En la mañana del domingo 5 de junio de 1864, Charles Spurgeon subió al púlpito para pronunciar un sermón que esperaba que le costara caro. Sus amigos podrían alejarse; su influencia podría sufrir un duro golpe; sus sermones podrían dejar de imprimirse. ¿Debía predicarlo? ¿Debía publicarlo?
Spurgeon contó más tarde:
Fue predicado con la plena expectativa de que la venta de los sermones recibiría un daño muy serio; de hecho, mencioné a uno de los editores que estaba a punto de destruirlo de un solo golpe, pero que el golpe debía ser dado, costara lo que costara, porque la carga del Señor pesaba sobre mí, y debía liberar mi alma. Conté deliberadamente el costo, y conté con la pérdida de muchos amigos y ayudantes ardientes, y esperaba los asaltos de enemigos astutos y furiosos.[1]
El texto del sermón fue Marcos 16:15-16: “Y les dijo: ‘Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado será salvo; pero el que no crea será condenado’”.[2] El tema de este sermón era la regeneración bautismal.
El desafío de Spurgeon
Esa mañana, Spurgeon desafió la enseñanza de la Iglesia de Inglaterra sobre la regeneración bautismal, una enseñanza que vincula el acto del bautismo con la regeneración espiritual. Su protesta no era contra el paidobautismo como tal. Spurgeon sentía un respeto cálido y afectuoso por muchos paedobaptistas, incluidos hombres como el congregacionalista George Rogers, a quien nombró primer director del Pastor’s College. Los evangélicos anglicanos le confundían, pero él los amaba en Cristo.
Spurgeon es inequívocamente claro acerca de sus opiniones sobre el bautismo, incluida su oposición a la aspersión de bebés. Innumerables sermones proporcionan argumentos explícitos e incidentales a favor del bautismo de creyentes solamente.[3] El punto en este sermón sobre la regeneración bautismal es menos sobre la ordenanza del bautismo y más sobre la regeneración bautismal y la integridad doctrinal y práctica. El desafío de Spurgeon era contra la regeneración bautismal, el formalismo y el sacramentalismo en la Iglesia de Inglaterra, parte de la cual se estaba desviando hacia el catolicismo romano a través del movimiento tractariano.[4] Spurgeon era un verdadero no conformista (o disidente), un hombre de la Iglesia independiente y un bautista. Compartía el horror y la oposición al catolicismo romano de los disidentes británicos. Tanto por convicción como por situación, se encontraba fuera de la comunión anglicana y estaba dispuesto a desafiar su formalismo y su nacionalismo eclesiástico.
Spurgeon predicó el sermón esa mañana con la sensación de que “he estado bastante reacio a emprender el trabajo, pero me veo obligado a ello por un terrible y abrumador sentido del deber solemne”.[5] Sostuvo que la rúbrica anglicana para el bautismo infantil ofrecía una declaración explícita de que el bautismo salva, especialmente al prometer que mediante el bautismo que “este Niño es regenerado e injertado en el cuerpo de la Iglesia de Cristo”, y ―dirigiéndose a Dios― que “te ha placido regenerar a este niño con Tu Santo Espíritu, recibirlo como hijo Tuyo por adopción e incorporarlo a Tu santa iglesia”.
