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PRESENTADOR:

Bienvenidos una vez más al podcast John Piper Responde. Muchos cristianos viven en una república, una forma de autogobierno en la que elegimos a nuestros representantes, votamos por ellos. Y quizá más que nunca, los cristianos vivimos en sociedades libres. Para nosotros, entonces, la pregunta es: ¿estamos obligados a votar? ¿Es votar un deber cristiano? ¿Sería negligente que un cristiano, como ciudadano de una sociedad libre, se abstuviera de participar en unas elecciones?

Esta pregunta nos la hacen a menudo. Y hoy consideramos la de un oyente llamado Danny. “¡Hola, pastor John! Últimamente he estado luchando con la pregunta de si un cristiano que vive en una sociedad libre está obligado a votar en unas elecciones o no. Dios nos ordena que nos sometamos a las autoridades gobernantes (Romanos 13:1), que oremos regularmente por ellas (1 Timoteo 2:1-2), y nos permite la desobediencia civil en los raros casos en que es necesaria (Hechos 5:29). Pero si, en una elección determinada, las opciones se reducen a opciones por las que no siento ninguna convicción fuerte, o si la elección se reduce a una opción del ‘menor de dos males’, ¿tienen los cristianos la opción de no votar? En mis círculos, esto no parece ser una opción para un creyente fiel. Me han dicho que esto equivaldría a descuidar a mi prójimo. ¿Sería ese el caso si me abstengo de votar?”.

JOHN PIPER:

Comencemos citando 1 Pedro 2:9-17. En este texto escucharemos la doble identidad del cristiano en este mundo caído. Una identidad es la de “extranjeros y peregrinos”. En otras palabras, este mundo no es nuestro hogar. Y la otra identidad es la de estar sujetos en este mundo a las autoridades designadas por Dios tales como los reyes y los gobernadores. Así que una identidad es la de esclavos de Dios (y, sí, cuando Pedro dice que somos “siervos de Dios”, nos está colocando en la posición de “esclavos de Dios”, sin excluir en absoluto la gloriosa verdad de que somos “hijos de Dios”; ambas son verdad). Somos posesión de Dios, estamos bajo Su gobierno y el de nadie más. Y la otra identidad nos señala que hemos sido enviados por nuestro dueño, Dios, a un mundo extranjero para dar a conocer Su gloria mediante las palabras del evangelio y las buenas obras. Así que considera esas dos identidades mientras leo este texto.

Nuestra doble identidad

“Ustedes [cristianos] son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa”. Consideremos eso profundamente: somos “nación santa”, y aquí no se refiere a ninguna nación terrenal. Eso es el cristianismo. Ese es el pueblo de Dios nacido de nuevo de todas las naciones. Ustedes son una “nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anuncien las virtudes de Aquel que los llamó de las tinieblas a Su luz admirable” (1 Pedro 2:9). A eso me referí cuando dije que Dios nos ha enviado para dar a conocer Su gloria mediante las palabras del evangelio. Dios nos llama a anunciar.

“Amados, les ruego como a extranjeros y peregrinos, que se abstengan de las pasiones carnales que combaten contra el alma. Mantengan entre los gentiles una conducta irreprochable, a fin de que en aquello que les calumnian como malhechores, ellos, por razón de las buenas obras de ustedes” —y por eso hablo no solo de las palabras del evangelio, sino también de las buenas obras—, “al considerarlas, glorifiquen a Dios en el día de la visitación” (1 Pedro 2:11-12). Así que ese es nuestro objetivo: hacer que lo glorioso de Dios sea evidente en esta tierra en la que vivimos temporalmente como extranjeros y peregrinos. Hacer que Su belleza, grandeza y valor sean evidentes. Ese es nuestro objetivo. Hacer que la grandeza de Dios sea conocida.

“Sométanse, por causa del Señor, a toda institución humana, ya sea al rey como autoridad, o a los gobernadores como enviados por él para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen el bien” (1 Pedro 2:13-14). Esa es nuestra identidad como súbditos de la autoridad designada por Dios.

“Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien” —ahí está otra vez; ya hemos visto el tema de hacer el bien un par de veces— “ustedes hagan enmudecer la ignorancia de los hombres insensatos. Anden como libres, pero no usen la libertad como pretexto para la maldad, sino empléenla como [esclavos] de Dios” (1 Pedro 2:15-16). Ahí está nuestra identidad: somos esclavos de Dios y no estamos sometidos a nadie. “Anden como libres” —es decir, libres de cualquier autoridad humana que pretenda dominarlos—, pero sepan que su amo, Dios, los envía por Su causa a esa tierra extranjera para Sus propósitos.

“Honren a todos, amen a los hermanos, teman a Dios, honren al rey” (1 Pedro 2:17). Así termina el texto.

Cada nación es una tierra extranjera

Esa es nuestra doble identidad. Los cristianos somos una nación santa llamada “iglesia”, somos posesión de Dios. Por tanto, como nación santa, somos extranjeros y peregrinos en todas las demás naciones del planeta. O dicho de otro modo, somos esclavos de Dios, lo que significa que somos Su propiedad y respondemos en última instancia solo ante Él, no ante ningún hombre.

Luego, la otra parte de nuestra doble identidad es el llamado o vocación de Dios para que nos sometamos libremente —no porque los gobernantes terrenales tengan autoridad final sobre nosotros— a gobernadores y reyes, y para que hagamos el bien en estas naciones extranjeras donde vivimos para la gloria de Dios.

Esta es la realidad fundamental, la estructura de la existencia cristiana que necesitamos tener en mente cuando pensamos en cosas como votar en esta tierra extranjera donde vivimos (en nuestro propio país en cualquier parte del mundo donde vivimos como extranjeros y peregrinos, como cristianos).

