La soberanía De Dios y nuestras convicciones

Todos hemos conocido a esos fieles cristianos que año tras año oran por sus familiares inconversos para que Dios abra sus ojos al evangelio mientras ellos asisten solos a la iglesia y esperan que en alguna oportunidad puedan tener el gozo de verlos participar con ellos. Y un día ocurre, la hermana fiel llega al culto con su esposo inconverso, el esposo fiel llega al culto con su esposa inconversa. Los padres llegan con sus hijos inconversos que cedieron a tantas invitaciones. Pero no todo es claro. Repentinamente, y bajo la consigna de querer lograr lo mejor espiritualmente para el nuevo invitado, el padre, la madre, el esposo o la esposa cristiana comienzan a forzar a su familiar inconverso a que busque en la Biblia lo que el pastor predica; que cuando hay tiempo de oración, pues que oren también; que cuando hay algo que agradecer, que también ellos lo hagan. Nos preguntamos entonces ¿qué ha pasado con la convicción de que Dios puede abrir los corazones? ¿Por qué razón los que tienen el entendimiento de que solamente el Espíritu Santo puede cambiar el corazón, comienzan a forzar en los inconversos conductas que tan solo pueden resultar de una vida transformada por la gracia de Dios?

Una referencia Bíblica

El rey Josías es uno de los personajes más valiosos e inspiradores de todo el Antiguo Testamento. A los ocho años comenzó a reinar, a los dieciséis comenzó a buscar a Dios; a los veinte años se dedicó a limpiar a Jerusalén de la idolatría, y a los veintiséis luego del hallazgo del libro de la ley y habiendo oído su lectura, su corazón se humilló y se quebrantó en la presencia de Dios. (2 Crónicas 34:1, 3, 8, 14-21, 26-27) El resultado: Un avivamiento que transformó seguramente la vida del palacio. Inmediatamente a esto, la escritura nos dice que Josías hizo que todo el pueblo oyera la palabra de Dios, e “hizo suscribir el pacto a todos los que se encontraban en Jerusalén y en Benjamín. Y los habitantes de Jerusalén hicieron conforme al pacto de Dios, el Dios de sus padres” (2 Crónicas 34:32). Si no fuera por el profeta Jeremías (contemporáneo de Josías) jamás hubiéramos sabido qué es lo que realmente pasaba por el corazón del pueblo mientras el rey, en su celo piadoso, hizo que todos se sujetaran a la palabra de Dios. He aquí las palabras del profeta: “A pesar de todo esto, su pérfida hermana Judá tampoco se volvió a mí de todo corazón, sino con engaño —declara el Señor.” (Jeremías 3:10). El entusiasmo de Josías sólo logró un cambio externo en la vida del pueblo, pero la hipocresía fue la verdadera triunfadora.

Cambios externos, inmutabilidad interna

Creo que el ejemplo sirve no solamente para entender la realidad de la historia de Judá, sino también para advertirnos que podemos cometer el mismo grave error cuando forzamos un cambio interno a través de una conducta externa. Padres que obligan a orar a sus hijos en la iglesia o el hogar, esposas insistentes en escuchar a sus esposos orar o leer la Biblia aun y cuando en ninguno de estos casos se hayan visto evidencias bíblicas de una genuina conversión. El hipócrita hará lo que sea para evitar un conflicto, incluso imitará la conducta cristiana y usará la jerga evangélica para comunicarse. Pero todos sabemos que estas cosas no son sino comportamientos superficiales exentos de la influencia de la gracia de Dios a través del evangelio. El cambio es externo, pero la inmutabilidad interna es la triste realidad.

