A estas alturas, es muy probable que todos hayamos sido expuestos o nos hayamos acostumbrado a la adoración virtual ¿Qué hemos aprendido de esto? Entre muchas lecciones, yo he aprendido a retener lo que es bueno y esencial, y a anhelar lo que aún no es. La tensión entre ambas lecciones ha sido difícil, pero creo que el fruto que nazca de esta lucha será dulce. Muchos de nosotros nos cambiamos a servicios virtuales por al menos un periodo de tiempo. Algunos, como nuestra iglesia, a la sombra de la zona caliente de la pandemia en Nueva York, aún nos reunimos de manera virtual (mayo del 2020). La adoración virtual es, de cierta manera, una bolsa con gran diversidad de cosas. Lo virtual te acerca, pero no lo suficiente: si yo le digo a mi esposa que la amo virtualmente, terminaré durmiendo en el sofá. La adoración virtual se asemeja a la adoración, pero estoy seguro que hemos aprendido que no es lo mismo. Entonces ¿qué ha sido bueno sobre este tiempo de iglesia “virtual”? Nos permitió de alguna manera comunión como cuerpo de Cristo, lo que nos permitió informarnos y facilitar la oración unos por otros. Nos ayudó a continuar guardando el día de reposo. Nos animó a permanecer en la Palabra de Dios. Fuimos capaces de mantener, en cierto modo, un sentido de la naturaleza de comunidad de la iglesia. Esto fue lo bueno. “Retened lo bueno” (1 Tes. 5:21).
Lo virtual es adecuado pero incompleto
Pero no todo fue bueno. El uso de tecnología nos permite confeccionar una experiencia que se ajuste a nosotros. Mientras vemos grandes beneficios de la tecnología, este puede ser un problema. Tú no estás pensado para ser el centro de atención en la iglesia. Perdóname por decírtelo así, pero tú no eres tan importante como para serlo. Juan Calvino hace un comentario importante sobre nuestra proclividad al egocentrismo en su exposición de la segunda tabla de la ley: “Aquel que vive la mejor y más santa vida es quien vive y lucha para sí mismo tan poco como pueda, y nadie vive de una peor y más perversa manera que aquel que vive y lucha para sí mismo y únicamente para sí, y piensa y busca su propio beneficio”. [1] La tecnología nos da una noción de mayor control sobre ciertas circunstancias. En la vida real, el tiempo y la ubicación de la adoración se determina a un lugar en particular, pero con la adoración virtual, tú puedes estar en cualquier lugar con una conexión (y si está grabado) en cualquier lugar según tu preferencia. Esos cambios, aunque sutiles, tienen implicaciones ¿pensamos como ese sentido de control afecta nuestra adoración? ¿Puede que mueva el énfasis, aunque sea unos cuantos grados, lejos de Dios y hacia ti mismo? De la misma manera, podemos controlar nuestra presencia y atención. Si yo controlo la cámara, entonces controlo lo que la gente ve de mí. Puede que apague la cámara para no tener que vestirme, puedo revisar mi Twitter o Facebook en otra ventana mientras hacemos una llamada de Zoom. Puedo hacer parecer una cosa cuando en realidad, estoy confeccionando una experiencia que sea sobre mí. Esta tentación es peligrosa en nuestra iglesia virtual. En verdad podemos hacer esto en la vida real también, pero la tentación es más fuerte en modo virtual. Nosotros necesitamos discernir entre lo bueno y lo malo, retener lo que es bueno ¿qué has aprendido sobre lo bueno y esencial durante este tiempo?
Anhelo por lo completo, lo por venir
En segundo lugar, aprendí a abrazar la añoranza de lo que aún no es. Vivimos en este tiempo escatológico de “ya, pero todavía no”. Esta pandemia nos ha dado un ejemplo concreto de añorar el “todavía no”. Añoramos lo que está faltando ¿qué falta? En primer lugar, nosotros. Si las cosas se sienten distantes en las reuniones, aprendiste que debías sentirte así. Debemos permitir que esa sensación de extrañar para crear un anhelo por aquello que debe ser. Deberíamos anhelar el cielo y la presencia consumada de Dios entre el pueblo de Su pacto. En un sentido más pequeño, la ausencia en persona debería haber creado un deseo para cuando estemos en persona juntos otra vez. Nos perdimos de los sacramentos mientras estábamos lejos, porque estos se celebran solo cuando estamos juntos como iglesia reunida. ¿El sentimiento de extrañar creó en ti un deseo por aquello que aún no está aquí? ¿Tu hambre por los sacramentos creció? ¿la distancia creó un mayor y profundo deseo de comunión para ahora que estás o estarás reuniéndote otra vez? Agustín escribió a su amigo Zenobio acerca de este deseo de estar juntos en persona: “Aunque todo esto es cierto, y aunque mi mente, sin la ayuda de los sentidos, te ve como realmente eres, y como un objeto al cual ser amado sin interrupción, sin embargo, yo debo admitir que cuando estás ausente en cuerpo y separado por distancia, el placer de reunirnos y vernos es el que extraño, y el cual, por lo tanto, mientras es inalcanzable, yo codicio intensamente”. [2] Agustín está diciendo que, aunque él puede ver a su amigo en su mente, lo extraña y codicia la alegría de tener a su amigo en persona. El apóstol Juan escribe con la misma intención cuando cierra sus epístolas segunda y tercera. “Aunque tengo muchas cosas que escribiros, no quiero hacerlo con papel y tinta, sino que espero ir a vosotros y hablar cara a cara, para que nuestro gozo sea completo” (2 Jn. 12) y: “Tenía muchas cosas que escribirte, pero no quiero escribírtelas con pluma y tinta, pues espero verte en breve y hablaremos cara a cara.” (3 Jn 13, 14). Aunque bolígrafo y tinta eran las tecnologías más innovadoras para la comunicación, Juan sabía las limitaciones y añoraba la interacción cara a cara. ¿La razón de esta añoranza? “Para que nuestro gozo sea completo.” Algunos de ustedes están comenzando a reunirse otra vez de manera presencial para adorar, y algunos todavía lo hacen de manera virtual. No sabemos cuándo, si alguna vez, las cosas volverán a la normalidad. Pero mientras nos estresamos por ver el final de la crisis, debemos preguntarnos “¿qué hemos aprendido?” yo he aprendido que lo virtual es adecuado, pero incompleto. Nunca va a satisfacer, pero ese añorar lo que falta no está mal. Anhelamos un día que no ha llegado, anhelamos el día en que nuestro gozo se complete.
[1] Institución ce la religión cristiana, II. viii.54 [2] Agustín de Hipona, Cartas de San Agustín a Zenobio