Odio la desilusión. Cuando los planes se cancelan, no se alcanzan las expectativas o simplemente no puedo hacer las cosas a mi manera, tiendo a frustrarme. El año pasado experimenté algunas desilusiones; negativas a cosas por las que había estado orando fervientemente. Cosas buenas. Cosas que pensé que eran para el reino de Dios. Pero, aunque oré e insistí, al final la respuesta fue un rotundo “no”. Y así terminé con una dolorosa desilusión. Si soy honesta, la amargura estaba golpeando las puertas de mi corazón, y casi permití que entrara. Casi. Noah Webster definió la desilusión como “derrota o frustración de las expectativas, esperanzas, deseos, anhelos o intenciones; mal término de un plan o designio”. Opera en un espectro. Puedo estar desilusionada porque llovió el día de mi picnic, porque mi vuelo fue cancelado o porque mi restaurante favorito se quedó sin mi salsa de piña preferida. Pero qué pasa con la “derrota o frustración de las expectativas, esperanzas, deseos y anhelos” que trae frustración, como un divorcio, una enfermedad o la pérdida de un hijo? Puede parecer una atróz subestimación llamar a estas calamidades “desilusiones”, pero, por definición, eso es lo que son. Sin embargo, no son simples desilusiones. Son pérdidas profundas, que destruyen el alma, cambian la vida y la trayectoria de nuestra esperanza. Cuando se nos niega lo que tan profundamente deseamos, o lo que asumimos que recibiremos, el afilado puñal del dolor de la desilusión puede propagar una raíz de amargura. ¿Qué podemos hacer para prevenir esa raíz de amargura? ¿Qué nos guiará, en su lugar, a la difícil conclusión de que Dios es, realmente, profundamente bueno? Ora en busca de fe Conozco al menos cuatro personas que han perdido a sus hijos hace pocos años y, en mi enojo y angustia por su pérdida, tuve la tentación de tirar la toalla de la cristiandad. Es fácil creer que la vida es demasiado difícil. El mundo es muy frío y peligroso. Hay demasiado que perder. ¿Dónde está mi padre que, se supone, ama a aquellos que ha elegido? Frente a dichas dudas, imploré a Dios por ayuda con mi incredulidad (Mt 9:23). Ésta oración de fe me ayuda a recordar lo que es verdadero. La realidad es que no tenemos dónde más ir (Jn 6:68). Difícil como pueda ser, la vida sin el Señor es inimaginablemente más difícil. Si el mundo es así de frío con Él en mi vida, ¿cuánto más podría ser sin Él? Sin ningún mecanismo de esperanza, la pérdida y la desilusión serían extremos. Ora en busca de confianza Cuando recibo un enfático “no” de Dios, puedo resultar demasiado confundida y desanimada como para orar. Puede que hasta quede dolida. Pero Dios gentilmente me guía lejos del desánimo al entendimiento de que no puedo ver todo lo que realmente hay para ver. Pienso que quiero esta cosa que es buena, pero Él sabe mejor. Y por eso oro por confianza. Y Dios, un Padre tan amoroso siempre, es fiel para utilizar aun esta decepción para enseñarme a confiar en Él. Tal vez estás caminando el intenso camino de la desilusión o la pérdida. Puede que estés luchando en el dolor de planes abruptamente obstaculizados y necesites pronunciar esta misma oración para emerger del enojo y la confusión al brillante amanecer de la confianza. Mientras pedimos al Señor, podemos apelar al conocimiento bruto, orando para que nuestros sentimientos se unan a lo que sabemos y estamos seguros, incluyendo estas verdades:
- Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien (Ro 8:28).
- En Ti pondrán su confianza los que conocen Tu nombre, porque Tú, oh Señor, no abandonas a los que te buscan (Sal 9:10).
- El Señor es mi fuerza y mi escudo; en Él confía mi corazón, y soy socorrido; por tanto, mi corazón se regocija, y le daré gracias con mi cántico (Sal 28:7).
- Al de firme propósito guardarás en perfecta paz, porque en Ti confía (Is 26:3).
Desilusionarse nunca se sentirá bien. Pero el conocimiento de la verdad acerca de Dios triunfa sobre lo que sentimos acerca de la desilusión, y así sabemos que podemos confiar en Él. Corre a Dios por alivio La desilusión es la rendición de sueños. La falta de fe o confianza nos llevaría a ponernos en contra de la fuente de la desilusión. Pero los creyentes no van en contra de Dios. Corremos a Él por alivio en profunda gratitud y alabanza, aun a través de lágrimas angustiosas. Hace unos años, mi pequeña nieta estaba descontenta por una decisión que su madre había tomado. Se enfureció y cuestionó, lloró y lamentó. Pero, finalmente, con todo su enojo y confusión, se arrojó a los brazos de su madre en busca de alivio. La persona que la afligió fue también su fuente de paz. La mente del Señor es inmensa, Su voluntad es soberana, y aun en medio de la más dolorosa tragedia, Él es supremamente bueno. A través de los siglos, el pueblo de Dios se ha acercado a Él en su aflicción y dolor. Los seguidores de Cristo saben que no hay mejor lugar para estar seguros que en los brazos de Dios. Sabemos que “cercano está el Señor a los quebrantados de corazón” (Sal 34:18). Podemos aferrarnos al “Dios de toda consolación, el cual nos consuela en toda tribulación nuestra” (2Co 1:3-4). Confiamos en que Dios “sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas” (Sal 147:3). Recordamos que Jesús dijo: “Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados” (Mt 5:4). Nosotros no nos entristecemos “como lo hacen los demás que no tienen esperanza” (1Ts 4:13). La definición de Noah Webster de la decepción incluye una frase clarificadora: “Podemos quejarnos de la desilusión de nuestras esperanzas y planes, pero las desilusiones a menudo traen bendiciones y nos guardan de la calamidad o ruina”. Puede parecer que nuestras desilusiones más dolorosas son la mismísima definición de calamidad o ruina. Pero la fe, la confianza y el arrojarnos a Dios en busca de alivio nos garantizan una perspectiva. Aunque estas desilusiones infringen un grado de dolor que parecería ridículo considerar como una bendición, la bondad de Dios infusiona ese dolor con un bálsamo de esperanza, aplacándolo para que podamos ver claramente las buenas intenciones de nuestro Padre amoroso. Y a través de todo, somos hechos más y más a la semejanza de Cristo, nuestra única esperanza en un mundo frío y decepcionante. Este artículo fue publicado originalmente Core Christianity.