La luz al final de nosotros mismos

Si soy honesta, una sensación de desesperación ha nublado cada vez más mi visión de la vida y me ha dejado preguntándome si la oscuridad alguna vez se irá.
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Caminando por el valle de la desesperación

Estoy cansada: cuerpo, mente y alma. Cansada de esperar, cansada de luchar por la alegría, cansada de esperar mejores días. Si soy honesta, una sensación de desesperación ha nublado cada vez más mi visión de la vida y me ha dejado preguntándome si la oscuridad alguna vez se irá.

La Palabra de Dios dice que estamos “perplejos, pero no desesperados”. ¿Por qué entonces siento una profunda sensación de desesperación?

Ya hemos estado navegando por una década a través de una devastadora enfermedad neurológica y física en nuestra familia de seis personas, junto con el estrés financiero provocado por los costos médicos que continúan hasta hoy. Ha sido una temporada de aflicción y pérdida que mi esposo y yo nunca habríamos anticipado cuando tomamos nuestros votos.

Sin embargo, a pesar de que las mayores pérdidas en la vida han causado una profunda lucha en mi fe, son las «pequeñas» decepciones y luchas las que a menudo parecen ser los golpes finales a mi cansado corazón.

A veces, sin importar cuánto luche por la verdad y trate de hacer retroceder las mentiras que constantemente bombardean mis pensamientos, la desesperación parece filtrarse lentamente, distorsionando la verdad y nublando mi perspectiva.

He aprendido que, si bien hay temporadas de sufrimiento cuando sentimos maravillosamente la presencia de Cristo infundiéndonos gozo y paz en medio de las furiosas tormentas, también caminamos por temporadas cuando sentimos que la oscuridad se está cerrando sobre nosotros, creando confusión, duda y abatimiento. Gritamos a nuestro Señor, pero Él parece estar en silencio. Suplicamos por alivio, pero el dolor solo se intensifica. De repente, el Dios que pensamos que conocemos no concuerda con lo que nuestras circunstancias nos dicen.

¿Dónde debemos encontrar la esperanza y la motivación para soportar cuando, en un sentido terrenal, nos desesperamos de la vida misma?

¿Qué es la desesperación, y qué no es?

Algunas pérdidas nos hacen sentir agobiados más allá de lo que podemos soportar. El apóstol Pablo, por ejemplo, no era ajeno a los días oscuros:

“Porque no queremos que ignoréis, hermanos, acerca de nuestra aflicción sufrida en Asia, porque fuimos abrumados sobremanera, más allá de nuestras fuerzas, de modo que hasta perdimos la esperanza de salir con vida. De hecho, dentro de nosotros mismos ya teníamos la sentencia de muerte, a fin de que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos, el cual nos libró de tan gran peligro de muerte y nos librará, y en quien hemos puesto nuestra esperanza de que Él aún nos ha de librar.” (2 Corintios 1:8-10)

¿Cómo puede decir Pablo que perdió la esperanza de salir con vida cuando solo tres capítulos después dice que estamos “perplejos, pero no desesperados”?

Aunque perdió la esperanza de salir con vida, incluso hasta el punto de la muerte, esto produjo un mayor propósito el de confiar únicamente en Cristo. Pablo sabía que, en última instancia, su desesperación terrenal nunca podría destruir su eternidad prometida.

Pablo sabía que nunca necesitamos realmente desesperarnos en el más profundo y verdadero sentido de la palabra. Si bien podemos reconocer nuestra tentación terrenal hacia la desesperación, y darnos tiempo para llorar la pérdida y el dolor que hemos experimentado, optamos por seguir adelante con la esperanza de que en última instancia seremos liberados, si no es en esta vida, entonces en la que viene.

Hoy luchamos por la esperanza porque ninguna desesperación terrenal será mayor que nuestra esperanza de la gracia futura de Dios.

Lucha por la verdad

Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día. Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación, al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. (2 Corintios 4: 16-18)

A veces la muerte de nuestro yo externo es insoportable. Luchar contra el dolor crónico cada día es agotador. Ver a mis hijos luchar contra la enfermedad y luchar para dar sentido a este mundo roto puede ser desgarrador. Pasar por hogares hermosos, como los que una vez tuve, despierta tristeza por lo que hemos perdido. Y tener que dejar de corretear a mis hijos por miedo a perder mi capacidad de caminar, debido a la degeneración del hueso del tobillo, me causa tristeza por la vida que siempre imaginé que tendría.

Y sin embargo, a pesar de cuánto dolor han causado, estas pérdidas han traído una comprensión más profunda del evangelio, una perspectiva eterna creciente, y una mayor disposición a vivir radicalmente por el bien de seguir a Cristo. Tengo una carrera por correr y solo por la gracia de Dios la correré bien. Por lo tanto, puedo confiar en que Jesucristo, el fundador y perfeccionador de mi fe, está usando las mismas circunstancias que me tientan a perder la esperanza para finalmente darme una vida más grande en Él (Hebreos 12:1-2).

En su misericordia severa, Él me lleva al final de mí mismo y me enseña a contar estas pérdidas como ganancia eterna. Él llena esos lugares vacíos y lastimados con más de sí mismo. En su fuerza y ​​con sus promesas, puedo correr con resistencia mientras fijo mis ojos en el premio de mi gloriosa eternidad. Me muero por estar en la presencia de mi Salvador, libre de pecado y del sufrimiento.

La Esperanza Garantizada en la Desesperación

Cuando el sufrimiento te deja combatiendo la desesperación y la desesperanza, convencido de que nunca sabrás nada más que el dolor que está dentro de ti, fija tus ojos en la verdad de que Cristo es digno de confianza porque ha demostrado su amor por ti en la cruz. Él sufrió y murió, tomando el castigo del pecado que mereces sobre sí mismo, ofreciéndote el perdón, la redención y la vida eterna en sí mismo.

Lo que venimos a aprender a través del sufrimiento es que nuestro mayor problema no son nuestras circunstancias difíciles, sino el pecado que está escondido en nosotros. Dios permite y ordena circunstancias difíciles para sus propósitos para exprimirnos y revelar lo que todavía está dentro de nosotros, para nuestro bien eterno y para la gloria de Cristo.

Ningún dolor, pérdida o sufrimiento nos separará jamás del amor de Cristo. Lo que el enemigo pretende para el mal, podemos estar seguros de que Dios lo usará para lograr sus propósitos buenos y amorosos. Para el creyente, Dios nos permite trabajar a través de nuestros sentimientos de desesperación, para que podamos ser despojados de nuestro amor por el mundo y de todos los intentos de hacerlo nuestro hogar. En el proceso, mientras nuestros seres externos se consumen, nuestro ser interior se renueva día a día, dándonos un mayor amor por Cristo, que nos “produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación”.

Cuando las circunstancias te tienten a desesperarte de la vida misma, deja que eso te dirija hacia una esperanza más profunda en el evangelio, una mayor dependencia de Cristo y una lucha más fuerte por la fe en su gracia futura. Un día, Dios convertirá nuestro lamento en baile. Él lo hará. La oscuridad no será más, y nuestra fe se convertirá en vista. Mantente firme en la esperanza que tienes en Cristo, fortalezca su corazón cansado con las promesas de Dios y confíe en que la luz volverá a amanecer.

Artículo publicado por Desiring God | Traducido por Luis J. Torrealba

Sarah Walton

Sarah Walton y su esposo viven en Chicago con sus cuatro hijos pequeños. Sarah bloguea en setapart.net y es coautora del libro Hope When Hurts.

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