Este artículo pertenece al libro De vuelta a Cristo: Celebrando los 500 años de la Reforma escrito por pastores hispano hablantes y publicado por Soldados de Jesucristo. Estaremos regalando los archivos digitales de este libro el 31 de octubre de 2018, en celebración del aniversario de la Reforma protestante. «La Reforma es germen de transformación» (Harold Segura).[1] Hablar de la Reforma protestante en el contexto latinoamericano puede ser algo muy familiar para algunos y un tema desconocido para otros. El cristianismo evangélico en América Latina se ha ganado un espacio más allá de sus humildes orígenes para llegar a los más altos estamentos de la sociedad. Es fácil ver iglesias evangélicas de miles de personas y a las que suelen asistir artistas, conocidos atletas, políticos y empresarios. Definitivamente, no se puede negar el auge y crecimiento de la iglesia evangélica de los últimos 30 a 40 años. Sin embargo, no sé si ese crecimiento e impacto se debe a su labor misional, a su popularidad o ambas. El historial de toda la obra misionera protestante y en especial de la evangélica en América Latina tiene su origen en lo que se conoce como la Reforma protestante del siglo XVI. La Reforma trajo una perspectiva teológica que hasta el momento estaba restringida, además de romper con la hegemonía religiosa que tenía la iglesia de Roma en el mundo occidental y en los territorios recién adquiridos por las distintas potencias europeas. Como consecuencia del movimiento de reforma se redescubrieron los mismos principios que movieron a la iglesia primitiva a llevar el evangelio hasta lo último de la tierra. Fue en ese contexto de celo misionero que las iglesias evangélicas del viejo mundo comenzaron su peregrinaje hacia América Latina. En un principio esta actividad misionera no fue muy diferente a la de las iglesias católicas romanas durante el período colonial y, al igual que éstos, replicaron el formalismo litúrgico[2] que en algunos casos no correspondían ni a las Escrituras ni a sus contextos. Como dice Sidney Rooy: Las iglesias tienden a reflejar su contexto en su organización y modo de pensar, especialmente si forman parte de la estructura dominante en la sociedad. Por eso, las iglesias en las tempranas colonias americanas, impuestas en la nueva organización social y política, se asemejaban a las de su origen. Sólo cuando las iglesias fueron perseguidas y tuvieron que esconderse se hizo necesario adoptar otra forma más móvil y transitoria con ritos informales.[3] Los primeros esfuerzos misioneros como resultado de la Reforma se encaminaron más al envío de capellanes a las distintas colonias europeas para trabajar la vida espiritual de sus colonos que para alcanzar a los indígenas o esclavos como fue el caso de los hugonotes enviados a la isla de Coligny (hoy Seripe) en la Bahía de Río de Janeiro en Brasil en 1555[4] y también las distintas dotaciones con las mismas características en Venezuela, Panamá y otras partes de Brasil.[5] Como resultado de la Reforma se conocen también los esfuerzos de la Sociedad Bíblica Británica a través de sus llamados colportores[6]expandiéndose la obra por toda América Latina hasta llegar a la primera predicación evangélica pública en español de la que se tiene registro el 25 de mayo de 1867 por el misionero metodista John Thompson en un templo que poseían en la calle Cangallo[7] en Buenos Aires, Argentina y a cuyos cultos llegaba a veces el presidente Domingo Faustino Sarmiento. El tiempo de la Reforma fue un tiempo de renovación en la iglesia y en la teología. La Teología de la Reforma fue un cuestionamiento profundo en todo el campo de la teología, de la espiritualidad y de la práctica de la iglesia. Los reformadores lograron enfocar los temas centrales de la fe cristiana desde una perspectiva bíblica fiel y en una forma accesible para la gente común. Las polémicas de la Reforma no se hicieron en torres de marfil sino en tratados populares que involucraban a gente de toda clase en el debate y poniendo al alcance de la gente la verdad que le había sido vedada por siglos. La Reforma fue exitosa en el norte de Europa por lo que he llamado la masificación de la verdad (la verdad como producto de consumo masivo). Al poner la Biblia al alcance de la gente y con esta masificación de la verdad redescubrieron las normas éticas de dignidad, libertad y justicia que se encuentran en sus páginas no solo para ser leídas sino también para ser aplicadas como resultado de un corazón transformado por Jesucristo. La Reforma a través de la influencia calvinista alemana influyó sobre las magistraturas, la representación, la constitución, el federalismo, los derechos fundamentales, el mercado, la educación, el derecho a la resistencia y los bienes,[8] y es también a partir de la Reforma que se comienza a debatir en Inglaterra contra el absolutismo, la separación de poderes, el derecho natural y la justicia, los derechos humanos, la abolición de la esclavitud, la libertad económica por medio del trabajo, la dignidad humana y la educación por medio del estudio de las Escrituras. Todo esto hace de la Reforma un referente que nos inspira a preservarlo y continuarlo para ser instrumentos del Señor tal y como lo fueron los que la iniciaron. Sin embargo, 500 años después cuando miramos a América Latina vemos que todas esas conquistas[9] e impacto que se dio en el norte de Europa no se reflejan en una región que llora y clama víctima de la pobreza, la corrupción política, la crisis educativa, el narcotráfico y la violencia. No podemos decir que las virtudes de la Reforma que tuvieron impacto en el norte de Europa se han reflejado en nosotros. Cuando vemos la historia del cristianismo evangélico en nuestra región vemos que vino con pocos principios reformados y, por lo tanto, con poco poder transformador. Si vemos los países que dicen tener mayor población evangélica en nuestra región latinoamericana notaremos que no hay una congruencia entre el bienestar integral que debe traer el evangelio y el crecimiento que dicen tener. Las estadísticas se hacen eco de esto por lo menos en dos áreas:
