Hoy llego al final de la serie que he titulado «Por qué no soy…». El propósito de esta serie ha sido echar un vistazo a las cosas que no creo y en todo momento, ha sido mi deseo explicar más que persuadir. Hasta ahora, he dicho por qué no soy ateo, católico romano, liberal, arminiano, paedobaptista, dispensacionalista o igualitario. Hoy quiero explicar por qué no soy continuista o si lo prefieres, carismático. Una vez más, debemos empezar con las definiciones. «El continuismo es la creencia de que los dones sobrenaturales del Espíritu Santo enseñados en la Biblia —como la profecía, las lenguas, la interpretación de lenguas, las sanidades y los milagros— no han cesado y están disponibles para el creyente hoy en día. El continuismo es lo opuesto al cesacionismo, que enseña que los dones sobrenaturales han cesado cuando se completó el canon de las Escrituras o con la muerte del último apóstol» [1]. En otras palabras, se trata de saber si ciertos dones milagrosos que estuvieron activos en un tiempo siguen activos hoy en día. Yo creo que esos dones milagrosos han cesado. Una vez más, mis creencias sobre este asunto no son fáciles de separar de mis antecedentes. Al crecer en iglesias conservadoras y reformadas, no conocí a ningún continuista. Sólo supe que existían tales personas cuando escuché a mis padres hablar con vergüenza de su temprana introducción al pentecostalismo. Nos contaron sus intentos de recibir el don y su creciente reconocimiento de que sus amigos que hablaban en lenguas simplemente pronunciaban frases repetitivas y sin sentido. No fue hasta que estaba a mediados de mis veintes y ya siendo bautista, que me encontré por primera vez con las lenguas. La banda en una conferencia de adoración entró en un tiempo de «adoración espontánea» e inmediatamente muchas de las personas a mi alrededor comenzaron a hacer sonidos extraños. Me tomó unos minutos para entender lo que estaba pasando. Una introducción más formal al continuismo tuvo lugar cuando conocí Ministerios Gracia Soberana. Primero, me di cuenta de este ministerio a través de conexiones en línea y luego a través de los libros de C.J. Mahaney. Asistí a una de sus conferencias de adoración y aquí vi lo que ellos llamaban profecía: cantos proféticos que tenían como objetivo comunicar la verdad divina a la gente en la audiencia. («El Espíritu Santo me está dando una canción. Creo que esta canción es para todas las personas aquí llamadas Katie. Si tu nombre es Katie, por favor, pasa al frente porque el Espíritu Santo tiene algo que decirte»). Lo que encontré en esa conferencia y en esas iglesias fueron personas piadosas, amables y comprometidas con la teología reformada, pero también firmemente carismáticas. Aunque este ejemplo de profecía no me satisfizo, quedé tan impresionado por la gente, por su amor al Señor y por su entusiasmo en la adoración, que volví a casa preguntándome si mi familia debería encontrar la manera de unirse a ellos. Por primera vez vi que el continuismo no se oponía necesariamente a la sana doctrina. Fue en ese momento y en ese contexto que comencé a leer, a reflexionar y a buscar en la Biblia para ver lo que dice sobre la continuación o la cesación de los dones milagrosos. Leí las defensas del continuismo escritas por los teólogos del movimiento carismático: Me vienen a la mente Wayne Grudem y Sam Storms. Vi a líderes que admiro profesar su opinión de que los dones siguen siendo operativos hoy en día. También leí «Charismatic Chaos» (El caos carismático) por MacArthur, entrevisté a Sam Waldron y leí varias críticas al continuismo. A través de todo esto, me convencí cada vez más de que los dones milagrosos han cesado. Yo no podía ser continuista. No soy continuista debido a mi entendimiento de la Biblia. Veo que esos dones milagrosos fueron dados para un tiempo y propósito específicos, fueron dados para acreditar el mensaje del evangelio cuando se estaba difundiendo por primera vez y antes de que la Biblia se hubiera completado. A medida que ese tiempo y propósito llegaban a su fin, así también los dones. Esto se ve fácilmente cuando leemos el Nuevo Testamento teniendo en cuenta cuándo se escribieron los diferentes libros. Mientras que un libro temprano como 1 Corintios tiene mucho que decir sobre los dones milagrosos, los libros posteriores tienen mucho menos que decir. De hecho, cuando Pablo escribe a Timoteo, no esperaba que Timoteo experimentara un milagro y no lo estaba instruyendo para que busque uno, sino más bien, prescribiendo una cura muy ordinaria para una dolencia: «usa un poco de vino por causa de tu estómago». Pablo mismo sufrió con dolor físico, pero no pudo recibir una cura milagrosa. A medida que leemos el Nuevo Testamento, vemos que estos dones disminuyen y cesan en el transcurso de las décadas. Primero, no soy continuista por razones bíblicas, pero segundo, no soy continuista por razones relacionadas con la observación y la experiencia. Los dones milagrosos que veo y escucho en el movimiento carismático tienen solo una mínima semejanza con los dones del Nuevo Testamento. Los milagros son internos y no verificables, las lenguas angélicas más que reales, la profecía falible. No conozco ningún relato creíble del tipo de milagros dramáticos que vemos descritos en el Nuevo Testamento: un miembro que se regenera, un hombre muerto y descompuesto que resucita. Los «milagros» de los que escucho hablar hoy no son tan dramáticos, visibles e instantáneos como los que vemos descritos en el ministerio de Jesús y Sus apóstoles. No conozco a ningún cristiano que haya sido capaz de predicar el evangelio en un idioma que no conozca. Varias veces personas bien intencionadas me han profetizado a mí o acerca de mí, pero estas siempre han sido vagas impresiones más que palabras autorizadas de Dios. Aunque discutamos sobre el continuismo, debemos reconocer que lo que ha continuado es, en el mejor de los casos, una mera sombra de lo que la Biblia describe. No soy continuista y no creo que mi experiencia de la fe y la vida cristianas sufrirá sobre esa base. En lugar de centrarme en el drama de lo milagroso, encuentro alegría en la belleza de la providencia ordinaria de Dios. El gran drama que se desarrolla en, a través y alrededor de nosotros, es, sobre todo, una historia de Dios obrando a través de Su cuidadosa y constante providencia, usando Sus medios momento a momento para llevar a cabo Su voluntad. Me gustaría dirigirlos a dos recursos recientes que me han sido útiles. El primero es un intercambio entre Sam Storms y Thomas Schreiner. Schreiner explica el cesacionismo y Storms explica el continuismo. Ambos explican su posición y supongo que puede adivinar fácilmente cuál me pareció más convincente. El segundo recurso disponible en inglés es esta excelente conferencia de Phil Johnson en la que, a su inimitable manera, explica «Por qué soy cesacionista». Este artículo se publicó originalmente en inglés en https://www.challies.com/articles/why-i-am-not-continuationist/ [1] https://www.theopedia.com/continuationism