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PRESENTADOR:
Un oyente del podcast llamado Douglas, de Ohio, nos escribe con una pregunta muy común e importante. La recibimos todo el tiempo en nuestro correo electrónico, y por una buena razón. Aquí está: si mi arrepentimiento es genuino, ¿por qué sigo confesando el mismo pecado? Así es como Douglas lo expresó: “Estimado pastor John, hola y gracias por este podcast. Sus respuestas bíblicas me han ayudado en momentos en que necesitaba orientación para enfrentar diferentes circunstancias en mi vida. Mi pregunta tiene que ver con el arrepentimiento. ¿El verdadero arrepentimiento significa que nunca pedimos perdón a Dios por el mismo pecado dos veces? Muchas ocasiones he tenido que pedir perdón por todo tipo de pecados. Pero, ¿cómo puedo decir que me he arrepentido si cometo los mismos tipos de pecados una y otra vez? Esta pregunta me atormenta hasta tal grado que a veces me invade la depresión cuando pienso en ella”.
JOHN PIPER:
La pregunta de Douglas es una de las más comunes que un cristiano honesto y serio debe hacerse, especialmente a la luz de las exigencias de santidad del Nuevo Testamento, junto con sus advertencias:
- La fe sin una vida cambiada está muerta (de acuerdo con Santiago 2:17).
- Hay una santidad sin la cual no veremos al Señor (de acuerdo con Hebreos 12:14).
- Jesús dijo en Juan 14:15: “Si ustedes me aman, guardarán Mis mandamientos”.
- Muchos dirán a Jesús en el último día: “Señor, Señor”. Él les dirá: “Jamás los conocí; apártense de Mí, los que practican la iniquidad”. Ellos no hicieron lo que Jesús dijo que hicieran (eso lo leemos en Mateo 7:22-23).
- ¿Cómo puedes seguir practicando tus pecados si has muerto con Cristo? (de acuerdo con Romanos 6:2).
Entre los cristianos serios y honestos esta es una pregunta urgente y común, y con toda razón.
Luchar diariamente contra el pecado
Quiero comenzar con una aclaración sobre la forma de plantear la pregunta en un lenguaje que creo que es más coherente con la forma en la que habla el Nuevo Testamento, a diferencia de la forma en que Douglas la planteó. Él utiliza la palabra “arrepentimiento” para plantear la pregunta que tiene. Dice: “¿El verdadero arrepentimiento significa que nunca pedimos perdón a Dios por el mismo pecado dos veces? ¿Cómo puedo decir que me he arrepentido si cometo los mismos tipos de pecado una y otra vez?”. Yo sugeriría que no usemos la palabra “arrepentimiento” para hablar de la forma en que respondemos al pecado diario como cristianos. Esto puede sorprender a muchos, pero permítanme explicarlo.
Sí, doy por sentado que los cristianos pecamos todos los días porque Jesús dijo “danos hoy el pan nuestro de cada día” junto a “perdónanos nuestras deudas” (en Mateo 6:11-12). Doy por sentado que Jesús no habría dicho eso si no existiera la necesidad del perdón diario de nuestros pecados, de nuestra deuda con Dios. Por supuesto, al decir eso estoy definiendo el pecado de manera muy radical. Mi definición procede del Nuevo Testamento y es esta: cualquier pensamiento, actitud, palabra, expresión facial, gesto o acción que no fluya del amor a Jesús es pecado.
El pecado no son solo grandes y malas acciones como el asesinato, el robo o el adulterio, o incluso pecados más comunes como la deshonestidad, las malas palabras o la impaciencia. El pecado es una condición del corazón que se aleja de Dios prefiriendo otras cosas, y el pecado es cualquier expresión de esa preferencia en nuestra mente, actitud o comportamiento. El pecado estará con nosotros —sí, lo estará, tristemente, y eso nos rompe el corazón—. El pecado estará con nosotros hasta que esa condición interna sea totalmente borrada en la presencia de Cristo.
Y estoy diciendo que el Nuevo Testamento no nos anima a usar la palabra “arrepentimiento” para referirnos a la actividad diaria de reconocer esos pecados, llevarlos a Dios, expresar nuestra tristeza, odiarlos y volvernos de nuevo para caminar en la luz. Más bien, la palabra “arrepentimiento” en el Nuevo Testamento se refiere a un cambio de mentalidad más profundo y fundamental, del tipo que experimentamos al comienzo de nuestra vida cristiana, y que podemos tener que experimentar si nuestra vida toma un giro fatal hacia un camino de destrucción del que necesitamos ser llamados a volver. Así sucedió a algunas iglesias de los primeros capítulos de Apocalipsis, que fueron llamadas a arrepentirse porque serían destruidas, sus candelabros serían quitados si no se arrepentían y se apartaran de ese estilo de vida que habían estado practicando.
Pero el Nuevo Testamento no usa la palabra “arrepentimiento” para referirse al hábito diario de enfrentarnos a nuestro pecado interno y recurrente. Más bien, yo sugeriría que 1 Juan 1:8-9 propone la palabra “confesión”: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad”.
