“Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:8-11). Los nombres están adheridos a la identidad de la persona. Más bien, es la forma en la que todas nosotras nos identificamos y presentamos a otros. Hay nombres que hacen más ruido que otros, por sus logros, títulos y descubrimientos. Por ejemplo, muchos de los nombres de los héroes de la fe en Hebreos 11, son conocidos por sus historias de fe al padecer por Dios. Otros son conocidos por sus actos de maldad, mentira y corrupción, como Judas, Herodes, Faraón, y yo. Estos versos los he leído muchas veces, y siempre me confrontan hasta lo más profundo mi corazón. Me pregunto, ¿cómo es que un Dios estando en toda Su Gloria se humilla voluntariamente para hacerse semejante en su humanidad a una pecadora como yo, para que mi nombre indigno esté escrito en los cielos? ¿Qué Dios es ese? ¡Nuestro Señor Jesucristo Dios lleno de amor y misericordia! Mientras estuvo en esta tierra como hombre, sufrió, tuvo hambre, sed, cansancio, fue despreciado entre los hombres. Isaías 53:2 dice que ni su aspecto era hermoso. El pueblo judío no lo reconoció como el Mesías tan claramente profetizado, Dios veló sus ojos por la dureza de su corazón, y se perdieron ver la Gloria en forma de un hombre que no cumplía con sus expectativas. Ellos esperaban a un Rey militar, fuerte y poderoso para rescatarlos de hombres que los oprimían, ¡Cómo nos parecemos a estos judíos! Queremos un rescate terrenal, olvidando que la humillación de Cristo tiene trascendencia eterna, la exaltación que le concedió Su Padre nos asegura que por Su Nombre tenemos una posición de hijas adoptadas delante de Dios. Solo por gracia hermanas. Dios respondió a semejante acto de obediencia y humillación de dos formas.

La Exaltación de Cristo hasta lo sumo

Cuando piensas en Jesús, ¿cómo piensas en Él? ¿Lo ves como el Fiel y Verdadero con ojos de llama de Fuego cuyo Nombre es El Verbo de Dios y en su vestidura y muslo tiene escrito este nombre, Rey de Reyes y Señor de Señores? A veces lo olvidamos. Las circunstancias diarias atraen más nuestros corazones idólatras y dejamos de ver a Cristo exaltado, sentado en el Trono como vencedor en nuestro lugar. Jesús se humilló y el Dios Padre le exaltó hasta lo sumo por encima de todo y todos. Sólo Aquel Cordero Santo y Sin Mancha, Justo y Obediente fue exaltado. Sólo Aquel que soportó la Cruz siendo inocente y el sufrimiento con propósito, se encarnó en forma de hombre viviendo perfectamente para salvación de quienes habrían de creer en Él (Heb. 12:2-3). Si Cristo ha sido exaltado, entonces quienes creen y se humillan ante Él, serán recompensados por Dios en Su tiempo (1 Pe 5:6). El camino hacia la honra es la humillación (Pr. 15:33b; 18:12). Muchas veces buscamos ser exaltadas, pero sin querer humillarnos ante Su Mano poderosa. ¿Por qué desear lo que Cristo no deseó? Ya sea anhelar desmedidamente un puesto de trabajo, querer tener siempre la razón, buscar una plataforma por intereses egocéntricos o desear reconocimiento para solo satisfacer el deseo de ser admirada. Jesús dijo: “El que quiera hallar su vida la perderá, y el que pierde su vida por causa de Mí, la hallará” (Mt. 10:39). Nuestros corazones lucharán siempre por buscar exaltación y gloria para sí. Recordemos que Su exaltación es nuestra, pero es para asirnos de Él y vivir en humildad como Él vivió. Una vida piadosa refleja a un Salvador exaltado, que descendió y ascendió para comprar nuestra salvación e identidad de hijas amadas.

Tiene un Nombre sobre todo nombre

Dios le exaltó a lo sumo para darle un Nombre que tiene toda autoridad y no cualquier autoridad, sino la Máxima autoridad. ¡Cristo es El Señor de todo! Por y para Él todo fue creado. Por Su Nombre se echaron fuera demonios, sanaron enfermos, levantaron muertos. Por Su Nombre se salvaron muchos y otros se hicieron Apóstoles para la edificación de Su Iglesia, Su Cuerpo, Su Amada Novia. Y En Su Nombre serán reunidos todos los redimidos que le alabarán por siempre. Tengamos cuidado de usar Su Nombre sólo para iniciar o finalizar una oración y creer que por ello se cumplirá todo lo que pedimos. Que nuestro Dios nos libre de usar Su Nombre como un simple amuleto. Su Nombre es reverenciado porque tiene toda la autoridad de parte de Dios para hacer todo cuánto está escrito. Nuestra confianza está en Quién es Él. Tememos a Su Nombre porque le conocemos y amamos. Jesús es la Cabeza de la Iglesia (Ef. 1:20-21). Esto significa que la Iglesia está llamada a ser ese cuerpo obediente que le sirve fielmente según Él dice. Tú y yo somos parte de Su Iglesia, para vivir en obediencia y sujeción a su amorosa autoridad. Por tanto, nos debemos cuidar unos a otros, velando que Su Palabra sea nuestra fiel norma de vida. Que resuene fuerte en nuestros oídos la fuerte advertencia: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Luc. 6:46). Sin embargo, hermana, es difícil. No es sólo mencionar Su Nombre, sino vivir en el reto diario de obedecer o someternos a Su autoridad en las letras de Su Palabra. Somos incapaces de sostenernos en nuestras fuerzas y habilidades. En el momento que nos empezamos a enriquecer de lo terrenal, o nuestros nombres se alzan más, nuestra alma sufre. Y, hasta que no regresamos a la fuente de Vida y Poder, nuestra alma será satisfecha. Esa es la buena noticia, que, por medio de Su Nombre, tenemos salvación, victoria, acceso al Padre. Podemos obedecer porque ese Nombre nos da acceso y como hijas que aman a Su Padre, deseamos obedecer. Su Nombre hace que nuestros nombres tengan identidad y valor, Su vida nos asegura que estamos siendo preservadas por gracia hasta que estemos con Él. Cada día somos santificadas en Su bendito Nombre. La lucha por los afectos de nuestro corazón es hecha desde la Verdad que Él ya la ganó por nosotras. Todos los días necesitamos recordarle a nuestra Alma los beneficios de clamar a ese Nombre maravilloso, ver nuestra pequeñez y confiando en Su Grandeza. Ante tan majestuoso Nombre ¿Cómo respondemos?

