A nadie sensato le gusta la publicidad engañosa. Sin embargo, eso es lo que muchas congregaciones, que dicen ser cristianas, usan para atraer personas. Déjame compartir contigo una historia que tal vez te resulte familiar. Alejandro es un joven muy listo, aunque no creyente, que fue invitado a una fiesta para jóvenes y decidió asistir. Cuando llegó al lugar, notó que la “fiesta” … es en el local de una iglesia que profesa ser evangélica. El evento comenzó con 15 minutos de shows de diversos “ministerios” juveniles (bailes, teatros, etc.). Luego le siguieron 20 minutos de música cristiana y entonces 40 minutos de una “charla” que terminó siendo un sermón. Nadie le dijo que de eso se trataba el evento. Él creyó que todo sería una fiesta exactamente como la publicidad que recibió había sugerido, y en cambio se encontró con una pseudo-evangelización por parte de un ministerio de jóvenes. En el afiche no vio nada de eso. Fue engañado con falsa propaganda. Diariamente veo esta situación en Latinoamérica: charlas para matrimonios, actividades para jóvenes y eventos culturales, que no hablan de Cristo en sus anuncios, ni explican que se trata de una actividad relacionada con la fe, y que son usados como una coartada por muchas congregaciones para tratar de predicar lo que ellas entienden como evangelio. No es de extrañar que Alejandro salga del lugar pensando: “Si los evangélicos confían tanto en el evangelio, ¿por qué tuvieron que llevarme a su iglesia con mentiras?”. Hay una profunda contradicción cuando una congregación dice que está comprometida con el evangelio de Cristo, pero recurre a publicidad falsa para tratar de atraer personas a la iglesia y predicarles lo que creen. Es como si la única forma que conocieran de llevar a personas a la iglesia es con farsas; como si tuviesen pena de ser explícitamente cristianos; como si muchos creyentes no pudieran decir con el apóstol Pablo que no se avergüenzan del evangelio (Romanos 1:16). Es como si temieran al rechazo de las personas del mundo. Y lo que es peor —tal como Mark Dever explica—, “lo que usas para atraer gente a la iglesia, lo vas a tener que seguir usando para mantenerlos en la iglesia”. Si atraes a personas con publicidad falsa, para mantenerlas allí tendrás que usar lo que sea que prometía esa publicidad (charlas no centradas en la cruz, con psicología y autoayuda; shows de chistes; películas y fiestas de baile; etc.). Es necesario que recordemos lo que el apóstol Pablo dijo, guiado por el Espíritu Santo, a la iglesia en Corinto:
“Cuando fui a vosotros, hermanos, proclamándoos el testimonio de Dios, no fui con superioridad de palabra o de sabiduría, pues nada me propuse saber entre vosotros, excepto a Jesucristo, y éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y con temor y mucho temblor. Y ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:1-5).
Este apóstol confiaba en el poder de la Palabra de Dios. Él entendía que no necesitaba maquillar el evangelio y hacer atractiva su predicación con publicidad engañosa, elocuencia, sabiduría humana, diversión o cualquier cosa que él sintiera que pudiera aportar. Él entendió que cuando se hace esa clase de cosas, la fe de las personas termina descansando en el hombre y no en Cristo, quien es el poder de Dios (1 Corintios 1:24). Y no sólo eso, sino que también entendió que cuando se busca maquillar la verdad se está menospreciando lo que Dios ha dicho y hecho. Muchos líderes y miembros de iglesias deberían preguntarse: ¿Cuándo fue que dejamos de pensar como el apóstol? ¿Cuándo fue que el evangelio dejó de ser suficiente para muchos evangélicos? Muchos, al leer este señalamiento a la publicidad engañosa usada para llevar a personas a la iglesia, tal vez me dirán que estoy equivocado porque “el fin justifica los medios”. Pero si el fin es exaltar a Cristo, el medio que usemos para eso —en este caso específico, atraer a las personas a la iglesia— debe exaltarlo realmente a Él. De lo contrario, no lo estamos honrando en verdad. Lo que necesitamos para que la gente se interese en ir a nuestras iglesias —al menos por mera curiosidad— no son trucos publicitarios, sino tomarnos la Palabra de Dios más en serio. Y es que el evangelio no depende de la publicidad engañosa para impactar nuestras ciudades. Sólo necesitamos creerlo, proclamarlo y ser hacedores de la Palabra. Hermanos, el evangelio es la noticia más hermosa y gloriosa que pueda haber. Dios envió a su Hijo a salvar a pecadores. Esto ya es lo suficientemente llamativo e incluso polémico si somos honestos y firmes en decirlo. De hecho, esto es realmente liberador porque no tenemos que perder tiempo y esfuerzo en tratar de conseguir nuevas formas creativas de publicidad falsa para atraer a la gente a la iglesia. Que el Señor nos conceda confiar siempre en el poder de Su Palabra. Y si hemos fallado en descansar en Dios como debemos y necesitamos hacerlo, reconozcamos nuestra falta y acudamos a Cristo: En Él hay más gracia que pecado en nosotros.