¿Puedes ver tu alma?

La tentación pierde fuerza cuando recuerdas: tengo un alma. Una alma inmortal, valiosa y en peligro. No fuiste creado para el pecado, sino para Cristo, el único descanso de tu alma.
Foto: Unsplash

Imagínate enfrentándote a una de tus tentaciones habituales. Un vecino te abre la puerta para hablarte de Jesús, y la parte temerosa de ti te pide que guardes silencio. Un hermano o una hermana te hace daño, y la amargura te parece una venganza adecuada. La belleza de una desconocida te llama la atención, y tus ojos quieren quedarse mirándola más tiempo.

Pero ahora imagina que, en medio de la tentación, te dices a ti mismo: “Tengo un alma”.

¿Cambia algo? ¿Encuentras nuevas fuerzas para hablar, perdonar, apartar la mirada? ¿O decir “tengo un alma” tiene tanto poder contra la tentación como decir “tengo dos piernas” o “tengo el pelo castaño”?

Cuando nuestro Señor Jesús caminaba entre nosotros, se encontró con muchas personas que no prestaban atención a su alma. Claro que, si les hubieras preguntado, habrían reconocido que tenían un alma. Pero sus vidas a menudo decían lo contrario. Porque si supieran, si realmente supieran, que tienen un alma (un alma preciosa, inmortal y en peligro) no se rendirían tan fácilmente al pecado. Se cortarían una mano o se sacarían un ojo antes que poner en peligro su alma (Mt 5:29-30).

Por eso, Jesús les dice repetidamente, y ahora nos dice a nosotros: “Tienen un alma. Tienen un alma. ¿Lo saben? ¿Lo ven? ¿Sienten su peso y su valor? Oh, tentados, déjenme que les hable de su alma”.

Muchas personas viven sin considerar el destino eterno de su alma. / Foto: Unsplash

Tu alma inmortal

No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma (Mt 10:28a).

El primer hecho fundamental que debemos saber sobre nuestra alma es que vivirá para siempre. Las espadas y las balas, las enfermedades y los desastres pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Según el designio de Dios, es inmortal.

La tentación tiene una forma de oscurecer este futuro inmortal. Déjame decir solo esta palabra, satisfacer este deseo, evitar este deber, complacer a esta persona sin pensar en el mañana, y mucho menos en la eternidad. Pero Jesús, aquí y en otros lugares, implacablemente trae el ahora al contexto del entonces. Resiste la lujuria ahora, desafía el miedo ahora, lucha contra la amargura ahora, porque amenazan tu eternidad (Mt 5:29-30; 10:28; 16:26).

Una estima adecuada por el cuerpo nos llevará a sacrificar muchos placeres pasajeros. Nos negaremos el postre o nos levantaremos de la cama para ir al gimnasio con el fin de cuidar el cuerpo que Dios nos ha dado. Pero después de setenta años más o menos, cuando este cuerpo vuelva al polvo, nuestra alma apenas habrá comenzado. Y cuando Dios resucite nuestro cuerpo para que también viva para siempre, el futuro eterno dependerá del estado del alma (Jn 5:28-29). ¿No deberíamos entonces preocuparnos mucho más por el bienestar del alma? ¿No deberíamos vivir primero para el yo que nunca morirá?

Nuestra vida actual es como el primer centímetro del océano, el primer metro de las galaxias, el primer medio segundo de la historia del mundo entero, solo que mucho menos. Así que, enfrenta tus tentaciones con la eternidad: “Tengo un alma que nunca morirá”.

El primer hecho fundamental que debemos saber sobre nuestra alma es que vivirá para siempre. / Foto: Lightstock

Tu alma está en peligro

Pues ¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? (Mt 16:26a).

La inmortalidad del alma se vuelve mortalmente seria cuando comprendemos un segundo hecho: aunque nuestra alma nunca puede morir, sí puede perderse, destrozarse (Mt 10:28). Un día, tal vez en un momento que no esperamos, Dios nos pedirá nuestra alma (Lc 12:20). Y al otro lado de la muerte, nuestra parte será o bien el deleite eterno o bien la perdición eterna (Mt 25:46).

Jesús, el gran amante de las almas, ha hecho todo lo posible para que el deleite y no la destrucción sean nuestro. Él mismo tomó un alma humana y sufrió el mayor dolor del alma para salvar nuestras almas (Mt 26:38). Ahora vive y reina por siempre para proteger las almas que acuden a Él.

Pero este mismo Jesús, desde el mismo gran amor, nos advierte en los términos más enérgicos que no tratemos a la ligera esa seguridad. Cuando habló de la posible perdición del alma, se dirigía a Sus discípulos (Mt 10:1, 28). Más tarde, advertiría a los mismos doce hombres contra el peligro de perder su alma (Mt 16:26), y con razón, porque uno de ellos pronto lo haría (Mt 26:47).

