¿Cómo puedo vivir en santidad?

¿Creemos que la santidad es algo inalcanzable? Este artículo reflexiona sobre cómo avanzar en el llamado de Dios, a pesar de nuestras imperfecciones y la lucha contra el pecado.
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Recuerdo un grupo de amigas que pensaban que buscar la santidad no tenía sentido, porque al saber que jamás llegaríamos a la perfección en este mundo, no veían razón para perseguirla sinceramente o “condenarse tanto por los pecados”.

Este es un pensamiento común hoy en día, incluso entre cristianos. No nos gusta depender de Dios, aceptar nuestro pecado y trabajar paso a paso en nuestro carácter. Nos asusta la incertidumbre de no saber cuándo llegaremos a madurar espiritualmente; queremos todo rápido, como calentar agua en el microondas en lugar de esperar a que hierva a fuego lento. Además, por nuestro pecado, podemos creer la mentira de que nuestras vidas nos pertenecen, y el crecer en santidad no está en la lista de nuestros proyectos más urgentes.

Sin embargo, nuestras vidas no nos pertenecen. Un alto precio fue pagado por nuestra salvación: “Ustedes saben que no fueron redimidos de su vana manera de vivir heredada de sus padres con cosas perecederas como oro o plata, sino con sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha: la sangre de Cristo” (1P 1:18-19). Por eso, el apóstol Pedro es claro al decir que debemos conducirnos según el carácter del Dios que nos ha salvado: “Como Aquel que los llamó es Santo, así también sean ustedes santos en toda su manera de vivir” (1P 1:15).

El pecado es un asunto serio. Al ver nuestra maldad a través de los lentes del evangelio, entendemos que la santidad debe ser nuestra máxima prioridad. Santidad significa estar apartado para Dios y vivir de acuerdo a Su carácter y voluntad. ¿Cómo podemos cumplir un llamado tan importante? Quiero recordarte 5 verdades que nos fortalecerán en nuestra búsqueda de santidad. Sin duda hay muchas más, pero estas han sido de bendición para mí.

El pecado es un asunto serio. Al ver nuestra maldad a través de los lentes del evangelio, entendemos que la santidad debe ser nuestra máxima prioridad. / Foto: Lightstock

1. Tenemos la promesa de que soportaremos la tentación

Hablando de la historia de Israel y cómo el pueblo se alejó de Dios a pesar de haber visto muchas maravillas, el apóstol Pablo les dice a los corintios: “No les ha sobrevenido ninguna tentación que no sea común a los hombres. Fiel es Dios, que no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que pueden soportar, sino que con la tentación proveerá también la vía de escape, a fin de que puedan resistirla” (1Co 10:13).

Tenemos la confianza de que Dios no nos pide nada que Él mismo no nos pueda dar. La lucha contra el pecado requiere que muramos a nosotros mismos (Ga 2:20) y experimentemos el dolor de la muerte que está asociada con el pecado (Ro 6:23). Sin duda, es difícil dejar aquellos hábitos e ídolos que caracterizaron nuestra vida por tanto tiempo. Sin embargo, ya que “Él es fiel”, podemos luchar sabiendo que estamos en una batalla en la que Él prometió estar con nosotros.

La lucha contra el pecado requiere que muramos a nosotros mismos. / Foto: Envato Elements

2. Dependemos del Padre

Jesús nos da el mejor ejemplo de dependencia al Padre. A lo largo de los Evangelios, escuchamos que solía apartarse para orar y sumergirse en la perfecta presencia de Dios. Por nombrar un solo momento, vemos que no escogió a Sus apóstoles con ligereza, sino en plena dependencia: “En esos días Jesús se fue al monte a orar, y pasó toda la noche en oración a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a Sus discípulos y escogió doce de ellos, a los que también dio el nombre de apóstoles” (Lc 6:12-13).