Entonces, ¿cuáles son las implicaciones de lo que acabo de leer y decir? A continuación ofrezco tres implicaciones.

1. El servicio de adoración es políticamente explosivo

Emitimos un voto cada semana al reunirnos en el servicio de adoración congregacional y cantar nuestra lealtad a Jesús como Señor sobre todos los señores, Rey sobre todos los reyes, Presidente sobre todos los presidentes, Primer Ministro sobre todos los primeros ministros, Jefe sobre todos los jefes. Políticamente hablando, la adoración en comunidad para exaltar a Cristo es lo más explosivo que hacemos. Es absolutamente sedicioso en cualquier régimen que pretenda tener la máxima autoridad o la máxima lealtad sobre los seres humanos. En el servicio de adoración, decimos en voz alta, para que todos oigan: “Jesucristo es nuestro Rey sobre todos los demás gobernantes. Debemos obedecerle. La obediencia a los gobernantes terrenales es relativa; la obediencia a Jesús es absoluta”. “El Altísimo domina sobre el reino de los hombres”, dice Daniel, y “lo da a quien le place” (Daniel 4:25).

Por legítimo e incluso deseable que sea un afecto apropiado por nuestra nación terrenal (en mi caso, Estados Unidos), si la adoración semanal comienza a sonar como mitines patrióticos en lugar de una celebración del Rey Jesús sobre toda nación, incluida la nuestra, nos estamos alejando de la fidelidad bíblica y acercando a la idolatría. Esa es la primera implicación.

2. Los cristianos deben querer hacer mucho bien

No debería haber duda de que los cristianos, como extranjeros y peregrinos en la tierra, queremos hacer el bien a la gente y a la nación de la que formamos parte. A los cristianos nos preocupan todos los sufrimientos, especialmente el sufrimiento eterno y el sufrimiento cercano a nosotros. La proximidad aplica cierta medida de responsabilidad.

Por eso bendecimos a nuestras comunidades con palabras del evangelio y buenas obras. Esa es la implicación de 1 Pedro 2:9-17. Los cristianos no queremos ser parte de los problemas que arruinan la vida en la sociedad. Queremos formar parte de las soluciones que mejoran la vida en la sociedad. No queremos que la policía sea injusta o inútil. No queremos líderes corruptos, sino íntegros. No queremos que las infraestructuras de agua, alcantarillado, electricidad, gas, carreteras, puentes, alumbrado público, suministro de combustible, control de inundaciones, códigos de construcción, servicio de emergencias y estaciones de bomberos fallen. Estamos dispuestos a pagar por ellos y a poner de nuestra parte para que sigan funcionando bien, por el bien común del mayor número posible de personas.

Queremos contribuir a resolver los problemas de los que no tienen hogar, de la pobreza, de la drogadicción, de las enfermedades mentales, de la delincuencia y de la violencia doméstica. Queremos que haya barrios seguros, buenas escuelas, viviendas asequibles, empleos dignos, condiciones económicas estables y paz internacional. Por eso Pedro, dos veces en este breve texto, dijo que debemos estar ocupados haciendo buenas obras para (1) silenciar a los que dicen que el cristianismo es malo para el mundo, y (2) hacer que Dios sea visto como glorioso. Esa es la segunda implicación. No estamos sentados escondidos en nuestras pequeñas cuevas, indiferentes al sufrimiento y a las necesidades de nuestra sociedad.

3. Votar es una forma de hacer el bien

Esta es la tercera y última implicación. Votar es una forma de hacer el bien. Esperamos —votando por candidatos dignos, competentes y sabios— que el bien común llegue a más gente. Ese es nuestro objetivo. Pero no creo que se deduzca de ninguna verdad bíblica que votar sea un deber absoluto para los cristianos. Es una posible buena acción junto a muchas otras, una forma de servir al bien de la sociedad, pero hay muchos otros factores en juego como para describirlo como un deber absoluto.

Uno de esos factores es el siguiente: cuando el deber de votar se eleva hasta el punto de anular otros principios cristianos de virtud, se ha llevado demasiado lejos. A veces, sucede en un mundo caído que el voto por cualquier candidato propuesto es tan ofensivo, un compromiso moral tan grande, es tan engañoso, que puede ser una cuestión de mayor integridad, de obediencia más fiel a Cristo y de un testimonio más claro de la verdad si no votamos por ninguno de los candidatos propuestos.

Sería irresponsable suponer que la opción de no votar por algún partido o persona en la papeleta es una falta de amor a nuestro prójimo, cuando, de hecho, el que no vota puede estar mucho más implicado en hacer buenas obras socialmente transformadoras que el que vota por un candidato moralmente inadecuado porque lo considera el menor de dos males. La vida no es fácil ni simple. Es inevitable que los cristianos tengan diferencias sobre las estrategias para hacer el mayor bien posible con las palabras del evangelio, las buenas obras y el ejemplo cristiano. Debemos ser lentos a la hora de juzgar las estrategias morales de otras personas.

Solo una reflexión más. Si crees, como yo, que en principio el voto es un gran don y privilegio en nuestra sociedad, y quieres mantener ese privilegio, casi siempre es posible votar indicando por escrito el candidato que consideras digno, aunque no esté en la papeleta. De ese modo, puedes mantener el precioso don del autogobierno democrático evitando los efectos desastrosos de apoyar candidatos indignos.


Episodio original en inglés: https://www.desiringgod.org/interviews/are-christians-obligated-to-vote

John Piper

John Piper

John Piper (@JohnPiper) es fundador y maestro de desiringGod.org y ministro del Colegio y Seminario Belén. Durante 33 años, trabajó como pastor de la Iglesia Bautista Belén en Minneapolis, Minnesota. Es autor de más de 50 libros.

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