilde; no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, sino más bien bendiciendo, porque fuisteis llamados con el propósito de heredar bendición” (1 P. 3:8-9).
4. Una oportunidad para GLORIFICAR
Como creyentes, al final de toda realidad experimentada, nuestra meta sigue siendo la misma: ¡Dios debe ser glorificado! De manera que, cuando nos disponemos gozosamente a honrar a Dios por encima de nuestros intereses es un poderoso testimonio, aún para nuestros propios corazones, de que amamos la voluntad de Dios por encima de la nuestra. Eso es una evidencia de una vida fructífera. En Juan 15:8 Jesús dijo a los discípulos: “En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así probéis que sois mis discípulos”. Dios nos conceda su gracia para que veamos en cada conflicto una oportunidad para crecer en dependencia de él y una oportunidad para glorificar su nombre.