Esta creencia, afirmaba, no era algo que ningún verdadero evangélico pudiera mantener o mantuviera. “¿Por qué entonces”, preguntaba, “pertenecen a una iglesia que enseña esa doctrina en los términos más claros?”.[6] Podía honrar la integridad de un hereje audaz, pero le preocupaba la deshonestidad de hombres buenos que se adhieren a una falsedad conocida. Que los hombres “juren o digan que dan su solemne asentimiento y consentimiento a lo que no creen es una de las piezas más groseras de inmoralidad perpetrada”, engendrando una atmósfera de mentiras.[7]
Contra el error condenador
La religión de las Escrituras es una religión de fe: “No puedo ver ninguna conexión que pueda existir entre la aspersión, o la inmersión, y la regeneración, de modo que la una está necesariamente ligada a la otra en ausencia de fe”.[8] La regeneración bautismal fomenta la hipocresía de la peor clase y conduce a la condenación al asegurar que todos los que se humedecen religiosamente se salvan, aunque vivan impíamente. Fue la puerta lateral por la que el papismo volvió a entrar en la comunión anglicana. Spurgeon fue igualmente despiadado en su condena de la superstición disidente: venerar lugares, personas o rituales. Cristo y solo Cristo debe ser el objeto de nuestra fe:
Aférrate a Jesucristo. Este es el fundamento: edifica sobre Él. Esta es la roca de refugio: vuela hacia ella. Te ruego que vueles hacia ella ahora. La vida es corta: el tiempo corre con alas de águila. Veloz como la paloma perseguida por el halcón, vuela, vuela, pobre pecador, hacia el amado Hijo de Dios; toca ahora el borde de Su manto; mira ahora ese querido rostro, una vez manchado de penas por ti; mira esos ojos, que una vez derramaron lágrimas por ti. Confía en Él, y si lo encuentras falso, entonces debes perecer; pero falso nunca lo encontrarás mientras esta palabra permanezca verdadera: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado”. Dios nos dé esta fe vital, esencial, sin la cual no hay salvación. Bautizate, rebautízate, circuncídate, confirmate, alimentate con sacramentos y entierrate en tierra consagrada; de igual modo, todos parecerán si no creen en Él.[9]
Para Spurgeon, el bautismo ―el bautismo de su texto bíblico― debe seguir a la fe en el Jesús de la Biblia:
El bautismo es la confesión de fe; el hombre era soldado de Cristo, pero ahora, en el bautismo, se pone el uniforme. El hombre creía en Cristo, pero su fe permanecía entre Dios y su propia alma. En el bautismo se le dice al bautizador: “Creo en Jesucristo”; se le dice a la iglesia: “Me uno a ustedes como creyente en las verdades comunes del cristianismo”; se le dice al espectador: “Hagan lo que hagan, en cuanto a mí, serviré al Señor”. Es la confesión de su fe.[10]
La falsedad de la regeneración bautismal introduce una fragilidad fatal en cualquier iglesia: “De cualquier sistema que enseñe la salvación por el bautismo debe surgir la infidelidad, una infidelidad que la falsa iglesia ya parece dispuesta a alimentar y fomentar bajo su ala”.[11] El sermón no tiene un tono amargo, pero manifiesta poderosamente el espíritu de un hombre que está profundamente persuadido del peligro de la mentira que expone, y desesperado por que los pecadores se den cuenta de que solo la fe en Cristo puede salvar. Quiere que el pueblo de Dios sepa lo que cree y que hable y viva en consecuencia.
Asuntos del evangelio
A pesar de toda su pomposidad, nuestra época carece a menudo del tipo de franqueza que Spurgeon defendía y mostraba. La mordacidad a cubierto está más a la orden del día. A esa postura corresponde una actitud vengativa hacia aquellos con quienes no estamos de acuerdo o que no están de acuerdo con nosotros. Hoy en día nos resulta difícil (y no era fácil en tiempos de Spurgeon) conciliar una fuerte oposición con el afecto y el respeto por quienes sostienen aquello a lo que nos oponemos. Puedo apreciar y respetar, y de hecho lo hago, a hombres de los que estoy convencido que están equivocados, a veces muy equivocados, en ciertas cuestiones. Estoy agradecido por lo que percibo como felices incoherencias que impiden a mis hermanos alejarse demasiado del camino correcto. Sospecho que ellos piensan lo mismo de mí; si no es así, ¡necesitan afinarse!
Para Spurgeon, toda verdad bíblica era importante. Si Dios ha hablado, los hombres deben escuchar y obedecer. Spurgeon no sugería que la salvación dependiera de la aceptación de todas las verdades reveladas por Dios. Mantenía relaciones cálidas y afectuosas con hombres que no coincidían con él en todos los asuntos. Sin embargo, le preocupaba que los hombres tomaran a Dios en Su Palabra y no pretendieran que cualquier cosa que Dios hubiera dicho fuera insignificante. Spurgeon no estaba dispuesto a tratar ningún punto de la revelación como si careciera de importancia.
Además de eso, Spurgeon reconocía que no todas los asuntos eran asuntos del evangelio, bisagras de las que pendían la vida y la muerte espirituales. Sin embargo, una cuestión como la regeneración bautismal era (y sigue siendo) un asunto del evangelio. Ofrecía lo que no podía ofrecer en la esfera de la salvación, y, por la gloria de Dios y el bien de los hombres, debía ser resistido y expuesto. No bastaba con estar en desacuerdo con ella; había que hacerle frente: “Podría callar aquí, pero, amando a Inglaterra, no puedo y no me atrevo; y teniendo que rendir cuentas pronto ante mi Dios, cuyo siervo espero ser, debo librarme de este mal así como de cualquier otro, o de lo contrario sobre mi cabeza puede caer la perdición de las almas”.[12] Cuando los errores tienen la capacidad de ser peligrosamente erróneos, condenadamente erróneos, debemos hablar.