Nosotros, los discípulos modernos, no vivimos al margen de esas advertencias. Las mismas tentaciones de las que Él les advirtió (la lujuria, el temor al hombre, el amor al dinero, la amargura) también se aferran a nuestras almas. La carne sigue pidiendo ser complacida. El mundo sigue seduciendo. El diablo sigue engañando. Por lo tanto, enfrenta tus tentaciones con temor: “Tengo un alma que puede ser destruida”.

Aunque nuestra alma nunca puede morir, sí puede perderse, destrozarse. / Foto: Lightstock

Tu alma generosa

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente (Mt 22:37).

Jesús nos advierte que no descuidemos nuestra alma, no solo porque no quiere que la perdamos, sino porque sabe, más profundamente que nadie, que fue creada para algo más. Cuando habló de amar con toda el alma al Señor nuestro Dios, estaba citando un mandamiento que todos hemos incumplido, sí, pero también uno que Él vino a reclamar. Dios nos creó para amarlo con toda nuestra alma, y en Cristo, con Su Espíritu que mora en nosotros, cada vez podemos hacerlo más.

Dios se dedica a cambiar las almas humanas. Limpia las almas sucias, ensancha las almas estrechas, ennoblece las almas groseras, redime todo tipo de almas. Si le pertenecemos, de una forma u otra, Él tendrá toda nuestra alma, no solo una parte, y cada vez que pisoteamos la tentación, le decimos: “¡Más! ¡Toma más de mi alma para que yo pueda tener más de Ti!”.

El que convirtió a los recaudadores de impuestos en alegres dadores, a las prostitutas en evangelistas, a los ladrones crucificados en súbditos del Rey, e incluso a algunos fariseos en humildes discípulos, es plenamente capaz de restaurar la enorme capacidad de amar en tu alma y apartarla del pecado para llevarla hacia Él. Él no te destina a una vida de afectos frustrados, en la que sigues amando el pecado pero dices que no por deber. Él te destina a un amor sincero y de todo corazón que desprecia el pecado por Él.

Tú, que eres finito, fuiste creado para el Infinito, y nada menos. Así que enfrenta la tentación con un amor mejor: “Tengo un alma que fue creada para más”.

Dios se dedica a cambiar las almas humanas. / Foto: Lightstock

Tu alma anhelante

Vengan a Mí, […] y hallarán descanso para sus almas  (Mt 11:28-29).

En el centro de aquello para lo que fue creada nuestra alma, se encuentra Cristo, quien promete que Él, y solo Él, puede dar el descanso profundo que nuestra alma anhela. Estas almas nuestras, que revolotean como pájaros de rama en rama, de placer en placer, de pecado en pecado, encuentran su único nido en Él.

Por supuesto, la tentación también promete descanso. A menudo, codiciamos, envidiamos, nos acobardamos y holgazaneamos en busca de algo que nos haga sentir como en casa, un lugar donde sentarnos y encontrar paz. Pero escucha a este Jesús que te invita a venir y descansar. Solo Él ha bajado del cielo a la tierra para compartir un alma como la tuya. Solo Él te ha amado lo suficiente como para decirte la verdad sobre tu alma. Y solo Él ha ido a la tumba para salvar tu alma del infierno.

En el centro de aquello para lo que fue creada nuestra alma, se encuentra Cristo. / Foto: Pexels

Ninguno de tus pecados puede decir lo mismo. Así que, aunque no puedas comprender cómo Cristo puede darte descanso para este anhelo o ese deseo, ¿no desafiarás tu pecado y dirás que crees en Él?

El pecado te deleitaría por un momento solo para condenarte para siempre. Pero Jesús ofrece descanso y gozo que se profundizan en la eternidad. Así que, enfrenta la tentación con Él: “Tengo un alma, y su único descanso es Cristo”


Publicado originalmente en Desiring God.

Scott Hubbard

Scott Hubbard es profesor y editor jefe de Desiring God, pastor de la iglesia All Peoples Church y graduado por el Bethlehem College and Seminary. Vive con su esposa, Bethany, y sus tres hijos en Minneapolis.

Artículos por categoría

Artículos relacionados

Artículos por autor

Artículos del mismo autor

Artículos recientes

Te recomendamos estos artículos

Siempre en contacto

Recursos en tu correo electrónico

¿Quieres recibir todo el contenido de Volvamos al evangelio en tu correo electrónico y enterarte de los proyectos en los que estamos trabajando?

.