Una falta de convicción bíblica

Si queremos comprender la razón de esta insistencia por parte de un creyente que anhela ver a su cónyuge o hijos convertidos, entonces tenemos que concluir que hay una falta de convicción bíblica sobre el obrar soberano de Dios. El Salmo 3:8 y Jonás 2:9 nos dice que “la salvación es del Señor”; y eso es mucho más que una expresión poética, significa que Dios es el que obra la salvación de las almas, que Dios tiene el control absoluto sobre los corazones, las circunstancias y los eventos que conducirán a la manifestación de su poder salvador en el corazón de un ser humano. Jesús dijo en Juan 6:37 “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí.” Lucas nos dice en el libro de Hechos que cuando Pablo predicó en Antioquía de Pisidia “los gentiles, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor; y creyeron cuantos estaban ordenados a vida eterna.” (Hechos 13:48). A los corintios el apóstol les dijo que “Dios, que dijo que de las tinieblas resplandeciera la luz, es el que ha resplandecido en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Cristo.” (2 Corintios 46) Predicándoles Pablo a las mujeres junto al río en la ciudad de Filipos, el escritor de Hechos nos dice que “estaba escuchando cierta mujer llamada Lidia, de la ciudad de Tiatira, vendedora de telas de púrpura, que adoraba a Dios; y el Señor abrió su corazón para que recibiera lo que Pablo decía” (Hechos 16:14). La obra de la salvación de las almas es un trabajo de Dios de principio a fin, cualquier esfuerzo que hagamos aparte de orar y proclamarles el evangelio sólo entorpecerá la labor del Espíritu Santo y generará un fingimiento mortal en las vidas de los inconversos. Sin una comprensión bíblica de la soberanía de Dios en la salvación, haremos más daños que beneficios.

Aprendiendo a esperar

Entonces ¿qué pueden hacer aquellos que tienen el gozo de ver que algún familiar ha llegado a la iglesia para participar en los cultos? ¿Es que acaso no hay que tener gozo? ¿Expectativa? ¿Esperanza? Claro que sí. Pero no debemos ocupar el lugar del Espíritu de Dios en su trabajo. Aquí algunas sugerencias para poner en práctica cuando este momento llegue: 1. Ora por tu familiar que está siendo expuesto a las escrituras. La Biblia dice que “que la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo” (Romanos 10:17) 2. Ora por el predicador, que trace bien la palabra cuando predica. Que pueda ser como Pablo que predicó a los gálatas “ante cuyos ojos Jesucristo fue presentado públicamente como crucificado” (Gálatas 3:1) 3. Confía en la soberanía y poder de Dios. Dios puede obrar en un momento, “En un momento yo puedo hablar contra una nación o contra un reino, de arrancar, de derribar y de destruir” (Jeremías 18:7) 4. Ten confianza en la Palabra de Dios para obrar, “Él envió su palabra y los sanó y los libró de la muerte.” (Salmo 107:20) 5. Vive una vida que ejemplifica el evangelio como los creyentes de Tesalónica, “de manera que llegasteis a ser un ejemplo para todos los creyentes en Macedonia y en Acaya.” (1 Tesalonicenses 1:7) 6. Recuerda que la salvación de un alma es para la gloria de Dios y no para satisfacer tus anhelos, “En amor nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado.” (Efesios 1:4-6) Evita insistir inconvenientemente al inconverso. Ni tu ni yo somos imprescindibles para que Dios cambie los corazones. No confundas persuadir con cargosear. Confía en la promesa de Dios que dijo: “¿Acaso me complazco yo en la muerte del impío —declara el Señor Dios— y no en que se aparte de sus caminos y viva?” (Ezequiel 18:23). Una cosa más, recuerda orar por otros inconversos que asisten a tu iglesia, piensa en las otras almas que no son tus familiares y que también precisan de Jesucristo.

Ricardo Daglio

Ricardo es pastor en la iglesia de la Unión de Centros Bíblicos en la ciudad de Villa Regina, Río Negro – Patagonia Argentina. Casado con Silvina, tiene tres hijos, Carolina, Lucas y Micaela. Sirvió al Señor como pastor en Uruguay, en la ciudad de Salto durante dieciséis años. Desde el año 2008 pastorea la iglesia local en Villa Regina. La filosofía de enseñanza bíblica es «La Biblia, versículo por versículo», la predicación expositiva secuencial de la Palabra de Dios.

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