El costo de la convicción
¿Creemos, con Spurgeon, lo que decimos y decimos lo que creemos, con propiedad, claridad y humildad, siguiendo la Palabra de Dios adonde nos lleva? No es necesario que ataquemos a todos y a todo aquello con lo que no estamos de acuerdo, y podemos sentir verdadero afecto por algunos con los que tenemos auténticas diferencias de convicción. Sin embargo, debemos tener claro dónde está en juego la gloria de Dios en la salvación de las almas, y no podemos consentir, ni de palabra ni en silencio, aquellos errores que nos roban el evangelio. ¿Tenemos el discernimiento, la honestidad y la integridad para amar a aquellos con los que podemos estar en desacuerdo en algunas cosas, pero para alejarnos de aquellos que mantienen y declaran errores condenables?
Tal convicción requiere sacrificio. Como vimos antes, Spurgeon esperaba que este discurso, cuando se publicara, le costara financieramente y en su reputación. Pero, él afirmó:
Ninguna verdad es más segura que esta, que el camino del deber debe seguirse a fondo si se quiere disfrutar de paz mental. No debemos mirar los resultados, debemos mantener nuestra conciencia tranquila, pase lo que pase, y todas las consideraciones de influencia y estimación pública deben ser tan ligeras como plumas en la balanza. Tanto en asuntos menores como en los más importantes, he dicho lo que pensaba sin miedo, y he provocado innumerables objeciones y anatemas, pero no me arrepiento de ello, y no dejaré de hablar con franqueza en el futuro más que en el pasado. Despreciaría retener a un solo adepto con un silencio que lo dejara bajo un malentendido. Después de todo, a los hombres les gusta hablar claro.[13]
No sabes lo que el Señor hará con tu honestidad. Tanto este sermón como sus controvertidos sucesores fueron éxitos de ventas arrolladores, aunque suscitaron el vitriolo de sus oponentes. Sin embargo, lejos de destruir la reputación de Spurgeon, la realzaron entre aquellos que valoraban el “hablar claro”, incluso cuando no estaban de acuerdo con su contenido. Recuerda que Spurgeon no sabía cuáles serían los resultados cuando escribió y habló por primera vez, pero escribió y habló de todos modos.
El hombre de convicción será criticado. El hombre que dice lo que piensa, incluso con humildad y amor, es probable que sea agredido. Sin embargo, debemos preocuparnos primero por honrar a Dios mediante la fidelidad a toda Su verdad revelada, en su debido lugar, perspectiva y proporción, y servir a los hombres diciendo esa verdad con amor, un amor más preocupado por sus almas que por nuestras reputaciones. No tenemos por qué sugerir que Spurgeon acierte en todo aquí o en todo momento. Sin embargo, encontramos en ello un ejemplo de convicción y valentía que haríamos bien en seguir.
Publicado originalmente en Desiring God.
Referencias
- C.H. Spurgeon, Sword and Trowel: 1875 (Londres: Passmore & Alabaster, 1875), 192-193
- Spurgeon predicaba a partir de la Versión Autorizada, utilizando a veces la Versión Revisada cuando estaba disponible. Para aquellos cuyas traducciones no favorecen el Textus Receptus, la misma verdad está contenida en textos paralelos.
- El sermón sobre la regeneración bautismal tuvo varios sucesores igualmente contundentes, incluyendo los sermones números 577, 581 y 591 (todos en el volumen 10 de The Metropolitan Tabernacle Pulpit Sermons).
- Los tractarianos recibieron su nombre de una serie de publicaciones llamadas Tracts for the Times, publicadas entre 1833 y 1841. También conocido como el Movimiento de Oxford, estos hombres y sus escritos impulsaron el anglicanismo de la «alta iglesia», que se convirtió en anglocatolicismo. Varios de los principales participantes (como John Henry Newman) se convirtieron posteriormente al catolicismo romano, mientras que otros (como Edward Bouverie Pusey) siguieron siendo una influencia dentro del anglicanismo.
- C. H. Spurgeon, “Baptismal Regeneration” [“Regeneración bautismal”], en The Metropolitan Tabernacle Pulpit Sermons, volumen 10 (Londres: Passmore & Alabaster, 1864), 314.
- “Baptismal Regeneration”, 316.
- “Baptismal Regeneration”, 316-317.
- “Baptismal Regeneration”, 318.
- “Baptismal Regeneration”, 325.
- “Baptismal Regeneration”, 326.
- “Baptismal Regeneration”, 328.
- “Baptismal Regeneration”, 322.
- Spurgeon, Sword and Trowel, 192-193.