Dos tipos de confesión
¿Qué pasa, entonces, con los pecados que cometemos más de una vez —de hecho, tan a menudo que amenazan con destruir nuestra seguridad de ser cristianos—? Así es como yo lo diría: hay dos clases de confesión, y hay dos clases de pecado, así que ponte a prueba ahora para saber cuál estás haciendo.
Primero, está la confesión que, en un nivel, expresa culpa y dolor por pecar, pero debajo de ella está la tranquila suposición de que este pecado se repetirá, probablemente antes de que termine la semana.
- Miraré de nuevo desnudos en una película o en alguna página web (o algo peor).
- Me excederé otra vez con el alcohol, probablemente este fin de semana.
- Me reiré otra vez de esos chistes degradantes en el trabajo mañana.
- Evitaré otra vez enfrentarme a la falta de honradez de mi colega.
- Volveré a responder de forma despectiva a mi esposa cuando me mire así, probablemente dentro de dos días.
En otras palabras, este tipo de confesión es muy superficial. Es un disfraz para el fatalismo sobre tus pecados que te acosan. Te sientes mal por ellos, pero te has rendido a la idea de que son inevitables. Ese es un tipo de confesión.
El otro tipo de confesión es cuando expresas culpa y dolor por pecar, igual que en el primer tipo de confesión, pero tu odio contra el pecado es tan real que tienes toda la intención, mientras lo confiesas, de hacerle la guerra esa noche, ese fin de semana. Con el poder del Espíritu Santo, te propones derrotarlo. Buscarás todas las maneras que te ayuden a matar ese pecado. Le robarás su poder. Ese es el plan —sin hipocresía—. Esas son las dos maneras de confesar el pecado.
Dos tipos de pecado
Los dos tipos de pecado a los que me refiero son, en primer lugar, el tipo de pecado que te sorprende. No es premeditado ni planeado, y apenas hay batalla en el momento en que sucede. Antes de que te des cuenta de lo que estás haciendo, ya está hecho. En mi propia experiencia, lo ilustraría con ciertos tipos de enojo pecaminoso que se apoderan de mí, y casi instantáneamente puedo decir que es excesivo —no es santo ni justo—. O tal vez palabras espontáneas poco amables que salen de mi boca, y me avergüenzo de ellas tan pronto como las digo. O quizá una fantasía sexual por reflejo debida a alguna experiencia de hace décadas o a un anuncio reciente que he visto mientras miraba las noticias o algo parecido.
No estoy excusando estas cosas; son pecado. Son pecado. Muestran algo sobre mi corazón. Las llamo “pecado”, aunque sean más o menos espontáneas y no premeditadas.
Pero hay otro tipo de pecado al que me refiero, un pecado que es premeditado. Te sientas allí o te quedas de pie pensando si lo haces o no: si miras pornografía o no, si te quedas y escuchas chistes obscenos o no, si denuncias la injusticia en el trabajo o no, si eres deshonesto en tu declaración de impuestos o no. Te tomas diez segundos o diez minutos o diez horas de lucha, y luego cometes el pecado.
Camino a la destrucción
Ahora bien, creo que es posible que un cristiano cometa ambos tipos de pecados y caiga en patrones de ambos tipos de confesión durante una temporada. Pero yo diría que la confesión que encubre fatalismo, desesperanza, paz con el pecado, y el pecado que es premeditado son más peligrosos para nuestras almas. Ambos son peligrosos. No me malinterpreten; ambos son peligrosos. Pero la confesión que raya en la hipocresía y el pecado que raya en la injusticia planificada son más peligrosos.
Pablo reconoce lo siguiente en Romanos 7:16-19: “no hago el bien que deseo, sino el mal que no quiero, eso practico”. Y exclama, en el versículo 24: “¡Miserable de mí!”. Entonces acude a Cristo para que lo limpie. Por mucho que me gustaría para mi propia alma, no creo que podamos dar una lista de pecados o un número para la frecuencia con la que podemos pecar y salirnos con la nuestra. No creo que podamos hacerlo de una manera que responda a la pregunta: ¿cuánto pecado puedo cometer para probar que no soy cristiano?
En lugar de eso, yo diría lo siguiente: en la medida en que tu confesión de pecado haya hecho una especie de paz fatalista con el pecado y pienses que es inevitable, y en la medida en que tu pecado caiga en la categoría de maldad premeditada, en esa medida, deberías temer que estás en un camino que bien puede llevarte a la destrucción. Creo que eso es lo que podemos decir.
Fiel para perdonar
El libro del Nuevo Testamento —curiosamente, paradójicamente— que quizá sea el más duro con los cristianos que pecan es el mismo que advierte más explícitamente sobre los peligros del perfeccionismo. Para terminar, quiero leer esa sección paradójica de 1 Juan 1:8-10. Esta es la forma en que la Biblia habla de esta paradoja.
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros.
Esa es la advertencia contra el perfeccionismo. Y continúa:
Si confesamos nuestros pecados…
Y pienso que esa confesión significa confesión real.
…Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad.
Y luego, regresa a la advertencia.
Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos a Él mentiroso y Su palabra no está en nosotros.
Episodio original en inglés: https://www.desiringgod.org/interviews/is-my-repentance-real-if-i-keep-committing-the-same-sin