- Según los últimos datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), un 29,2% de los latinoamericanos (175 millones de personas) eran pobres a fines de 2015.[10]
- De 19 países latinoamericanos, la mayoría ha perdido puntuación: 11 cayeron en su calificación, 4 se mantuvieron estables y solamente otros 4 mejoraron.[11]
En cuanto a educación se refiere los resultados no son nada halagüeños, en un reporte de BBC News se le preguntó a Denis McCauley, editor de Unidad de Inteligencia de The Economist, ¿por qué los países latinoamericanos de la lista son tan pocos y están tan abajo? Él respondió que esto se debe a que en las categorías cognitivas y de logros tienden a ser bajos. «Les suele ir peor en los exámenes internacionales, lo que es razonablemente objetivo». Todos estos son males que nos azotan a diario y con los que tenemos que convivir. Pero no son los únicos; podemos, en adición, mencionar la corrupción eclesiástica, la violencia en todas sus manifestaciones, los problemas migratorios, la ratería callejera, las estructuras de poder del crimen organizado y otros males de los cuales los diarios se hacen eco. Estas realidades suponen entonces un cuestionamiento que tiene que ver o con la eficacia y poder transformador del evangelio (lo cual no está en cuestionamiento al ser revalidado por las Escrituras y la historia) o la real transformación de aquellos que masivamente se dicen llamar evangélicos. Me quedo con el último de estos dos supuestos. América Latina necesita un encuentro genuino con el Cristo que dice seguir y adorar. La iglesia evangélica latinoamericana en muchas partes (y como pasó en la Edad Media) ha cambiado la autoridad de las Escrituras por la de los hombres. La iglesia evangélica latinoamericana ha perdido lo que la iglesia primitiva tuvo y que la Reforma protestante luchó por recuperar. El panorama es semejante al que encontró la Reforma en la Edad Media: delirios de grandeza, culto a la personalidad, competencia ministerial, énfasis y exhibición de riquezas como indicador principal de la bendición de Dios, ostentación de logros personales, indiferencia a los males sociales, coqueteos y compinches con los entramados del poder político y cambio de la adoración a Dios por la entretención han hecho de la iglesia evangélica más popular pero menos santa, con más poder terrenal pero con menos poder celestial para ser sal de la tierra y luz del mundo. Las permutaciones del mundo evangélico son muchas y se han desarrollado por imitación o por tradición, por filtraciones de péndulos ideológicos que cuelgan de derecha o de la izquierda, por el fundamentalismo o por el liberalismo, de lo ortodoxo a lo carismático y de lo conservador a lo pragmático. No importa dónde nos encontremos, creo que todos los cristianos evangélicos necesitamos un reencuentro con el Cristo que predicamos. Necesitamos con urgencia una Reforma como la que comenzó Lutero. La iglesia evangélica necesita regresar urgentemente a la autoridad de las Escrituras, a la predicación de un evangelio de gracia que apunta a la obra de Cristo en la cruz para hacernos vivir por medio de la fe para la gloria eterna del Padre. La iglesia evangélica necesita encontrar urgentemente el camino angosto que conduce a vivir para la exaltación y glorificación del nombre de Cristo y recuperar el poder y la sencillez que en algunos casos se ha perdido. Vivimos en un mundo muy complicado que parece cada vez más resuelto a independizarse de todo impacto del evangelio. Pero aun así, si América Latina se vuelve a las Escrituras y como consecuencia de esto el Espíritu de Dios comienza a obrar usando a hombres y mujeres dispuestos a vivir o morir por Cristo, los buenos resultados no se harán esperar para la gloria del Padre y bendición de nuestros pueblos. Celebremos los 500 años de la Reforma protestante sin olvidar que los motivos que la iniciaron aun continúan. [1] Harold Segura, «Reforma se escribe en gerundio», en Justo L. González y Harold Segura, eds., La Reforma en América Latina: pasado, presente y futuro (Orlando, FL: Asociación para la Educación Teológica Hispana, 2017), 257. [2] No debemos ignorar los cambios que trajo la Reforma en relación con el tema litúrgico. Los paradigmas que tuvieron que romper los reformadores los llevó a buscar la colaboración de poetas y músicos para precisar tres cuestiones fundamentales en cuanto la liturgia: qué lengua, para qué público y qué melodías debían usarse en el contexto del culto. [3] S. H. Rooy, «¿Cuál es el contexto de la plantación de iglesias?: Historia y contexto de la plantación de iglesias evangélicas en América Latina» en Sembremos iglesias saludables: Un acercamiento bíblico y práctico a la plantación de iglesias (Miami, FL: Universidad FLET, 2004), 96. [4] Esta congregación fue de corta duración 1555-1559. [5] Ibid. [6] En las sociedades bíblicas se les llamaba colportores a los distribuidores y vendedores de Biblias o porciones bíblicas. [7] J. C. Varetto, Héroes y mártires de la obra misionera Desde los apóstoles hasta nuestros Días (Buenos Aires, Argentina: Junta de Publicaciones de la Convención Evangélica Bautista, 1984), 275. [8] Encontramos a Johannes Althusius (1557-1638) como figura más influyente. [9] La Reforma no fue perfecta. Tuvo sus errores y de los cuales debemos aprender para no replicarlos. Alguien dijo «los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla». [10] //repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/39965/4/S1600175_es.pdf [11]//transparencia.org.es/wp-content/uploads/2017/01/tabla_sintetica_ipc-2016.pdf