¿Cómo soportó la tentación en el desierto? Trajo las palabras del Padre (Mt 4:1-11). ¿Cómo atravesó la angustia del Getsemaní? Orando que se hiciera solo la voluntad del Padre (Lc 22:39-46). ¿Cómo soportó la crucifixión hasta la muerte? Expresándole Su dolor al Padre (Mr 15:34). Su mirada y Su dependencia estaban en Él; Su relación fue más fuerte que cualquier circunstancia o dolor físico (Jn 17:5). También nosotros tenemos la libertad de acudir al Padre con plena libertad; como nos dice el autor de Hebreos: “Acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna” (Heb 4:16).

A lo largo de los Evangelios, escuchamos que Jesús solía apartarse para orar y sumergirse en la perfecta presencia de Dios. / Foto: Lightstock

3. Tenemos las disciplinas espirituales

Las disciplinas espirituales son el canal para resistir este mundo y mantener nuestra relación con el Padre. Vale la pena leer Disciplinas espirituales para la vida cristiana, de Donald Whitney, para profundizar en la extensa lista de disciplinas que deberíamos tener como cristianos. Sin embargo, podemos comenzar con las más evidentes en la Escritura. Como dice Pablo, la oración nos llena para vencer la ansiedad y encontrar paz (Fil 4:6-7). La lectura de la Palabra, como dicen los Salmos, es el medio para ser bienaventurado y fructífero (Sal 1:2-3) y para guardar nuestro camino (Sal 119:9). Vivir en comunidad nos ayuda a crecer a la estatura de Cristo (Ef 4:15-16) y a perseverar (Heb 10:24-25).

El uso de estas disciplinas espirituales está conectado con los dos puntos anteriores: permanecer en la Palabra y en oración no es otra cosa que la expresión de que necesitamos del Padre. Nuestro corazón debe ser como el del rey David, quien dijo:

En Dios solamente espera en silencio mi alma;

De Él viene mi salvación.

Solo Él es mi roca y mi salvación,

Mi baluarte, nunca seré sacudido (Sal 62:1-2).

4. Cristo es nuestro modelo de santidad

En la Escritura se nos ha dejado el máximo modelo de santidad: Jesucristo. No solo es cierto que Él “no conoció pecado” (2Co 5:21), sino que somos animados a seguir Sus pisadas en muchas partes del Nuevo Testamento.

Por ejemplo, Pablo nos dice que “haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús” (Fil 2:5), refiriéndose a la humildad que buscó primero el interés de otros que el propio. También Pedro nos dice que sigamos Su ejemplo de padecimiento al servir a jefes difíciles (1P 2:21). Incluso, el mismo Señor Jesús nos dijo que siguiéramos Su ejemplo al servirnos unos a otros: “Si Yo, el Señor y el Maestro, les lavé los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he dado ejemplo, para que como Yo les he hecho, también ustedes lo hagan” (Jn 13:14-15).

5. Nuestros pecados ya han sido derrotados

A través del evangelio nuestras iniquidades han sido completamente perdonadas, hemos nacido de nuevo y hemos recibido vida eterna (Jn 3:16). Entonces, el pecado con el que luchamos ya fue vencido y ha perdido el poder de condenarnos; peleamos con un enemigo derrotado.

Es importante recordar esta verdad cuando la lucha con nuestros pecados se sienta abrumadora. Como dice Pablo, aunque vivamos aún en este cuerpo terrenal que tiende al pecado, ya estamos vivos en el Espíritu de Cristo y esperamos la resurrección final:

Y si Cristo está en ustedes, aunque el cuerpo esté muerto a causa del pecado, sin embargo, el espíritu está vivo a causa de la justicia. Pero si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de Su Espíritu que habita en ustedes (Ro 8:10-11).

Susi de Gramajo

Susi de Gramajo

Susi de Gramajo es esposa de Esteban Gramajo. Junto con su esposo sirven en Iglesia Reforma. Es diseñadora gráfica, le encanta la lectura y servir a los niños en su iglesia.

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