Doblemos nuestras rodillas (Fil. 2:10)

Arrodillarse es una demostración de reverencia y sometimiento a Él, reconocer Su Señorío. Reconocer que obedecer a cualquier otra persona o cosa creada nos dejará vacías e insatisfechas, puesto que nuestra alma está supuesta a ser plena solamente en Cristo. Sin embargo, el mayor problema está con nuestros corazones que mayormente no desean ser gobernados por Su Palabra. La lucha diaria es: ¿A quién adoramos? ¿A nosotras? ¿Qué protegemos? ¿Nuestro nombre?;¿A quién reverenciamos? ¿A los hombres? Por eso fortalezcamos las manos débiles y las rodillas que flaquean. En vez de huir de Él, doblemos rodillas ante Él mientras clamamos por Su Gracia una vez más.

Confesamos nuestros pecados (Fil. 2:11a)

No hay otro Nombre dado a los hombres donde hay salvación (Hch 4:12). Reconocemos nuestra necesidad de Él, no sólo al repetir una oración sino al confesar con convicción nuestra maldad y urgencia de ser salvadas de nosotras mismas. Dios ha prometido que, si nos arrepentimos, Él es Fiel y Justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad (1Jn 1:9). Recuerda, ¡Él es fuente de salvación para todos los que le obedecen en fe, puedes venir al Trono de la Gracia para el oportuno socorro! La confesión de pecados es una práctica diaria. Creces en humildad, te vas pareciendo más a Cristo porque no sólo anhelas ser transformada, sino que responderás haciendo lo que Él ya escribió. Ten por seguro que cuando luchas por obedecer, Él no te abandona, te ayuda en tus debilidades. Se trata de vivir vidas sujetas a Él, no perfectas. Pero Él se humilló por tus pecados, eres perdonada y completamente amada. Por eso no te deja como estás. ¡Gloria a Su Cincel en nosotras!

Vivamos para la Gloria de Dios Padre (Fil. 2:11b)

Cristo es nuestro Señor y Salvador. Fuimos creadas para la alabanza de Su Gloria (Ef. 1:4-6). La vida cristiana es vivir para, por y en Cristo. Dios es mejor conocido en Cristo. Honrar al Hijo es honrar al Padre. Y esto es vivir para la Gloria de Dios Padre (Sal 2:11-12). Pero esto es un proceso diario. Necesitamos leer Su Palabra, buscarlo en oración, injertarnos en una comunidad para servir a otros hermanos y hermanas que están necesitados como nosotras. Nuestras vidas están llamadas a reflejar a nuestro Señor. Cobremos ánimo, al ser suyas estamos programadas por Él para recibir el alimento que sana nuestros corazones. Él nos hace capaces para Su Gloria. La pregunta que te dejo es: ¿A qué nombre te rendirás, todos los días de tu vida? ¿Cómo responderás a semejante obra en la Cruz por ti? ¿Para qué Gloria vivirás? Amada hermana, recuerda que Cristo se humilló para rescatarte, y Dios le exaltó para preservarte y darte una esperanza que el sufrimiento de este mundo no es el final. Él nos está esperando, en la eternidad juntas gritaremos en alabanza y adoración Su Nombre que es sobre todo nombre.

Susana De Cano

Susana de Cano, está casada con Sergio y tienen tres hermosos hijos. Es diaconisa de Iglesia Reforma en Guatemala, donde sirve en discipulado y consejería. Estudia una Licenciatura en Teología en Semper Reformanda y Consejería Bíblica en CCEF. Puedes leer lo que escribe de Su Salvador Jesucristo en Instagram @ella_habla_verdad, y en su blog https://medium.com/hablemos-verdad

Artículos por categoría

Artículos relacionados

Artículos por autor

Artículos del mismo autor

Artículos recientes

Te recomendamos estos artículos

Siempre en contacto

Recursos en tu correo electrónico

¿Quieres recibir todo el contenido de Volvamos al evangelio en tu correo electrónico y enterarte de los proyectos en los que estamos trabajando?

.