Ningún impulso está tan profundamente arraigado en la naturaleza humana como el impulso de adorar. Y es mucho más fácil adorar carne y sangre que un espíritu invisible. Como niños pequeños, nos sentimos tentados primeramente a adorar a nuestros padres: «¡Mi papá lo sabe todo!». Entonces, cuando ellos nos fallan, adoramos a los héroes deportivos o estrellas de cine, defendiéndolos contra todos los críticos de una manera mucho más feroz y obstinada de lo que alguna vez nos habríamos defendido a nosotros mismos. Cuando se trata del reino de la verdad, nuestra inclinación a adorar a los héroes es fortificada por dos impulsos humanos adicionales: el miedo y la pereza. Para casi todos nosotros, nuestras creencias están ancladas más en las personas que en las ideas; y si hemos apostado nuestras vidas en la confesión de alguna verdad, tememos que también hayamos apostado nuestras vidas en la credibilidad de aquellos de quienes derivamos la verdad. Siendo demasiado perezosos como para lidiar con la lógica de una afirmación de la verdad por nosotros mismos, entonces en su sustitución descansamos nuestra fe sobre la gente que primero la enseñó, o que nos la enseñó. Y si, Dios no lo permita, ellos nos decepcionan, es posible que todo nuestro sistema de creencias se desmorone.
Enfrentando a los gigantes de la Reforma
Esta dinámica ha producido una postura no saludable entre muchos protestantes conservadores hacia los gigantes de la Reforma: el temor de que admitir el desorden y la ambigüedad de sus esfuerzos de reforma significa admitir un desorden y una ambigüedad similares en nuestras convicciones protestantes. Por supuesto, la tentación a la hagiografía no es nueva, pero esta actitud no sana se ha intensificado por la constante disminución de nuestra conciencia histórica. La mayoría de nosotros sólo pueden nombrar a un puñado de reformadores protestantes —quizá sólo a Lutero y Calvino— y tendemos a colocar todo el peso de nuestra confianza en los hombros siempre humanos del protestantismo. ¿Podemos reconocer que Lutero era temperamental, precipitado y obstinadamente poco dispuesto a admitir errores? ¿Debemos ignorar voluntariamente sus más despreciables declaraciones con respecto a los judíos, anabaptistas y zwinglianos? ¿Podemos admitir que Calvino era un controlador que podía confundir lealtad personal a sí mismo con lealtad al evangelio? No es que debiéramos aceptar de manera crédula todas las historias de difamación difundidas por los críticos de la contrarreforma o los historiadores liberales escandalizados por la falta de liberalidad de los reformadores. Ni la relación de Calvino con Servet ni la relación de Lutero con los campesinos fueron tan sádicas como ahora ellos las describen. Pero tampoco eran irreprochables, de ninguna manera. Tomando sus carreras reformadoras como un todo, debemos admitir que sus motivos fueron mezclados, sus métodos fueron mezclados, y algunas de sus ideas estaban a veces francamente a medias, o peor. ¿Cómo lidiamos con el legado de esos héroes imperfectos?
Nuestros héroes imperfectos
En parte, hacer la pregunta es contestarla. Debemos vergonzosamente reconocer que ninguno de nuestros héroes es perfecto, y que «con todos sus defectos» es la única manera sana de abrazar a otro ser humano. Sin embargo, existen al menos dos estrategias para ayudar a los hijos contemporáneos de la Reforma a cultivar una relación más sana con sus padres y madres del siglo XVI. La primera, como ya he aludido, es ampliar nuestra visión histórica. Es mucho más fácil admitir que Calvino se equivocó en algún momento, si puedes consolarte en el hecho de que al menos Bucero y Vermigli no cometieron el mismo error, o resolvieron sus desacuerdos como Lutero en sus malos momentos con su siempre moderado discípulo Melanchthon. Cuanto más amplia sea nuestra herencia, más holgadamente podremos acomodarnos en cualquiera de sus partes, mientras nos apropiamos alegremente de la herencia como un todo. Por otro lado, entre más obstinadamente se aferren los protestantes contemporáneos a una franja cada vez más estrecha y pobremente comprendida de su tradición teológica, más vulnerables serán para empezar a despojarse de esa tradición en conjunto. Necesitamos urgentemente proyectos de regreso a las raíces que introduzcan a los protestantes del siglo XXI a un elenco de personajes del siglo XVI mucho más amplio y diverso de lo que han estado acostumbrados. La segunda estrategia es recordar, en las palabras de Richard Hooker, «Que los hombres sabios son hombres, y la verdad es la verdad».[1] Hooker hace esta declaración, de hecho, en el contexto de la evaluación crítica del legado de Juan Calvino contra una generación en ascenso de puritanos ingleses dispuestos a adorar héroes. El sabio Calvino pudo haber sido adorado —de hecho, extraordinariamente, en la opinión de Hooker— pero seguía siendo un mero hombre, y sus puntos de vista aún eran falibles. La verdad, sin embargo, no lo es. Por ser tan perezosos como somos, estamos dispuestos a tratar las enseñanzas de algún líder favorito como el índice de la verdad, pero la verdad tiene que discernirse según sus propios criterios, entre los cuales está la fidelidad a las Escrituras y la conformidad con la razón. Hooker lamentó más tarde que: «Hay dos cosas que preocupan grandemente en estos últimos tiempos: una que la Iglesia de Roma no puede equivocarse, otra que Ginebra no se equivocará».[2] El gran error de Roma, al que Lutero y Calvino se habían opuesto con todas sus fuerzas, era equiparar la enseñanza humana con la verdad divina, y sin embargo dentro de una generación, sus propios seguidores estaban haciendo lo mismo. Un compromiso por el pensamiento crítico, y una determinación para adquirir las herramientas duramente ganadas para involucrarse en ello, son esenciales para que los protestantes de hoy se mantengan verdaderamente protestantes, examinando cada enseñanza humana contra la brillante luz de la verdad bíblica.
Nota del editor: Este artículo es parte de la Revista 9Marcas publicada por el ministerio 9Marks. Puedes adquirir la Revista impresa . También puedes descargarla gratuitamente directamente del sitio en internet es.9marks.org. Este artículo fue traducido por Felipe André. [1] Laws of Ecclesiastical Polity, Preface.2.7 [Leyes de gobierno eclesiástico, Prefacio.2.7] (//oll.libertyfund.org/titles/hooker-the-works-of-richard-hookervol-1). [2] W. Speed Hill y Georges Edelen, eds. The Folger Library Edition of the Works of Richard Hooker [La biblioteca edición Folger de las obras de Richard Hooker], vol. 1: The Laws of Ecclesiastical Polity: Pref., Books I to IV [Leyes de gobierno eclesiástico, Prefacio, Libros I al IV] (Cambridge, MA: Belknap Press of Harvard University Press, 1977), 133n.